Luego del rechazo por 38 votos contra 31 del proyecto de ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo que contaba con media sanción de la Cámara de Diputados, Sergio Bufano, en esta nota aparecida originalmente en Perfil, pone en perspectiva histórica el rol de la Iglesia y su relación con la cultura democrática y los derechos de una sociedad libre.

«Interior del loco», Juan Pablo Renzi (1981)

El Senado de la Nación ha postergado una ley que seguramente se aprobará más adelante. No es más que una demora. Pero lamentablemente será letal porque hasta que ello ocurra cientos de mujeres morirán en clínicas clandestinas. Los legisladores no impidieron los abortos, que se seguirán practicando como siempre; apenas salvaron sus conciencias sin el coraje de enfrentar un pensamiento medioeval que condena a las mujeres especialmente pobres. El papel de la Iglesia Católica fue fundamental. No es la primera vez que moviliza a sus fieles para enfrentar a la modernidad. Ha demostrado su pensamiento dogmático en varias oportunidades desde que en Argentina se recuperó la democracia. A partir de 1983 persiguió con su dogma cualquier avance en las libertades públicas, ya sea en las expresiones artísticas, en los derechos de las minorías, en los avances de las ciencias. Recordemos que el primer episodio se produjo pocos meses después de asumir la presidencia el doctor Raúl Alfonsín, cuando el Teatro San Martín abrió sus puertas para que el artista Darío Fo representara una obra celebrada en países de Europa. Jóvenes de la Acción Católica apedrearon los vidrios del teatro, atacaron al elenco e impidieron a los gritos que los espectadores disfrutaran las representaciones. Poco después se movilizaron para tratar de impedir la ley de divorcio con la excusa de que todos los argentinos correrían al Registro Civil para separarse. También el artista León Ferrari fue víctima de esa intolerancia; su muestra escultórica fue clausurada y el escultor vituperado.  La campaña contra la ley de matrimonio igualitario que otorgó libertad a quienes hasta entonces eran perseguidos y en muchos casos encarcelados por sus preferencias sexuales, provocó la movilización de la institución eclesiástica, que reafirmó así su intolerancia y su intromisión en asuntos de Estado. Es cierto que hasta ahora van perdiendo todas las batallas culturales. Darío Fo y León Ferrari siguen siendo artistas reconocidos mundialmente, los matrimonios que quieren divorciarse puede hacerlo sin problemas, y quienes decidan una opción sexual diferente pueden hacerlo libremente según sus deseos. Y van perdiendo porque no se puede luchar contra el avance sostenido de los derechos humanos, sociales y culturales. No se puede detener el progreso para imponer dogmas y verdades absolutas e inmutables a sociedades que aspiran a avanzar cada día más. “Y sin embargo se mueve” dijo Galileo. Y así fue. Todo se mueve hacia adelante más allá de los rancios empeños de una institución que desde hace siglos sigue perdiendo fieles en todo el planeta Hay que reconocer, sin embargo, el poder de presión y movilización demostrada por la Iglesia Católica y su circunstancial aliada, la evangélica, que con la consigna de salvar vidas congregó a miles de personas. A las misas en Luján, en la Catedral de Buenos Aires, en la avenida 9 de Julio se sumó la amenaza de excomulgar al Presidente de la Nación si se aprobaba la ley. ¿Es necesario recordar cuántas vidas se habrían salvado si esa formidable maquinaria se hubiera movilizado durante la dictadura? Imaginemos al dictador Videla amenazado con la excomunión, ¿hubiera continuado con su plan de exterminio? Imaginemos miles de misas en catedrales y calles para reclamar por los secuestrados, ¿hubieran aparecido con vida? Si hoy, en pleno 2018, la Iglesia advirtiera que serán condenados al peor de los infiernos quienes todavía ocultan la identidad de hijos robados a sus madres, ¿recuperarían a sus familiares que sigue aguardándoles con el corazón herido?