Mariano Narodowski pone en perspectiva el problema de la educación en la pandemia y lo abre en sus complejidades. A partir de una crítica de las críticas que no supone concesiones a las falencias en la gestión de la educación durante 2020, su aporte se orienta hacia una urgente elaboración de un consenso para una nueva organización de la escolaridad para el año 2021.

 

Este aporte va en la línea con el  planteo de un grupo de especialistas, pedagogos/as y docentes que nos reunimos con la idea de brindar propuestas concretas para la vuelta a la escuela, suspendiendo nuestras diferencias de todo tipo, que son muchas y muy variadas. No fue fácil el trabajo de consenso pero convergimos en una concertación de 12 puntos que se puede leer, adherir y chusmear quiénes adhirieron acá.

En este artículo propongo unas  notas  llamando a un necesario equilibrio político como mejor camino para  volver a abrir las escuelas. El objetivo es re-amigarnos con la complejidad que presenta la situación global y latinoamericana y tratar de sospechar cuando la lectura de los datos coincide demasiado con nuestra ideología. 

1. Desconfiemos de la excepcionalidad argentina.

No es cierto que la Argentina sea el único país del mundo que no abrió las escuelas. Según datos de la UNESCO, hay 23 países que al 29 de noviembre de 2020 nunca abrieron y la Argentina no se encuentra allí sino en la gran mayoría de países con aperturas parciales (aunque del lado de los que menos abrieron). 

En América Latina, la mayoría de los países están más o menos como Argentina, aunque algunos aún no abrieron ni siquiera parcialmente, como Costa Rica o México.

Los únicos dos países latinoamericanos completamente abiertos hoy son Nicaragua y Cuba: llama la atención que ni de un lado ni del otro de la grieta los usen como ejemplo de una buena gestión de la escolaridad en pandemia. El caso de Uruguay viene atravesando un proceso de apertura muy interesante y lo reservo para analizarlo al final.

Lo de Argentina no es una excepción mundial. Esto no intenta avalar el famoso “consuelo de tontos” sino situar un fenómeno que, como veremos, tiene muchísimas dimensiones y una resolución nada fácil.

2. Seamos rigurosos con las comparaciones. 

La referencia a que debemos abrir las escuelas “como hizo Alemania” parece, paradójicamente, estar destinada a apoyar el cierre eterno en la Argentina, dadas las enormes diferencias de todo tipo que realmente hacen imposible una  decisión equivalente. 

Sí podemos aprender mucho de Europa sabiendo que su proceso fue muy diferente al nuestro: cuando Alberto Fernández dijo en marzo “las escuelas son lo último que se abren”, Merkel y los líderes europeos decían exactamente lo mismo, excepto Lukashenko, el autócrata de Bielorrusia, país donde las escuelas nunca se cerraron y quien, hasta ahora, tampoco tuvo su reivindicación criolla. Así, Europa mantuvo sus escuelas cerradas hasta sus vacaciones de verano y después las abrió porque los contagios habían bajado: ese fue el momento de mayor circulación del virus en Argentina

Esta complejidad no justifica la posición mayoritaria de América Latina que va en sentido contrario a la europea, pero la pone en perspectiva: más pobreza, menos infraestructura sanitaria escolar y más contagios en el momento en que Europa cambia el criterio original avalado por la evidencia que indica que los niños no son grandes contagiadores. Así y todo, hoy hay países europeos donde las escuelas siguen cerradas, otros que cerraron el nivel medio, otros que solo toman exámenes… Hay de todo.

Tampoco esto justifica por qué las escuelas argentinas siguieron cerradas después de la primera cuarentena, cuando el nivel de circulación comunitaria era muy bajo en muchas zonas (e incluso lo sigue siendo hoy)  

En esta complejidad hay muchos casos para destacar. Israel, que fue el país líder en reapertura y que creó el concepto de “burbuja”, hace semanas que está sin clases. La India, que es en sí mismo un continente, hoy tiene una situación muy parecida a la de América Latina. En Estados Unidos, hay distritos escolares que nunca cerraron, otros que nunca abrieron o abrieron muy pocos días y muchos que abren y se ven obligados a cerrar. El caso del Estado de Nueva York es interesante porque cerró después de un par de meses de apertura post-verano con una asistencia cercana al 30%, especialmente de sectores blancos y de clase media, como explicó Inés Dussel en el 2do Foro de Líderes por la Educación 

Es importante atender a estos datos para entender la índole compleja del problema y ver cómo hacer para recuperar la escolaridad independientemente de la vacuna. Esta diversidad de situaciones amerita una propuesta de apertura a su altura.

3. Sabemos que pandemias anteriores fueron parecidas, sin YouTube.

Tampoco hay excepcionalidad histórica. En la Argentina, particularmente durante la gripe española y la de la polio, se cerraron escuelas, especialmente en las grandes ciudades. Vale la pena leer el trabajo de Pablo Pineau que recoge evidencia documental y testimonial al respecto: en la epidemia de polio, en muchos casos se perdió un mínimo de medio año escolar y, en muchos otros, todo el año. En el caso de la gripe española, el artículo muestra cómo frente a las inasistencias «pasaron todos”. De hecho, mucho  queda de las viejas pandemias: el higienismo por la de la fiebre amarilla y la de la gripe española, por ejemplo. De la de la polio heredamos las vacaciones de invierno que se implementaron en años subsiguientes para evitar posibles contagios en invierno y que, como el impuesto al cheque, quedó para siempre.

Si el mismo virus se hubiera desatado hace 20 años, el COVID-99 nos hubiera encontrado en cuarentenas con radio, TV por cable, conexiones a internet mayormente por vía telefónica (para la minoría conectada) y celulares de tapita. Sin plataformas, sin redes sociales, sin videos on demand, sin series por streaming ni videollamadas y con una web que apenas despertaba. 

En otras palabras, la diferencia respecto de anteriores situaciones es que un sector de la población pudo mantener un vínculo pedagógico desescolarizado aunque eso, como sabemos, es una gran ventaja respecto de las pandemias del pasado pero no es una solución completa ni igualitaria.

4. No minimicemos.

Como se decía allá por abril en la tercera de las 11 tesis para una pedagogía del contra-aislamiento de Pansophia Project, la pedagogía es lo contrario del aislamiento porque sus herramientas se basan en el encuentro entre educadores y educandos en un ámbito escolar que transforma ese vínculo en un hecho único e intransferible. Un encuentro que se articula alrededor del conocimiento. Una vivencia profunda en lo intelectual, lo emocional y lo corporal. Un compartir que, aunque a veces deja huellas quejumbrosas y hostiles, se presenta como una singularidad irremplazable. 

Este punto es lo que mayoritariamente no se ha podido resolver y no debe ser minimizado. Arrancamos la desescolarización denunciando que lo peor era actuar con el “aquí no ha pasado nada” y hasta he discutido fuertemente con colegas a quienes les reclamé que dejaran de simular normalidad. Varios meses después, nos despertamos y la resaca es tremenda.

El otro punto minimizado es el de los recursos, comenzando con lo básico:  muchas escuelas sufren falta de agua potable, cloacas, retretes y lavatorios dignos. Suponer allí una presencia constante de kilos de jabón, metros de toallas descartables o litros de alcohol en gel indica desconocer la realidad de la educación argentina. A su vez, en estos meses los gobiernos no invirtieron fuertemente en estos rubros y de volver en marzo de 2021, la escuela va a estar igual (o peor) que en 2019. La profundización de las desigualdades en la pandemia es directamente proporcional a la asignación focalizada de recursos a los sectores que más lo necesitaron.

5. No exageremos.

Uno de los errores frecuentes es asignarle a la pandemia procesos que ella aceleró y profundizó pero que ya existían: desde el abandono escolar o la privatización de la educación hasta problemas didácticos de secuenciación y priorización de contenidos escolares.

La exageración es ir un paso más y consiste en construir  problemas allí  donde no los hay. Particularmente me refiero a la “suspensión del derecho a la educación”. A mi entender eso es un disparate sin bases empíricas ni legales que ni vale la pena comentar, pero debo conceder que el disparatado suelo ser yo, no sería la primera vez. Si este fuera el caso, no entiendo cómo no hay denuncias masivas ante la justicia y ante organismos internacionales acusando al Estado Argentino de  cercenar un derecho que  nunca dejó de ejercerse en la Argentina moderna… Estos acting, intelectuales, me parece, aportan más desconfianza y confusión que otra cosa.

6. Pongamos lo político en el centro.

¿Qué es lo que hace que, en la Argentina, 24 gobernadores y un Presidente coincidan en mantener cerradas o abrir muy parcialmente las escuelas durante todo un año? ¿De qué se trata este consenso inédito que, más allá  de un par de escarceos mediáticos convenientes a la grieta, mantiene un paisaje muy parecido en todos lados? ¿Es que tenemos un presidente “bárbaro” y “criminal” que “quiere una nación de ignorantes”? Para mi, este señalamiento es equivalente a igualar a Macri con la dictadura… nada positivo puede surgir de este tipo de psicopateadas.

¿Por qué, entonces, este consenso sobre escuelas cerradas? Pongo el ejemplo de Brasil para ilustrar (y de paso para refutar de nuevo nuestra excepcionalidad). El Presidente Jair Bolsonaro (y. digamos de pasada, también Donald Trump) era partidario de abrir las escuelas poco después del primer cierre, mucho antes que el cambio de actitud de Angela Merkel. Las escuelas brasileñas están más descentralizadas que en Argentina: las secundarias dependen de los estados y las primarias e iniciales de los municipios. Resultado: nadie obedeció a Bolsonaro y las escuelas brasileñas están cerradas con muy pocas excepciones en algunos estados.

El punto es que los responsables directos del gobierno de la educación no tienen incentivos políticos ni financieros para la reapertura, ni siquiera la presión de los medios o de algunos grupos de familias. Las causales de esta falta de incentivos donde el costo de abrir es mayor al beneficio de mantener cerrado, es materia de otro análisis. El punto es que  esta decisión política compartida en la Argentina por gobernantes  radicales, peronistas, del pro y kirchneristas, es la clave del análisis y de la búsqueda de consensos para modificarlos. Tenemos que torcer la perversidad de esos incentivos y, en Concertación Educativa 2021, no vemos otra solución que un pacto de Estado que dé prioridad política y financiera a la educación.

Nota de color: Formosa es de las provincias argentinas que más escuelas abrió, aunque su provincia siga cerrada. Tal vez ha seguido  la línea de Alemania o tal vez la de Bielorrusia, Cuba y Nicaragua, vaya uno a saber. 

7. Enfrentemos el  problema político de las familias en la educación.

A finales de 2015, publiqué en Foco Económico el artículo ¿Les conviene a los gobiernos que la clase media elija educación privada?. En este trabajo, resumíamos, para una audiencia no académica, muchos años de investigación que marcan que la elección de escuela privada implica la retirada del sector más activo de demanda por el derecho a la educación: las clases medias. Esta situación coagula en dos características del sistema educativo argentino: el monopolio de CTERA respecto del reclamo y la ausencia de mecanismos institucionales que garanticen la participación de las familias (ni en las escuelas, ni en los gobiernos). Más aún, hay ley nacional y leyes provinciales y de CABA que disponen la obligatoriedad de  centros de estudiantes en cada escuela secundaria. Nada hoy sobre sus  adultos referentes.

La actual es una oportunidad tal vez única para reorganizar colectivos de familias existentes o crear nuevos y construir una  incidencia política en la educación (como las Familias por la Escuela Pública, el Encuentro Nacional de Familias por la Educación, los Padres Organizados, entre otros). El desafío es que esta construcción sea plural, no esté partidizada y se construya por medio de un consenso propositivo y no  como una suerte de  contracara “virtuosa”  de CTERA.  Ojalá podamos hacerlo. 

8. Evitemos la coartada “Baradel”.

La mirada política debería librarse de la tentación de explicar la no-vuelta a la escuela como “responsabilidad de los sindicatos docentes”, cuyos dirigentes son  elegidos por sus afiliados y su existencia es imprescindible en una sociedad democrática.

Ahora bien, el pueblo argentino no vota a dirigentes sindicales: vota a Mauricio Macri, a Alberto Fernández y a cada gobernador encargado de la educación para que ellos resuelvan los problemas –por ejemplo, la vuelta a las escuelas- y justamente no cedan a presiones que desbordan su representación popular.

He llegado a leer en estos días que la vuelta a las escuelas sería más sencilla si la conducción del sindicato docente estuviera en manos de dirigentes como los de Finlandia. Pero esto no se sostiene: los sindicalistas argentinos podrían responder que todo sería más fácil con políticos finlandeses y un gasto por alumno igualmente finlandés.

No estoy diciendo que los sindicalistas docentes no compartan la responsabilidad de los fracasos educativos: sindicalistas y funcionarios hace décadas que no atinan a resolver conflictos recurrentes, como los salariales y los paros docentes. Pero la responsabilidad central es de la política: no permitamos que los funcionarios se escondan detrás de los sindicalistas.

Por otro lado, y de nuevo contra la excepcionalidad argentina, nuestros sindicatos docentes tienen lógicas muy parecidas a las del resto de Latinoamérica. En Colombia, por mencionar un ejemplo entre muchos, el Gobierno dispuso el inicio de clases en pandemia con protocolo pero fue impugnado por la poderosa FECODE, la CTERA colombiana: hoy solo algunas escuelas privadas están abiertas. En resumen, el peor favor que le podemos hacer a la vuelta a la escuela es mantener el ojo puesto en los sindicalistas y no en las respuestas del Estado, incluidas las que les brinda a los sindicatos.

9. No todo fue una mierda. 

Y eso no es relativizar perjuicios y desigualdades sino intentar sopesarlos de manera seria (aunque será 2021 el año clave para eso)

Muchos chicos perdieron mucho por su tremenda situación social pre-pandemia aunque resta ver si el contacto con sus docentes que llevaban bolsones de comida o alcanzaban actividades impresas, conformó al menos una mínima posibilidad de aprendizaje y contención. Muchos otros aprovecharon al máximo la situación por sus recursos, sus  esfuerzos, el de sus familias y sus docentes. 

Es imprescindible capitalizar esta energía tan típica de los argentinos en materia educativa y valorar a todos los que se comprometieron, aún con infinitos problemas: frases como “este fue un año perdido” no solo no se atienen a la complejidad de la realidad sino que desprecian el enorme esfuerzo realizado. 

La valoración justa, precisa y rigurosa de esta heterogeneidad va a ser clave para los docentes en la vuelta a la escuela.

10. Aprendamos de Uruguay: consenso y confianza.

El caso cercano del que sí tenemos mucho para aprender es el de Uruguay. Un país latinoamericano, con una estructura de ingresos parecida y con similares problemas estructurales. Se podría argüir que Uruguay tiene la ventaja de un territorio y una población más pequeña y que, al igual que los países europeos, tampoco tiene megalópolis como el AMBA o el Gran Rosario. Otra diferencia central es que su  sistema educativo es unitario y depende de una autoridad central, al contrario del federalismo argentino.  

Una ventaja adicional de Uruguay en la pandemia fue la continuidad de su política de conectividad, distribución de netbooks e innovación educativa (el Plan Ceibal). Al contrario, el Plan Conectar Igualdad (que en 2015 presentaba déficits respecto de Ceibal) en vez de ser mejorado desde 2016 fue sustituido por un formato diferente y a todas luces ineficaz. 

Pero lo que podemos aprender de Uruguay, lo que estamos todavía a tiempo de construir, es un criterio de trabajo político y de gestión en la pandemia, un criterio previsible, que brinde confianza, aquello que el Ministro de Educación Uruguayo Pablo da Silveira sintetizó en una entrevista que le hicimos junto a Cecilia Calero, la Directora del Área de Educación de la Universidad Di Tella

Da Silveira dio la clave con cuatro palabras: “Pasito, pasito y evaluación”. Con ese método se logró el acuerdo de los sindicatos docentes (que no simpatizan con el nuevo gobierno de Lacalle Pou y que de hecho hicieron un paro en noviembre). No todo fue extraordinario allí pero con críticas y contramarchas, la  vuelta a clases fue notable

Es cierto que el “pasito a pasito” suena muy uruguayo en contraposición a nuestras zancadas enormes que nos dejan siempre en el mismo lugar. 

Pero como no me sumo a la teoría de la excepcionalidad argentina, opto por estas pocas ideas tan anti-grieta, tan moderadas, tan tibias, tan uruguayas, tan contraculturales hoy en la Argentina.