En esta columna, Ricardo Brodsky traza un panorama del resultado de los últimos comicios que tuvieron lugar en Chile en vistas a elegir representantes para la nueva Constituyente. Con un resultado adverso al oficialismo y una consolidación del centro y la extrema derecha, el nuevo escenario de la política chilena arroja preguntas hacia la coalición de gobierno liderada por Boric, pero también hacia el futuro, en el que las ideas y los proyectos progresistas, parecen encontrarse frente a una difícil encrucijada. Todo esto en el año en que se conmemoran 50 años del fracaso del último intento revolucionario, el de Salvador Allende y la Unidad Popular

Las listas de candidatos al Consejo Constitucional de Todo por Chile y Unidad por Chile, ambas vinculadas al oficialismo, sumaron en total 900 mil votos menos que los obtenidos por el presidente Boric en la segunda vuelta electoral que lo catapultó a la presidencia del país.

Esta cifra es quizás la que mejor refleja el desastroso resultado y el castigo que está sufriendo la izquierda y la centroizquierda tras algo más de un año de gobierno. La contracara, es el auge del partido Republicano que se instala como la fuerza política más votada del país con el 35,42%, y que junto a la derecha tradicional (21,07%), más el populista Partido de la Gente (5,48%), se empinan sobre el 60% de las preferencias, repitiendo el desenlace del plebiscito del 4 de septiembre pasado en el que se rechazó la propuesta constitucional identitaria. Estos resultados hacen pensar que se trata de algo más que un episodio, posiblemente la expresión de un nuevo clivaje en la política chilena que pone fin al del plebiscito de 1988 (Dictadura & Democracia).

Buscar la explicación de esta evolución parece ser una cuestión urgente para un gobierno al que le restan tres años y que no puede arriesgarse a seguir descapitalizándose, a riesgo de poner en juego la propia estabilidad de la democracia.

El hecho que el partido Republicano haya triunfado en prácticamente todas las regiones del país oculta un hecho que un estudio de la Universidad Del Desarrollo pone de manifiesto y que explica el resto: las comunas en que el apoyo a Republicanos es más contundente, son aquellas que se encuentran azotadas por la migración o la violencia política o criminal. En efecto, estas son Colchane, comuna fronteriza del extremo norte, y siete comunas del sur donde se desarrolla la acción armada de grupos mapuche (Ercilla, Contulmo, Tirúa, Los Álamos, Lebu, Ercilla y Melipeuco). Esto habla por sí solo del hastío ciudadano con la violencia.

El voto a favor del partido republicano puede leerse como un voto de castigo al gobierno por las consecuencias que en la vida cotidiana de las personas tiene el desafío al estado de derecho que se expresa en la violencia y la inseguridad: Como dijo el sociólogo Ernesto Ottone, hay una clara percepción que se vive en un mundo inseguro. Ya no se trata solo de un cambio en el nivel de vida (afectado por el estancamiento económico y la inflación) sino de la forma de vida: está en cuestión a donde puedo ir y no ir, cómo llevar los niños a la escuela, hasta qué hora puede estar en las calles, cómo debo defenderme de los asaltos, usurpaciones y tiroteos. A lo que se suma una inmigración descontrolada y la importación de nuevas formas de la criminalidad desconocidas hasta ahora en Chile. Millones votaron republicano justamente porque aparecen con el discurso más decidido en contra de esta situación.

¿Cómo reacciona el gobierno antes esta segunda derrota electoral contundente en menos de un año? Está por verse, pero en la primera semana ya se puede observar la porfía de sectores que declaran la necesidad “del pueblo” de salir a la calle y acelerar la implementación del programa, a pesar de ser minoría en el parlamento y en la sociedad, asegurando que éste es el camino correcto, aunque la mayoría no lo entienda así. Parecen no haber aprendido la gran lección de la Unidad Popular y es que en democracia para hacer cambios relevantes necesitas mayorías políticas y sociales. Por otra parte, hay quienes piden una ampliación de la coalición oficialista integrando a la democracia cristiana, partido que mantiene un peso importante a nivel parlamentario y en gobiernos regionales, pero que sufrió un desastre electoral histórico en las pasadas elecciones del domingo 7, no eligiendo a nadie para el Consejo Constitucional, algo nunca visto en la historia de ese partido.

Figuras en un paisaje de juan Pablo Renzi

El nuevo proceso constitucional quedó en manos de la derecha, y muy especialmente en manos del partido republicano que por sí solo tiene más de un tercio de los delegados, lo que le permite vetar cualquier norma. La derecha en su conjunto alcanza más de los dos tercios de la asamblea, lo que significa que no necesita preguntar nada a la izquierda para imponer un texto constitucional. Es la cara inversa del pasado proceso constitucional. Esta vez la izquierda y centroizquierda no alcanzan siquiera a tener derecho a veto. No obstante, el partido republicano deberá mostrar al país que no sólo es un radical crítico a la inseguridad, sino que es capaz de ofrecer soluciones a temas diversos que alcancen grados importantes de consenso político. Ahora, la guitarra está en sus manos y el país observará su capacidad de dar gobernabilidad.

El deterioro electoral de la izquierda y centroizquierda no viene, sin embargo, sólo de la crisis migratoria y de seguridad (cuya responsabilidad no le es completamente atribuible al gobierno actual), sino también, y muy especialmente, de la validación de la violencia durante el estallido social y las posteriores performances y puestas en escena por parte de Convención Constitucional. No por casualidad el 60 por ciento que rechazó la propuesta de la Convención, vuelve a expresarse esta vez apoyando a los más críticos de ese proceso.

Por algunos meses, el país se sintió en medio de una situación pre revolucionaria, las calles y muros tomados por los insurrectos, el metro ardiendo, las estatuas caídas, la policía arrinconada, el gobierno conquistado por una coalición a la izquierda de la izquierda, una Convención Constitucional buscando refundar a Chile con ideólogos decoloniales, el lenguaje trastocado para hacerlo paritario e inclusivo, el arte y la poesía en las calles y los aguerridos encapuchados de la primera línea recibidos con honores en el Congreso Nacional. Todo Chile reclamando por “los dolores de los 30 años”.

Difícilmente el presidente Boric podrá seguir administrando con ambigüedad las diferencias en su coalición. Su coalición de origen representa alrededor del 25% de la población y con el socialismo democrático puede llegar al 40%. Muchos piensan que tendrá que decidir un camino para viabilizar un programa adecuado a las nuevas circunstancias sino quiere que su gobierno quede aislado y en la irrelevancia. Esto es una necesidad impostergable para sobrevivir políticamente. Boric, como líder joven y carismático que es, tiene que salvar su inmaduro primer gobierno para tener futuro en la política chilena.

Parece reiterarse una verdad sabida: toda revolución fracasada provoca necesariamente una contrarrevolución o al menos una restauración conservadora y a veces también autoritaria. No deja de ser llamativo que esta reacción esté ocurriendo 50 años después del fracaso del último intento revolucionario, el de Salvador Allende y la Unidad Popular. Claro, hay diferencias notables: la Unidad Popular terminó a sangre y fuego, mientras que la revolución del Frente Amplio terminó en las urnas. Quizás como país hemos aprendido algo.

 

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