Ricardo Brodsky presenta el cuadro de la crisis política, económica y social, en un marco agravado por los efectos de la pandemia. Interroga los cambios en la nueva situación, que incluye el protagonismo de una nueva generación, el género, el mundo indígena y los territorios. Y deja abierta las preguntas sobre el presente y el futuro de  Chile.

 

La aguda situación política que se desató con el estallido social de octubre 2019 y los efectos de una pandemia que ya por más de un año ha traído dolor, muerte, desempleo, aislamiento y depresión, configuran un cuadro de crisis política, económica, social y sanitaria de proporciones nunca vistas en el país.

El Gobierno difícilmente logra que su aprobación supere el 10%. No se le perdonan las violaciones a los derechos humanos cometidas por la policía en represión a las manifestaciones del estallido social, y aunque, en la pandemia, a pesar de que actualmente se viven momentos críticos, se le puede reconocer eficiencia en la gestión de las camas críticas, ventiladores y vacunación masiva de la población, lo cierto es que sus déficits de conducción política y de apoyo social y económico son abrumadores y la paciencia de los chilenos con la focalización extrema de las ayudas parece haberse agotado al punto de tener que recurrir al retiro de 40 mil millones de dólares de sus ahorros previsionales para saltar la crisis.

La crisis ha hecho evidentes también los déficits del país en materia de derechos humanos. Desde luego, si hubo estallido social es porque eran muchas las deudas del país con amplios sectores de la población: jóvenes dejados de lado por el sistema, que no trabajan ni estudian, jubilados con pensiones de miseria, pueblos originarios no reconocidos, comunas populares sin recursos, abusos y privilegios sin contención, y sobre todo una humillante desigualdad, no sólo económica, sino de trato. No es casualidad entonces que, tras años de sordera del sistema político, el grito principal de la protesta haya sido: ¡Dignidad!

No obstante lo anterior, el sistema político ha sido capaz de reaccionar y canalizar institucionalmente la crisis. En efecto, cuando muchos actores se enfilaban hacia el derrocamiento violento y/o legal del gobierno, se produjo el acuerdo para iniciar un proceso constituyente, lo que fue ratificado por la población el 25 de octubre 2020 con un masivo voto a favor (80%) de redactar una nueva Constitución. En días recientes, mayo 2021, se realizó la elección de una Convención Constituyente paritaria y con cupos reservados para los pueblos originarios del país.

«Le choix», Pablo Flaiszmann (2019) – aguafuerte/aguatinta.

La conformación de la Convención deparó varias sorpresas: la principal, la derrota de los partidos de la transición, tanto de derecha (que no obtuvo el tercio que le habría permitido ejercer un derecho a veto) como de centroizquierda, y el cómodo triunfo de las mujeres y los candidatos independientes, representativos de causas regionales, medio ambientales, indígenas, de acceso al agua, feministas, animalistas, entre otros. Especial referencia puede hacerse a la llamada Lista del Pueblo, conformada por personas que participaron activamente del estallido social (muchos se conocieron allí, en las calles), y a pesar de la desconfianza inicial con que vieron este proceso constituyente, finalmente se organizaron en una lista de candidatas y candidatos obteniendo un triunfo resonante y una presencia decisiva en la Asamblea.

¿Estamos en un punto de no retorno en cuanto al predominio de una elite económica, política y social que ha administrado el país en los últimos 30 años? Es la pregunta que inquieta a unos y entusiasma a otros. Lo que es claro es que habrá un nuevo balance que incluye el protagonismo de una nueva generación, el género, el mundo indígena y los territorios. Están a la vista profundos cambios culturales que se expresan en un conjunto de nuevas propuestas, ecológicas, feministas, regionalistas, éticas, indigenistas, de derechos sociales, etc. Estas estaban presentes pero subordinadas. Ese es el cambio.

Con todo, hay muchas preguntas que solo los próximos meses podrán responder:

  • ¿Aceptará la Asamblea Constituyente el mandato establecido en el acuerdo político que le dio origen, es decir, redactar en un año una nueva Constitución que sea la casa común de los chilenos, o irá por nuevas atribuciones y nuevas reglas, como ya lo han pedido 34 constituyentes?
  • ¿La derecha se atrincherará en el temor que se apodera de parte de la ciudadanía o se reformará y levantará un proyecto post-neoliberal?
  • ¿Se fortalece una alternativa de izquierda no socialdemócrata (¿revolucionaria, populista? ) como parecen indicar las encuestas que dan al candidato presidencial comunista un amplio favoritismo en la oposición?
  • ¿El socialismo democrático y la democracia cristiana lograrán reunificarse y levantar una alternativa reformista en este cuadro de radicalización?
  • ¿El éxito de los independientes y el traspié de los partidos, significa que vamos hacia un escenario de dispersión política a la peruana que terminará afectando la gobernabilidad?
  • El populismo de derecha e izquierda campea en la cámara de diputados en una verdadera competencia de ofertas y demagogia. ¿Arrastrará esta dinámica al país al punto de perder sus ya difíciles equilibrios económicos?
  • ¿Serán capaces de canalizar este cambio los mecanismos institucionales diseñados y que están mutando y sometidos a fuertes presiones?

Son algunas de las preguntas que el nuevo escenario ha dejado abiertas. No son pocas ni intrascendentes. Algunas respuestas ya empiezan a configurarse.

En efecto, los resultados de las elecciones de gobernadores regionales, que se realizó por primera vez en la historia de Chile en el mes de junio, irrumpieron en este escenario dando una nueva oportunidad a la centro izquierda y consolidando fenómenos que ya había dejado en claro la elección de los constituyentes. El principal, el nuevo fracaso de la derecha, que la amenaza en extenderse a las elecciones presidenciales: sólo conquistaron una región de las 16 en disputa.

Los partidos de la antigua concertación, que como el Ave Fénix levanta un liderazgo presidencial en la presidenta del senado, la democristiana Yasna Provoste, en cambio, se quedaron con 10 gobernaciones, derrotando en unas regiones a la derecha y en otras a la alianza Frente Amplio-Partido Comunista. El Frente Amplio logró 3 gobernaciones y el resto quedó en manos de independientes opositores al gobierno. A pesar de la escasa participación electoral (19%), se pudo observar que la alternativa PC-FA se encuentra enclaustrada, amenazada desde la izquierda por la “lista del pueblo” y, desde el otro lado, por la centroizquierda. También quedó en evidencia que el electorado de derecha está disponible para respaldar a la centroizquierda si la alternativa es entre esta y el PC-FA, como de hecho ocurrió en la disputa de la región metropolitana de Santiago.

Seguirá este tobogán electoral con elecciones primarias en el mes de julio y finalmente con las presidenciales y parlamentarias en noviembre, todo lo cual ocurrirá en el marco de los debates de la Convención Constituyente. El futuro de Chile se sigue jugando excitadamente.