Entrevista a Marcel Gauchet realizada poco después del discurso el 16 de marzo de 2020, en el que Emmanuel Macron sostuvo que Francia estaba «en guerra» contra el Covid-19. El acontecimiento, dice, constituye una prueba a gran escala que produce, al mismo tiempo, un despertar de lo político y pone en juego la relación de cada ciudadano con la comunidad política. “¿La dimensión individualista, liberal y privada, ha tomado por completo el control en nuestras sociedades?”, se pregunta. Señala, frente a quienes pregonan el “modelo chino”, que por el contrario la pandemia (un “Chernobyl sanitario”) tiene su origen en un sistema autoritario y opaco que encubrió el problema y persiguió a quienes alertaron sobre él. Finalmente, advierte sobre los riesgos de una gestión estatal que, amparada en la figura de la “guerra”, esconde la información y relega la deliberación de los ciudadanos en las decisiones estratégicas frente a la crisis.

«Estamos en guerra», dijo el presidente de la República, al anunciar medidas de confinamiento estrictas, la movilización del ejército y el cierre de las fronteras exteriores de Europa. En su opinión, ¿estamos realmente en un estado de guerra?

─ Marcel Gauchet: No estamos en un estado de guerra o en todo caso se parece a una «drôle de guerre«.[*] El uso del término por el Presidente de la República a propósito de la epidemia de Covid-19 está fuera de proporción con la realidad. La Gran Guerra de 1914-1918 tuvo más de 20.000 muertos el primer día.. Afortunadamente, estamos muy lejos de eso.

¿Por qué Emmanuel Macron usa este término entonces?

─ Declarar un estado de guerra es la única forma que tenemos de nombrar el alcance del acontecimiento. En mi opinión, consiste en la reaparición de lo político, entendido en el sentido de lo que asegura la existencia y la permanencia de una comunidad, de una regla colectiva que se impone a todos porque involucra la vida y la muerte de cada miembro. Hemos olvidado tanto lo político en ese sentido que la guerra se ha convertido en la única forma de designar ese desafío. Es decir, ha llegado el momento de guardar silencio sobre nuestras divisiones internas porque existe una exigencia de acuerdo y organización colectiva frente a la cual las pequeñas disputas partisanas no tienen ningún sentido. La pregunta ya no es si estamos a favor o en contra de Macron, la pregunta es si Macron hace su trabajo. El significado más profundo del acontecimiento está ahí: es un despertar de la dimensión de lo político que habíamos olvidado y de la que pensábamos que podíamos prescindir. En este sentido, la confusión sobre si celebrar o no las elecciones municipales ha causado un malentendido mayúsculo. Las elecciones municipales son políticas en el sentido más trivial de la palabra: ¿quién ganó o perdió las elecciones? La verdad es que, en este contexto, no le importa a nadie. Es insignificante en términos de la supervivencia de lo colectivo.

 ¿No es, más prosaicamente, crear conciencia entre individuos inclinados a despreocuparse de la gravedad de la situación?

─ Incluso si alcanza un desarrollo exponencial, el Covid-19 no tiene, por el momento, la gravedad visible de la peste negra o la gripe española. De modo que, para los individuos, existe una desproporción entre la gravedad relativa de esta epidemia y la amplitud de un dispositivo político que impone dejar de lado la propia vida y las decisiones personales. Estamos en un proceso de despertar. Y veremos en las próximas semanas hasta qué punto la brecha entre el individuo y el colectivo se reduce.. o se acrecienta. Estamos viviendo una verdadera prueba política a gran escala. ¿La dimensión individualista, liberal y privada, ha tomado por completo el control en nuestras sociedades o no? Lo sabremos muy pronto. Este es el interés de esta crisis.

«Vigilia», foto, Mónica Fessel.

Desde Wuhan, en el centro de China, donde se está estabilizando, la epidemia se ha convertido en una pandemia global con efectos devastadores en la economía global, la salud, etc. Más allá de su alcance sanitario ¿cuál es la dimensión política de Covid-19?

─ Se trata de la manera cómo se la administra. Sobre esto se insiste con la propaganda que dice que el modelo político chino, autoritario o post-totalitario, sería más eficaz que el nuestro. El Quotidien du Peuple [órgano de prensa oficial del Comité Central del Partido Comunista de China] llegó a afirmar «la evidente superioridad del Partido Comunista y su liderazgo». Beijing se atreve a afirmar que «el mundo puede agradecer a China». Sin embargo, en realidad, debemos esta epidemia a las fallas intrínsecas del modelo político chino y su opacidad. Es un Chernobyl sanitario. En ese sistema, donde el partido y su líder tienen el monopolio de la decisión política, comenzaron, durante más de un mes, por encubrir el asunto, incluso persiguieron a quienes dieron la voz de alarma. Luego, cuando esa reacción demostró sus efectos catastróficos, el problema fue tratado de manera brutal y autoritaria; se impusieron a la sociedad china medidas de una virulencia que sería imposible entre nosotros. Pero ya era demasiado tarde, la epidemia había sobrepasado las fronteras y se volvió incontrolable.

¿Está diciendo que en democracia la epidemia podría haber sido controlada de manera más eficiente?

─ Es lo que demostró con firmeza el filósofo indio Amartya Sen sobre el caso de la hambruna. Muestra que la democracia siempre ha sido el mejor medio de evitar las hambrunas, gracias a la información que circula. Hoy se verifica esa tesis. Con democracia en China la epidemia no habría tenido esta magnitud.

El desastre nuclear de Chernobyl, en 1986, precedió a la caída de la Unión Soviética. ¿Qué podemos esperar en China?

─ No lo sabemos. Pero está claro que el Partido Comunista Chino es consciente del desafío. Si les llega el momento del examen, saben que les será difícil justificarse.

¿Y nuestras democracias son capaces de estar a la altura de las circunstancias?

─ Es una cuestión que depende de la inteligencia política y social de nuestros gobernantes. Tenemos contraejemplos muy instructivos que son los de Corea del Sur y Taiwán. Son sociedades muy expuestas, que estuvieron en los puestos de avanzada, y sin embargo tienen un número de muertes muy inferior al de China o Italia. Eso demuestra que se pueden manejar las cosas de manera diferente.

En Francia, el Presidente de la República y el gobierno han basado sus decisiones en la autoridad de la ciencia. Sin embargo, nadie conoce la composición del Consejo Científico ni los informes en los que se basan las decisiones .. ¿No es contradictorio?

─ No hay transparencia en la gestión de esta crisis. Y es un error político. Nuestros gobernantes tienen el hábito tecnocrático del Estado tutelar a la francesa, que sabe mejor que la población qué hay que hacer. Se hace referencia a un comité de autoridades científicas cuyas recomendaciones no publican. En cambio, se debería poner la información en el primer plano, más aún debido a que se puede hacer por Internet. A título personal, confío en la ciencia. Pero me gusta entender el razonamiento científico que guía las decisiones. Ya no estamos en la época del «poder espiritual» de Auguste Comte. La ciencia es la razón en ejercicio, por lo tanto, está la posibilidad de hacer entender su razonamiento. Hay un doble fracaso del gobierno. Primero, la ciencia debe ser pública, no el asunto de un comité confidencial. En segundo lugar, si la ciencia ilumina la decisión, como último recurso, es el razonamiento político el que decide en un sentido u otro. Al esconderse detrás de los científicos, Macron no asume completamente su papel.

A este respecto, parece haber habido un equilibrio entre la estrategia de la «contención» y de la «mitigación». En Corea del Sur y Taiwán, se han realizado esfuerzos por identificar, examinar y aislar todos los casos sintomáticos, y tuvieron cierto éxito al evitar la propagación de la epidemia. En Europa, como la propagación ya era demasiado avanzada para detenerla, se ha tratado de reducir la curva de contaminación para preservar el sistema de salud, y en algunos casos se llega a esperar que la población gradualmente se inmunice contrayendo el virus. ¿No es un problema que el gobierno haya tomado esta difícil decisión sin decirlo explícitamente a la nación?

─ Seamos claros: esto se llama un error político. Es preciso poner todos esos datos sobre la mesa. Persiste la idea que las poblaciones son demasiado tontas como para adherir a una estrategia colectiva. Sin embargo, la demostración democrática es que las personas adhieren más a una decisión estratégica cuanto mejor entienden los detalles y las circunstancias.

En el Reino Unido, Boris Johnson asumió abiertamente la estrategia de la «inmunidad colectiva» al no confinar a la población y al anunciar que un número importante de personas frágiles o de edad avanzada iban a morir..

─ Esta actitud de cinismo pragmático corresponde bien a cierta tradición inglesa. Se parte de la hipótesis de que el precio a pagar por el confinamiento, económica y socialmente, es demasiado alto; y dado que la enfermedad en sí misma no es muy grave para la mayoría, hay que asumir los «daños colaterales». En realidad, cuando se escuchan las recomendaciones hechas por el gobierno británico, es una decisión muy liberal: individualmente, cada uno hace lo que quiere, incluso si se le aconseja quedarse en casa; pero colectivamente, no se toman medidas autoritarias compulsivas. La libertad y la responsabilidad individuales tienen prioridad.

─ Usted se ha ocupado mucho de la permanencia de la metáfora del «cuerpo político» en la historia europea, desde la imagen de los dos cuerpos del rey hasta la división corporal entre «izquierda» y «derecha» en la política moderna. ¿Hoy, con el virus, reaparece la idea de que la nación es un cuerpo colectivo que puede ser amenazado en su integridad y debe defender su inmunidad?

─ Ya no somos una sociedad de cuerpo, con un vínculo orgánico entre las personas que se materializaría en la identificación con una totalidad, como el cuerpo del monarca que encarnaba para todos la unidad y la perpetuidad de la nación. Y, sin embargo, sigue siendo necesario que los individuos puedan identificar a su colectividad como algo de lo que forman parte, tanto física como psíquicamente. Se sienten parte de algo que les llega. Este es el sentido de la imagen del cuerpo social. Y eso es lo que pone a prueba el virus, nuestro vínculo inconsciente a lo colectivo.

¿Qué es lo que asegura la inmunidad de un cuerpo político?

─ No es evidente para una sociedad de individuos que haya que asegurar su inmunidad política. Respecto de esto, estamos frente a una enorme contradicción. Por un lado, se le dice a la gente: «desconfíen de los otros, no se besen, manténgase a distancia”. Por otro lado, se les dice: «piensen en los demás, incluso si no corren riesgos pueden ser un peligro para ellos”. Los individuos se ven atravesados por una tensión entre la distancia egoísta y el compromiso altruista.

Dadas las consecuencias de la epidemia sobre la economía mundial, el restablecimiento de las fronteras y el regreso de los estados, ¿no nos enfrentamos también a los límites de la globalización liberal?

─ Nadie puede predecir la magnitud que tendrá el acontecimiento, pero el choque intelectual e ideológico es considerable. La globalización liberal está muerta en el sentido de que ha caducado el principio de que el «dulce comercio” resuelve todos los problemas. La necesidad de un razonamiento estratégico se impone a escala de todas las comunidades constituidas. Necesitamos un nuevo programa político.

Entrevista realizada por Martin Legros.

[Fuente: la entrevista fue publicada el 17 de marzo de 2020 en Philosophie Magazine. Traducción: Hugo Vezzetti, para La Mesa

[*]  NdT: Guerra en broma, es una expresión que se refiere a la escasa o nula participación francesa en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, hasta la invasión alemana y el armisticio.