Publicada en el diario francés Le  Monde (20/04/2020), en esta entrevista realizada por Nicolas Truong, el filósofo alemán pone de relieve la incertidumbre como acontecimiento a la vista de todos y analiza, entre otros temas, los dilemas de la selección de pacientes y de decidir el levantamiento de la cuarentena, la “tentación utilitarista” de la razón económica, el problema de los populismos y los desafíos de la democracia.

«La noche parece saber de mí», ph: Mónica Fessel.

Nacido en 1929, Jürgen Habermas es considerado uno de los filósofos más importantes de nuestra época. Este representante de la segunda generación de la Escuela de Frankfurt acaba de publicar en Alemania una gran historia de la filosofía en dos volúmenes (que aparecerá en Ed. Gallimard en 2022). Europeo convencido, autor entre otros de La Constitución de Europa (Gallimard 2012) y de El Porvenir de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal? (Gallimard 2015), explica porqué Europa debe ayudar a los países miembros muy endeudados y estructuralmente más débiles que, como Italia y España, han sido especialmente afectados por la pandemia del Covid-19.

¿Qué piensa usted que revela, desde un punto de vista ético, filosófico y político, esta crisis sanitaria mundial?

Desde un punto de vista filosófico, observo que la pandemia impone hoy, a todos y al mismo tiempo, un impulso reflexivo que hasta ahora era de la incumbencia de los expertos: debemos actuar dentro del saber explícito de nuestro no-saber. Hoy todos los ciudadanos ven cómo sus gobernantes están obligados a tomar medidas siendo plenamente concientes de los límites de los conocimientos de los virólogos que los aconsejan. Pocas veces el escenario en el que se desenvuelve una acción política sumergida en la incertidumbre habrá sido iluminado por una luz tan cruda. Tal vez esta experiencia por lo menos inhabitual deje alguna marca en la conciencia pública.

¿Pero cuáles son los desafíos éticos a los que nos enfrentamos en esta crisis sanitaria?

Veo al menos dos situaciones susceptibles de vulnerar la intangibilidad de la dignidad humana, esa intangibilidad que la ley fundamental alemana garantiza en su artículo primero y que también explica en el artículo 2: “Cada uno tiene derecho a la vida y a la integridad física.” La primera situación se relaciona con lo que se denomina el triaje, la segunda con la elección del momento apropiado para levantar el confinamiento.

El peligro que significa la saturación de las unidades de terapia intensiva de los hospitales- un riesgo que temen nuestros países y que ya se hizo realidad en Italia- evoca escenarios de medicina de catástrofe que solo se producen cuando hay guerras. Cuando se recibe en esas unidades una cantidad de pacientes mayor a la que puede ser atendida adecuadamente, el médico se ve ineluctablemente obligado a tomar una decisión que será trágica, porque será necesariamente inmoral. Allí nace la tentación de transgredir el principio de una estricta igualdad de tratamiento, que no tiene en cuenta el estatus social, el origen, la edad, etc., la tentación de favorecer, por ejemplo, a los más jóvenes a expensas de los de mayor edad. Y aunque hubiera personas ancianas que lo consintieran, por propia voluntad, con un gesto moralmente admirable de olvido de ellas mismas, ¿qué médico podría permitirse “comparar” el “valor” de una vida humana con el “valor” de la de otra para erigirse así en una instancia con derecho a decidir sobre la vida o la muerte?

El lenguaje del “valor”, tomado de la esfera de la economía, incita a un tipo de cuantificación realizada desde la perspectiva del observador. Sin embargo, la autonomía de una persona no puede ser tratada de esa manera: solo puede ser considerada desde una perspectiva que se posiciona respecto de esa persona. A su vez, la deontología médica muestra ser conforme a la Constitución, y coincide con el principio de que no se puede elegir una vida humana en lugar de otra. Y en situaciones en las que la decisión es ineluctablemente trágica, esa deontología le indica al médico que se oriente, exclusivamente, por índices médicos que permitan suponer que el tratamiento clínico involucrado tiene importantes posibilidades de éxito.

¿Y cuál es la otra situación?

Puesto que la decisión apunta a encontrar el momento apropiado para terminar con el aislamiento, la protección de la vida, que se impone tanto en el plano moral como jurídico, podría entrar en conflicto con, por ejemplo, lógicas de cálculo utilitarista. Cuando se trata de arbitrar entre, por un lado, los daños económicos o sociales y, por el otro, las muertes que pueden ser evitadas, los hombres y mujeres políticos deben resistir a la “tentación utilitarista” a la que se enfrentarían: ¿debemos estar dispuestos a arriesgarnos a una “saturación” del sistema de salud y, por lo tanto, a alcanzar tasas de mortalidad más elevadas, para impulsar el crecimiento de la economía y atenuar así el desastre social de una crisis económica? Los derechos fundamentales prohíben a las instituciones estatales tomar cualquier decisión que acepte la muerte de personas físicas.

¿No estamos corriendo el riesgo de transformar el estado de excepción en una regla democrática?

Desde ya, la restricción de una gran cantidad de importantes derechos de libertad debe seguir constituyendo una excepción de una duración muy determinada. Pero esta excepción, tal como intenté mostrarlo, es a su vez exigida por la protección, prioritaria, del derecho fundamental a la vida y la integridad física. En Francia y en Alemania no existen razones como para dudar del apego de sus dirigentes a la Constitución. El hecho de que el primer ministro de Hungría, Viktor Orban, aproveche la crisis sanitaria para amordazar definitivamente a la oposición se explica por la evolución autoritaria de larga data del régimen húngaro –una evolución a la que el Consejo europeo y, sobre todo, los demócrata-cristianos europeos asistieron, digamos, con magnanimidad.

¿Por qué Europa rechaza la idea de crear un “fondo corona” garantizado por el conjunto de los Veintisiete, que permitiría asumir colectivamente la aplastante carga financiera de la crisis?

Usted está poniendo el dedo sobre una cuestión de actualidad inmediata que pone en juego la propia existencia de la unión monetaria. Los países miembros muy endeudados y estructuralmente más débiles, como Italia y España, están especialmente afectados por la crisis, y al no ser en absoluto responsables de ello, deben ser ayudados por el resto de los Estados miembro, si es que queremos salvar al euro -de hecho el núcleo duro de la Unión Europea- de las presiones especulativas de los mercados financieros. Parece bastante indudable que únicamente la introducción de los “coronabonos”, promovida también por Francia, podría permitir en este orden una protección eficaz. Solo esos préstamos garantizados a largo plazo por el conjunto de los Estados miembro de la zona euro pueden asegurar a los países del sur el acceso a los mercados de capitales.

No veo ninguna solución alternativa, que sea tan o más solidaria de manera duradera, a esta propuesta. En cualquier caso, las maniobras del ministro de finanzas alemán para evitarlo -a las que su colega francés no debería de ningún modo consentir- no están a la altura de la situación.

 

“¿Para qué sirve la Unión Europea si en estos tiempos de coronavirus no muestra que los europeos cierran filas para luchar juntos por un futuro común?”, escribió usted en una tribuna colectiva publicada en “Le Monde” y “Die Zeit” el 2 de abril.

Mis amigos y yo mismo dirigimos esta pregunta a nuestro gobierno, a nuestra canciller Ángela Merkel y al ministro de finanzas Olaf Scholz (SPD). Ambos me dejan totalmente perplejo; se siguen aferrando aún hoy con obstinación a la política de crisis llevada a cabo desde hace diez años contra las protestas de los países del Sur, para gran beneficio de Alemania y los países del Norte. La gran mayoría de los políticos alemanes teme que una actitud más conciliadora pueda disgustar a su electorado. Tanto más cuanto que ellos mismos han atizado y halagado el egocentrismo y la auto-celebración de nuestros campeones del mundo de la exportación, acompañados por una prensa que, por su parte, ha sostenido abundantemente este nacionalismo económico.

Existen datos empíricos comparativos que demuestran que, con ese nacionalismo de substitución, nuestro gobierno no ha sido suficientemente exigente con la población en el plano normativo, con el resultado de hacer retroceder la sensibilidad europea. Si Macron cometió un error en su relación con Alemania, ese error fue el de subestimar de entrada el nacional-estatismo bastante cerrado de Ángela Merkel, cuyas cualidades se expresan mejor en otros terrenos.

¿Cómo vive usted el confinamiento?

Por ahora las que sufren menos son las horas que paso delante de la computadora trabajando en las ciencias históricas del espíritu.

Esta crisis sanitaria mundial podrá acentuar las fuerzas del nacional-populismo que amenazan ya a Europa. ¿Cómo hacerles frente?

Esta cuestión se plantea con independencia de la actual situación de excepción y debe encontrar una respuesta diferente según cada país. En Alemania, el pasado nacional-socialista nos inmunizó sólidamente por ahora (¿??) contra cualquier manifestación explícita de toda ideología de extrema derecha (¿??)[*]. Reconocido esto, los partidos políticos y las autoridades se permitieron ser, durante mucho tiempo, tuertos del ojo derecho, bajo el manto del anticomunismo dominante.

En Francia, el extremismo de derecha organizado es, desde hace tiempo ya, una fuerza política, pero tiene raíces ideológicas diferentes de las nuestras. Es más estatista que etnonacionalista. En la actualidad, una izquierda francesa con sensibilidad fundamentalmente universalista se está sumiendo en el odio a la Unión Europea. A diferencia de alguien como Thomas Piketty, por ejemplo, parece claro que esa izquierda dejó de pensar de manera consecuente su anti-capitalismo —¡como si el capitalismo global pudiera todavía ser combatido o aunque sea domesticado desde esa frágil e inestable embarcación que es el Estado nacional!

¿Qué relato se puede construir para dar nuevo aliento a una Unión Europea mal querida y desunida?

Los argumentos y los términos escogidos no ayudan demasiado frente al resentimiento. Un núcleo duro europeo capaz de actuar y aportar soluciones concretas a los problemas actuales, eso sí podría revelarse invalorable. Es el único escenario en el que vale la pena combatir por la abolición del neoliberalismo.

¿Cómo explica que el nacional populismo se haya propagado tanto en el mundo intelectual y en el espacio público europeo?

El populismo de derecha “intelectual” tal vez tenga pretensiones intelectuales pero no son más que eso, pretensiones. Es nada más que un pensamiento débil. Por el contrario, el populismo de derecha “común”, que se extiende bastante más allá de los sectores de la sociedad pauperizados y marginados, es una realidad que hay que tomar en serio.

En las sub-culturas frágiles existen numerosos factores movilizadores, por lo tanto inquietantes, que afectan las experiencias del mundo vivido: el cambio tecnológico, el proceso de digitalización en el mundo del trabajo, el fenómeno migratorio, la pluralidad cada vez más amplia de formas de vida, etc. Esas angustias se asocian, por un lado, al temor perfectamente realista de pérdida del estatus social y, por otro, a la experiencia de la impotencia política. Pero los afectos del populismo de derecha, que por todas partes en la Unión Europea convocan a refugiarse tras las barricadas nacionales, se sostienen, antes que nada, en dos elementos: la cólera que suscita que el Estado Nacional haya perdido su capacidad de acción política y una especie de reacción de defensa intuitiva ante el verdadero desafío político.

Lo que se niega a hacer, de manera absoluta, es admitir que solo la auto-afirmación democrática de una Europa unida puede hacernos salir de este impasse post democrático -que solo ese coraje puede hacerlo posible.

 

[Traducción GFM]

[*] Ndt: los signos de interrogación entre paréntesis están en el original.

Fecha original de la publicación Le Monde