El 22 de noviembre de 2018, invitados por Alejandra Naftal, Directora Ejecutiva, un grupo de integrantes de la Mesa de Discusión sobre Derechos Humanos, Democracia y Sociedad realizamos una vista al Museo Sitio de Memoria ESMA, ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio, tal su nombre completo.

Las notas que siguen proponen una descripción analítica de lo observado en esa visita, la primera, en mi caso, al Museo Sitio de Memoria ESMA.

«Estólido Ciudadano», de la serie El color que cayó del cielo (Arkham-ESMA), fotografía, Marco Bufano, 2015.

Dos criterios definen la muestra permanente inaugurada en mayo de 2015. Dos criterios claramente plasmados en el sitio, explicitados con énfasis por nuestros anfitriones, que nos guiaron en la visita, y señalados también en el folleto del Museo: la idea de un “consenso básico” y la decisión de circunscribir el guión a lo sucedido dentro de la ESMA.

El primero de esos criterios, la organización de la muestra sobre un “consenso básico”, supone, según puede interpretarse, diseñar el recorrido a partir de una narración con la que concuerden las distintas posturas y opiniones sobre aquello que debe ser contado en el antiguo centro clandestino de detención. El adjetivo “básico” deja entrever que las miradas y opiniones que constituyen esa diversidad están separadas por importantes e insalvables distancias, que lo que diferencia unas visiones de otras no es negociable y que, por tanto, no sería una descripción precisa hablar simplemente de “consenso”, a secas. Desde este punto de vista, si de un lado el adjetivo “básico” pone de manifiesto las profundas discrepancias existentes no ya dentro del conjunto de la sociedad sino dentro del subconjunto de actores involucrados en las decisiones de curadoría del Museo, de otro lado, realza y valoriza aquello que se ha alcanzado: el “consenso”.

El segundo criterio no es ajeno al anterior, aunque no se superpone sino en parte. Se refiere al alcance de aquello que se narra en la ex ESMA, a su extensión: se relata en el Museo Sitio de Memoria lo sucedido en la ESMA. Nada más, y nada menos. Dos salvedades: un video inicial que recorre en un collage de imágenes, de manera rápida y en breves minutos la historia política argentina del siglo XX, y algunos acontecimientos salientes de América Latina (una historia convencional, podría decirse, necesariamente incompleta, y criticable en algunos aspectos desde un punto de vista historiográfico); una proyección con la que se clausura el recorrido, que habla de la historia judicial de los marinos que pasaron por la ESMA y fueron responsables de crímenes de lesa humanidad (una historia que transcurre, por cierto, en los tribunales). Salvo entonces por esos dos videos de apertura y cierre, toda la visita presenta un recorrido por lo sucedido en la ESMA.

El antiguo Casino de Oficiales donde funcionaba el Centro Clandestino de Detención del Grupo de Tareas 3.3.2. de la ESMA está mínimamente intervenido, preservado y desvestido.

Intervenido museográficamente por la estructura de la muestra permanente: paneles transparentes que marcan el camino del recorrido exhiben textos e imágenes, y pantallas reproducen testimonios de víctimas de la ESMA (salvo en un caso, una testigo ocular) sirven de soporte a la narración.

Preservado como evidencia judicial, esto es, sin intervenciones que modifiquen el lugar ni tampoco arreglos o mejoras edilicias que pudieran afectar elementos probatorios; con un camino de piso flotante en algunos sectores que impide pisar el mismo suelo que tocaron víctimas y victimarios (principalmente allí donde mantenían en cautiverio, torturaban y forzaban a trabajar a los detenidos, donde parían las detenidas y donde guardaban los bienes robados); y preservado también de eventuales descuidos o deseos invasivos de los visitantes, como todo museo por cierto (pero especialmente por tratarse de evidencia), por medio de los mismos paneles transparentes de la muestra, por cordones y por controles.

Ilustración 1. Sala de partos.

Desvestido, finalmente, porque, salvo por tres dispositivos, y por alguna reproducción fotográfica de marcas que de otro modo no podrían percibirse, ninguna imagen está amplificada o sobreinterpretada (hay énfasis ocasionales y, a mi entender, justos, como la inscripción en relieve en una de las habitaciones destinadas a los partos: “¿Cómo era posible que en este lugar nacieran chicos?”, ver «Ilustración 1»). Los tres dispositivos mencionados son: una proyección que representa  cómo podría verse el “Pañol” («Ilustración 2»), hoy naturalmente vacío, donde los represores acumulaban el “botín de guerra” (los bienes robados a sus víctimas) que luego se distribuían o vendían; un rectángulo calado en el piso flotante del sector llamado “Capuchita” que representa el espacio en el que permanecía acostado/a el o la reclusa (la “cucha”, ver «Ilustración 3») y que no puede dejar de evocar un féretro; y un amplificador que toma los sonidos del exterior (autos, trenes, aviones) y permite percibir lo que de otro modo no sería posible en un recorrido: los sonidos que permitieron a las víctimas sobrevivientes, tabicadas y aisladas, reconocer que habían estado en la ESMA.

Ilustración 2. Representación del «Pañol»

En suma, la muestra es austera, como el consenso en que se basa, y acorde con los requerimientos judiciales. Para alguien informado acerca de lo que allí sucedió, no deja de ser impactante, emotivo. No hay, hasta donde pude observar, exhibición de los detalles más truculentos y sensibles de lo que las víctimas vivieron en ese lugar. Se trata entonces de un consenso básico sobre lo sucedido en la ESMA. Pero no, por cierto, sobre todo lo que allí sucedió. La distancia entre todo lo que sucedió en la ESMA, o en particular en el Casino de oficiales, y lo que se ofrece al público, es lo que define, a mi entender, la propuesta pedagógica del Museo. Esa misma distancia nos permite distinguir otros dos criterios relativos a la selección de testimonios.

También explicitado por los guías y en el folleto, aparece entonces un tercer criterio: los testimonios seleccionados para desarrollar la narración de la visita son testimonios vertidos en sede judicial y, por eso, son testimonios “probados”. Esos testimonios son todos de juicios relativos a la ESMA (el Juicio a las Juntas, las más recientes audiencias de la mega-causa ESMA). Se trata de un recorte importante: la memoria trabajada es una memoria validada por los procedimientos judiciales. En pocas palabras: la de la ESMA es una memoria sustentada en la verdad jurídica.

Ilustración 3. Representación de una «cucha».

De ese acervo inmenso de testimonios brindados en juicios por parte de sobrevivientes de la ESMA (el centro de detención más masivo y, hasta donde puede saberse, el de mayor número de sobrevivientes), los curadores han debido realizar una selección. De allí que deberíamos poder identificar, al menos, un cuarto criterio. No intentaré inferirlo, sino describir desde mi experiencia de visitante. Quienes hayan presenciado o visto videos de testimonios completos de víctimas vertidos en tribunales, habrán tal vez experimentado, como yo, que es muy difícil soportar esos relatos de vejaciones, horrores y pérdidas. Como dije antes, los detalles, más abyectos, en buena medida necesarios en los juicios para determinar el delito, también presentes en el informe de la CONADEP, y acaso indispensables si, como ciudadanos, entendemos que es un deber ser testigos plenos de una época que forma parte de la nuestra, esos “detalles”, no son expuestos. Esta observación no conlleva necesariamente una crítica: me es ajeno el oficio museográfico y entiendo, como espectador, que no todo lo que puede ser leído o expuesto en un juicio, lo que resulta necesario en la denuncia y el testimonio sobre ciertos crímenes, puede ser puesto en la escena de un museo –justamente, por ser obsceno.

No son expuestas tampoco las diferencias de trato, los excepcionales momentos de humanidad, las relaciones entre detenidos (aunque indirectamente aparecen referidas en parte), lo que la literatura ha denominado las “zonas grises”. Esta decisión, como la anterior, tampoco es objetable a priori, en particular a la luz del primer criterio, el de alcanzar un consenso básico (se evidencia también aquí, por otra parte, en qué medida este consenso y el segundo criterio, “lo que sucedió en la ESMA”, no se superponen). El interés en esas cuestiones no es “básico”, es analítico y comprensivo. Y debe decirse que, si no me equivoco y salvo contadas excepciones, el interés por las “zonas grises” fue efímero en Argentina y puede ser fechado: entre los libros de Pilar Calveiro, Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina, de 2001, y de Hugo Vezzetti, Pasado y Presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, de 2002, y el impulso al reinicio de los juicios en torno al año 2003. El hecho entonces de que, dentro de todo lo sucedido en la ESMA y de todo lo que eso puede ofrecer para comprender el acontecimiento terrorista en la Argentina (y comprender es uno de los fines del Museo), el foco haya sido puesto en los padecimientos sufridos en la ESMA da cuenta de ese consenso básico mencionado al comienzo. Y ese foco ha sido puesto, insisto, razonable y criteriosamente, lo que no quita que haya otras razones y criterios. El contraste de este enfoque “básico” con otros relatos e intereses presentes en nuestra sociedad (las zonas grises, pero también, y sobre todo, las “memorias militantes” y la “memoria completa”), da cuenta a su turno de la necesidad de ese consenso básico y de la necesidad de diálogo entre las más diversas posiciones que ese básico consenso expresa (volveré al final sobre esto último).

Capuchita

Finalmente, no hay, tampoco, registro de las voces de los perpetradores, que por cierto aportaron poco y nada en los juicios (y fuera de ellos), cuando no negaron todo, pero no puede decirse que no hablaron y, algunos, mucho. Esta tal vez sea la ausencia más visible. “Lo que sucedió en la ESMA” sucedió porque integrantes de la Marina secuestraron, torturaron y asesinaron a miles de personas, y se apropiaron de cientos de hijos apenas nacidos. Figuran nombres, rangos,  responsabilidades, acciones, sanciones penales, pero queda trunca la representación de los perpetradores –salvo, tal vez, al recorrer el chalet que habitó Chamorro- porque no se oyen sus voces. Acaso haya una pedagogía de la memoria que se pierda con esa ausencia. Sin dudas, incorporar lo poco y nada que han dicho los marinos en los tribunales requeriría de gran esfuerzo y no pocos debates. Lo cierto es que, más allá de haberse amparado en el derecho de no responder preguntas para no auto-incriminarse, más allá de rechazar la legitimidad de los juicios en los mismos juicios y de negar responsabilidades, hechos, fechas, lugares, y, entre otros, más allá de los “desconozco” y los “no me consta”, más allá de todo eso, los militares en general y los marinos en particular también dijeron cosas: por ejemplo, que hubo detenidos (ex almirante Salvio Menéndez), que participaron de detenciones (ex capitán de fragata Carlos Rolón), que la tortura y el asesinato de alguien inerme no son siquiera actos propios de una guerra (ex almirante Rubén O. Franco, ex vice-almirante Antonio Vañek), que los superiores determinaban un blanco y el subordinado apretaba el gatillo (ex teniente de fragata Jorge C. Radice), entre otros.

Sin dudas, hay también una distancia entre los testimonios de las víctimas, que debían prestar juramento de verdad y eran informados de la sanción penal que correspondía de faltar a ella, y los de los militares, que, como testigos o como imputados, podían aferrarse al derecho a no declarar contra sí mismos, el cual, en la práctica, es un derecho a mentir. Puede decirse, en consecuencia, que las declaraciones de los segundos, a diferencia de las de los primeros, no pueden tomarse como “probadas”. Pero aún conociendo esa diferencia, que podría ser claramente señalada, creo que cabe el interrogante de si no hay una pedagogía de la memoria y un elemento útil, acaso indispensable, para la comprensión (ese objetivo que, además del de la denuncia y el de la transmisión de memoria, se da el Museo) allí donde se deja oír lo dicho y (en lo dicho) lo no dicho por los perpetradores. No las apologías, por cierto, ni las críticas de los juicios ni las mentiras lisas y llanas (todo eso, podría ir en un futuro –y necesario- Museo de los juicios). Pero en lo poco que reconocieron, en la aceptación de que ciertos actos son inadmisibles incluso para “actos de servicio” (y el fiscal Strassera fue recurrente en preguntar, por ejemplo, si torturar o matar a alguien inerme era una acción militarmente aceptable) o en las dificultades que mostraron en el momento de mentir o evadir preguntas, en todo eso puede hallarse, a mi entender, una muestra de que en la ESMA “se tocó lo intocable” (retomo una frase de V. Massuh recuperada por O. Terán), una evidencia de ese “algo” que, en palabras de Pilar Calveiro, “se agita internamente en un hombre que destroza a otro”, en fin, un aporte para una pedagogía de la memoria.

En este sentido, es menester hacer una mención apenas breve de un testimonio excepcional que acaso merecería un espacio mayor en el guión del Museo. Me refiero a la asunción de la propia responsabilidad en los “vuelos de la muerte” que el ex capitán de corveta Adolfo Scilingo realizó en una entrevista con el periodista de Página 12 H. Verbitsky, luego en televisión, en la emisión de otro periodista, M. Grondona, ambas en 1995 y, finalmente, en un libro testimonial titulado ¡Por siempre, Nunca Más! Scilingo no declaró en juicio alguno en Argentina, pero sus declaraciones y, en particular, su libro, constituyeron evidencia fundamental para los juicios sobre la ESMA en el último periodo.

Vuelos de la Muerte

Para concluir, me detendré apenas en otras dos cuestiones. La primera, referida a algunos de los temas que quedan fuera de este texto y que, a mi entender, merecerían un debate. La segunda, el horizonte de debate o, más ampliamente, el diálogo que, desde mi punto de vista, propone la muestra del Museo.

En primer lugar, entonces, existen decisiones terminológicas o narrativas que pueden que sean “básicas” para el subconjunto de los actores involucrados en la curadoría del Museo pero que son objeto de debate en nuestra sociedad. Apenas los menciono: dictadura cívico-militar, trabajo forzado, centro clandestino de detención, tortura y exterminio, “crimen contra la humanidad” (o de “lesa humanidad”) y terrorismo de estado (y no genocidio), impunidad, la cifra de treinta mil desaparecidos. Personalmente, puedo acordar con algunos y disentir con otros, y con matices, pero no puedo ignorar que existe allí una serie de debates pendientes.

En segundo lugar, y explico aquí un poco el título y la idea que recorre estos párrafos, creo que puede celebrarse la narrativa del Museo, ese resultado de un “consenso básico”, en particular en el contraste con las dificultades para llevar adelante debates y transmitir memoria sobre el pasado criminal en los últimos lustros . Dificultades de las que, a la luz de esta muestra inaugurada en 2015, se ha indudablemente tomado nota. En este sentido, la muestra, en su básico consenso, parece reenviarnos a un primer consenso, el del Nunca Más, y acaso anterior al Nunca Más (apenas anterior, digo, al informe), el del descubrimiento y la denuncia de los crímenes. Para ser más preciso, puesto que no había en efecto un consenso en 1984 sino que se estaba apenas conformando por entonces (Marina Franco y Claudia Feld lo expresan claramente en el libro Democracia, hora cero): luego de los tiempos turbulentos de los últimos años (permítaseme el eufemismo a los fines de la brevedad), en los que no fue posible entablar diálogo entre las más diversas visiones sobre el pasado, se había erosionado el suelo común a partir del cual discutir (el consenso básico). Por eso entiendo que puede celebrarse esta nueva muestra, sin dejar de reconocer al mismo tiempo que este nuevo paso hacia el establecimiento de un piso a partir del cual dialogar no es la primera vez que lo damos, y que acaso no sea, el del Museo de la ESMA, el único paso dado en ese sentido en estos tiempos. Tengo para mí, que el Museo invita, a su manera, a estar atentos a los primeros pasos hacia el diálogo dados por otros.

Sótano del Casino de Oficiales de la ESMA