La pandemia revela y profundiza vulnerabilidades existentes y desigualdades en términos de derechos en nuestras sociedades. Julia de Ípola examina en esta nota diez dimensiones de la crisis sanitaria desde una perspectiva de género, con el foco puesto en Francia y en América Latina. La presencia mayoritaria de las mujeres en la salud pública pero también su confinamiento tradicional en el hogar con sobrecarga de responsabilidades, ponen de relieve las desigualdades de género en la emergencia. Inversamente, la peligrosidad potencial, para cada uno, del otro en el espacio público universaliza una experiencia de amenaza constante que, hasta hoy, sólo era conocida por las mueres. Estos y otros temas son analizados en esta nota publicada originalmente en Le Grand Continent.

Desde el comienzo de la epidemia, y sobre todo a medida que el confinamiento fue decretado a través del mundo, diversos actores señalaron los riesgos a los que se enfrenta la población femenina en este contexto sumamente particular. La prensa (francesa e internacional) remarcó tres puntos en particular: un aumento patente de las violencias domésticas desde el 17 de marzo; el porcentaje de mujeres en la función pública hospitalaria en Francia (78%) y por tanto su exposición al virus; la dificultad del acceso a la interrupción voluntaria de embarazos (IVE) en un contexto de urgencia sanitaria. Sin embargo, estas cuestiones fueron generalmente tratadas independientemente. Si algunos foros proponen una lectura feminista de la pandemia, rara vez la inscriben en una perspectiva más amplia sobre el poder público y la toma de decisiones.

Se trata, claro está, de una situación inédita; pero no es por eso que haya que desinscribirla de una visión más amplia de lo político o dejar de lado ciertas herramientas teóricas que suelen resultar esclarecedoras para pensar las dinámicas que atañen a nuestras sociedades.

«Decir, Mentir, Callar» (fotografía), de Mónica Fessel.

En Only Paradoxes to Offer: French Feminists and the Rights of Man (1996), la historiadora estadounidense Joan Wallach Scott constata la coexistencia de dos universalismos contradictorios en el discurso republicano francés, el del individualismo abstracto y el de la diferencia sexual. Las feministas francesas, cuyo recorrido desde la Revolución de 1789 estudia Scott, deben luchar contra la discriminación, cuestionando la diferencia sexual –defendiendo entonces el universalismo del ciudadano abstracto-, cuando dicha discriminación se basa en la atribución, en función de su sexo, de “características de grupo a individuos biológicamente femeninos”[1]. La paradoja, que es para Scott intrínseca al feminismo francés, radica en la imposibilidad para estas protagonistas históricas –son cuatro en su libro- de plantear la problemática de la diferencia sexual para rebatir la discriminación sin reproducir los términos en los que esta ha sido originalmente formulada.

Esta paradoja, explica, refleja en realidad “las contradicciones inherentes de las teorías y de las prácticas de la representación democrática”[2], y es entonces inherente al contexto discursivo en el cual el pensamiento feminista es producido y en el que se formulan las reivindicaciones. Estas contradicciones terminan haciendo prevalecer el universalismo de la diferencia sexual: según Scott, en efecto, el individuo abstracto, sujeto de derecho natural que el republicanismo postula como “neutro” o “indiferenciado”, es en realidad masculino.

Resulta evidente que el alcance de estas contradicciones no es el mismo en 2020 que en 1789 o en 1848. No obstante, la cuestión de la masculinidad presupuesta pero negada, ocultada o inconsciente del individuo abstracto sujeto de derechos sigue siendo un prisma interesante para comprender las problemáticas ligadas al género que surgen con la pandemia del Covid-19.

Inversamente, las alteraciones de los vínculos sociales y, más generalmente, los cambios en el funcionamiento de la sociedad desde el comienzo del confinamiento permiten dar cuenta de la pertinencia de la tesis de Scott para analizar la elaboración de la política más allá (o más acá, tal vez) del contexto de emergencia sanitaria.

Por medio del estudio de diez temas de discusión, quisiéramos avanzar dos ideas centrales. En primer lugar, la toma de decisiones en el marco de la epidemia no toma suficientemente en cuenta –o no lo hace sino en una segunda instancia- las dificultades a las que las mujeres, específicamente, se ven confrontadas en un contexto de confinamiento. Está claro –esto ha sido frecuentemente subrayado- que dicha problemática se conjuga, entre otras cosas, con la de la clase social, que juega un rol determinante en las condiciones, o incluso en la posibilidad misma, del confinamiento. Por otra parte, ciertos asuntos sobre los cuales la población femenina ha tradicionalmente llamado la atención adquieren una visibilidad novedosa cuando tocan, como es el caso ahora, al conjunto de la sociedad.

Estas cuestiones son fácilmente identificables en Francia (y es este el marco nacional en el que reflexiona Scott), pero se manifiestan también en otras partes y presentan, en los países en vías de desarrollo, donde es sabido que la condición de las mujeres dista de ser óptima, ciertas particularidades. Por tanto, recurriremos a ejemplos del tratamiento de estas problemáticas en Francia y en América Latina, y en particular en Argentina, primer Estado latinoamericano en haber decretado un confinamiento estricto de población, y país que se encuentra, por otra parte, a la cabeza del movimiento feminista regional.

  1. Vulnerabilidad(es)

La pandemia es ciertamente, ante todo, una crisis sanitaria. La cuestión prioritaria es entonces proteger a las poblaciones más vulnerables frente al virus. Y, según la Organización Mundial de la Salud, si el Covid-19 “infecta a personas de todas las edades”[3], los datos parecen indicar que los mayores de sesenta años, y aquellos que presentan enfermedades secundarias (enfermedades cardiovasculares, diabetes, problemas respiratorios, etc.) son más proclives a desarrollar síntomas severos al contraer el virus. Destaca también el hecho que en ciertos países la tasa de mortalidad es más importante para los hombres que para las mujeres, pero el significado médico de esta estadística no ha podido aún ser esclarecido.

El confinamiento aparece entonces como una respuesta radical a la vulnerabilidad física de la población frente a la epidemia. Sin embargo, el mismo confinamiento puede generar o acentuar formas de vulnerabilidad que vienen a añadirse a una situación de por sí crítica. Las medidas de emergencia adoptadas no solo conceden un lugar primordial a la vulnerabilidad frente a la enfermedad –lo cual es esperable- sino que desvinculan a esta última de las otras formas de vulnerabilidad, que entran en consideración, en el mejor de los casos, en un segundo momento.

Si el gobierno francés no estaba preparado para hacerse cargo de la crisis sanitaria, y si reaccionó sin duda muy tarde en su evaluación de los riesgos de la epidemia, su falta de lucidez también atañe al trabajo previo para combatir los riesgos ligados a la gestión misma de la crisis sanitaria. Estos riesgos conciernen, por supuesto, a la economía[4] o la educación, pero también se encuentran ligados a la vulnerabilidad particular de las mujeres.

Podemos señalar que, a nivel internacional, ciertas investigadoras ven en este fenómeno un problema de representatividad. Clare Wenham, Julia Smith y Rosemary Morgan (en nombre del Gender and COVID-19 Working Group) subrayan en la revista científica británica The Lancet que “a pesar del reconocimiento por el Consejo Ejecutivo de la OMS de la necesidad de incluir mujeres en el proceso de toma de decisiones para la preparación y la respuesta a epidemias, la representación de las mujeres en los espacios políticos –a nivel nacional y global- ligados al covid-19 es inadecuada”[5].

Aún es difícil medir con exactitud la representatividad de estas instancias. Si esta pista podrá sin duda ser explorada con más precisión en el futuro, subrayemos por ahora que el tratamiento tardío, a nivel nacional, de los problemas ligados al género inducidos por el confinamiento da cuenta no sólo de una prevención insuficiente de la epidemia sino también de una negligencia en cuanto a la perspectiva de género en el trabajo preparativo.

  1. El rol del Estado en la salud pública

En el contexto de una pandemia, la cuestión del acceso a la salud pública es un problema de primera importancia. Se interpela al Estado, se lo llama a reaccionar y a proteger al máximo a la población –sin diferencia de clases. En Argentina, un país que en 2019 contaba con una tasa de pobreza del 40%, el sistema de salud es tripartito (compuesto por el sector público, el privado y el sistema de obras sociales de los sindicatos), y funciona por ende a distintas velocidades. Frente a la epidemia, el gobierno de Alberto Fernández propuso poner a disposición hospitales privados para una gestión por distrito de la crisis. Al respecto, la idea de un DNU fue evaluada por el Ministro de Salud, pero la perspectiva de un sistema universal no fue bien recibida en las empresas privadas de salud –el gobierno dio entonces marcha atrás, privilegiando la coordinación a nivel provincial. Este tipo de propuestas da cuenta de un esfuerzo por centralizar la toma de decisiones y por borrar las fronteras entre público y privado, entre ricos y pobres, en el acceso a la salud. Todo el mundo tiene derecho a la salud: el individuo abstracto tiene derecho a la salud pública. Mauricio Macri, ex presidente, conocido por su discurso antiperonista, y rival de Alberto Fernández en las últimas elecciones, llamó a apoyar las medidas del gobierno.

El sintagma “salud pública” revistió en los últimos años en Argentina una connotación singular. En el marco de la campaña por la legalización del aborto –proyecto debatido por primera vez en 2018 y que debería volverse una realidad bajo el gobierno de Fernández-, los movimientos feministas presentaron la IVE como un problema de salud pública que cristaliza las consecuencias de las desigualdades económica en el acceso a la atención de salud. Más allá de los debates morales, una realidad persistía: “las ricas abortan, las pobres mueren”. Pero el proyecto de ley, en 2018, fue rechazado por el Senado: ¿las mujeres (y en esta formulación se reproducen inevitablemente las paradojas subrayadas por Scott) no tenían derecho, ellas también, a la salud pública, en nombre del universalismo del individuo abstracto?

El llamado a la intervención estatal en nombre de la emergencia sanitaria de parte de ciertos actores vinculados a sectores liberales, generalmente opuestos o indiferentes a la campaña por el acceso al aborto “legal, seguro y gratuito”, es bastante sintomático, finalmente, del lugar al que las reivindicaciones por la extensión de los derechos de las mujeres se ven relegadas en el imaginario de una parte de la sociedad. El universalismo de la diferencia sexual, explica Scott, prevalece: el individuo abstracto es ante todo masculino.

  1. El acceso a la IVE: “no somos postergables”

El acceso a la IVE constituye, en el marco del confinamiento, un problema en sí mismo, incluso en un país como Francia, en el que esta práctica es legal hasta la 12va semana de embarazo. Un grupo de profesionales de la salud alertó, en una tribuna publicada en Le Monde, respecto de las dificultades inducidas por el contexto actual, que conciernen esencialmente la falta de personal –los hospitales están saturados-, la dificultad de los desplazamientos y la situación de violencia en la que pueden encontrarse las mujeres que quieren poner fin a sus embarazos[6]. En Italia, del mismo modo, donde el aborto es legal durante el primer trimestre de embarazo, los testimonios en plataformas virtuales dan cuenta de las trabas que sufre el acceso a la IVE: la implementación del canal de Telegram SOS Aborto_COVID-19 es altamente sintomática.

En ciertos estados de Estados Unidos, las fuerzas conservadoras aprovechan la situación de crisis sanitaria para impedir a las mujeres el acceso a la IVE: en Texas, en Ohio y en Kentucky, el aborto fue decretado operación médica “no urgente” y por tanto prohibida –“diferida”- en nombre de la lucha contra el Covid-19[7]. Del mismo modo, las mujeres con derecho a abortar en función de la ley vigente en Argentina no encuentran las maneras de hacerlo de forma segura. Una frase pronunciada por la feminista Luciana Peker a mediados de 2019, en lo más álgido de la crisis económica, resuena particularmente bien: “no somos postergables”[8]. Los derechos de las mujeres, insistía, deben ser una prioridad en la agenda política. Incluso en tiempos de crisis –sobre todo en tiempos de crisis.

En Francia, las mujeres se encuentran también viviendo una situación a contrarreloj, dada la dificultad del acceso en el marco de la epidemia. En su tribuna en Le Monde, los profesionales de la salud exigen una derogación durante la epidemia: “Desearíamos, excepcionalmente, por lo que dure el confinamiento, poder realizar aspiraciones hasta dieciséis semanas de amenorrea, o sea catorce semanas de embarazo”[9]. Un pedido de derogación también fue dado a conocer en España, que concierne esta vez la eliminación de la “informativa previa”, una instancia de información que constituye un requisito para poder proceder a un aborto. Las clínicas involucradas piden que esta información pueda ser proporcionada por vías digitales u otras, con el fin de dinamizar el proceso y de minimizar los riesgos de contagio.

  1. El lugar de las mujeres en la casa

Desde el comienzo del confinamiento, la periodista y novelista franco-marroquí Leïla Slimani publica en Le Monde su “diario del confinamiento”[10]. En el quinto número de este diario-folletín, se interroga sobre la relación de las mujeres con el espacio, y afirma que “la experiencia del confinamiento, del encierro, de la inmovilidad forma parte de la historia de las mujeres”. Slimani cita en particular la Historia de las mujeres de Michelle Perrot, que apunta que “a primera vista, las mujeres parecen confinadas”, porque están asociadas a la familia y el hogar.

Las imágenes tradicionalmente sedentarias de la mujer en la cultura occidental son abundantes: de Penélope en la Odisea, que teje y desteje esperando a su marido, a Úrsula Iguarán en Cien años de soledad, que ve a su hijo Aureliano irse a la guerra, se representa la mujer como quien se queda en casa. El encierro no es novedad.

Logos de redes sociales llamando a no salir de la casa.

La situación ciertamente evolucionó, en particular en el siglo XX, y las mujeres entraron masivamente al mercado de trabajo, liberándose así progresivamente de la tutela masculina y del anclaje al hogar. Sin embargo, los estereotipos –y las realidades de facto- siguen existiendo: un estudio del INSEE [Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos, según su sigla en francés] publicado en Francia en 2017 muestra que “la opinión según la cual las mujeres tendrían capacidades superiores para cuidar de los hijos y serían más proclives a hacerlo persiste: una persona de dos considera que las madres saben responder mejor que los padres a las necesidades y las expectativas de los niños. La ‘vocación parental’ de las madres aparece como la piedra angular que permite la articulación entre capacidades declaradas idénticas y una división social del trabajo aún ampliamente organizada en función del sexo de los individuos”[11].

Y si el permiso de salida durante el confinamiento no está en sí mismo ligado al género, su implementación puede estarlo. En Panamá, luego en Perú, el gobierno decretó una restricción de las salidas para hombres y mujeres según los días de la semana. El poder decidió hacer prevalecer una división por género del espacio que debía “facilitar el trabajo de las fuerzas del orden” –lo cual supone poner el foco en las manifestaciones físicas aparentes de la diferencia sexual, es decir en la diferenciación de los cuerpos, lo que no deja de alimentar un imaginario sobre la espacialización (binaria) de dicha diferencia.

Se trata de una medida muy singular –podría haberse pensado una gestión de los flujos basada en las últimas cifras del documento de identidad de los individuos- que ha sido denunciada por las asociaciones LGBT+. En una región en la cual asolan las discriminaciones hacia las personas transgénero, estas últimas temen aún más, en este contexto particular, las interpelaciones por parte de las fuerzas policiales.

  1. “En casa” no siempre quiere decir “a salvo”

Desde el comienzo de la crisis sanitaria, el espacio público fue presentado como peligroso; en contraparte, las ciudadanas y los ciudadanos fueron llamados a quedarse en sus casas, y el hogar apareció como el espacio donde se estaría a salvo –el sticker “Quedate en casa” lanzado por Instagram, rápidamente viralizado, muestra una pequeña casa rodeada por un corazón.

Pero en ciertos casos, el hogar dista de ser un espacio seguro. Es sabido, en primer lugar, que el aislamiento es un factor de riesgo para las violencias domésticas[12]. Este obliga a las mujeres víctimas a pasar mucho más tiempo con su agresor, y dificulta la posibilidad de pedir auxilio fuera del hogar. Por ello, el aislamiento social aparece muchas veces como una de las señales de alerta de que una relación se torna abusiva. Por otra parte, en un contexto de confinamiento obligatorio, los agresores potenciales se encuentran también aislados, y el desempleo o el sentimiento de frustración (que puede estar ligado a la pérdida del trabajo) pueden contribuir a desencadenar o agravar las violencias.

El mismo 16 de marzo, en Francia, Marlène Schiappa, secretaria de Estado a cargo de la Igualdad entre mujeres y hombres y de lucha contra las discriminaciones, alertó al gobierno señalando que “el período de crisis que atravesamos y el confinamiento en el domicilio propio pueden tristemente generar un terreno propicio para las violencias domésticas”[13]. Diez días más tarde, el 26 de marzo, el ministro del Interior Christophe Castaner confirmó que las violencias conyugales habían aumentado en una semana un 32% en zona de gendarmería y un 36% en la zona de la Prefectura de Policía de París. Schiappa anunció, a raíz del decreto gubernamental, la continuidad del funcionamiento del 3919, número gratuito y anónimo para las víctimas, pero señaló, el 1 de abril, que este recibía desde el comienzo del confinamiento seis veces menos llamadas[14]. Las organizaciones de la sociedad civil, como el colectivo Nous Toutes, exigen al poder público que no solo asegure la continuidad de ciertos dispositivos sino que también cree otros nuevos para hacer frente a una situación excepcional. Frente al recrudecimiento de las violencias, Castaner propuso la implementación de un mecanismo de alerta en las farmacias, calcado del modelo concebido en las Islas Canarias y adoptado luego en toda España. Un número de escucha pensado específicamente para los potenciales autores de estas violencias también fue creado, y Nicole Belloubet, ministra de Justicia, aseguró trabajar en vistas de la creación de una plataforma temporal de alojamientos para los agresores, con la idea de que no sean las víctimas quienes deban dejar el hogar. Del mismo modo, en Argentina, y más particularmente en la provincia de Buenos Aires, las llamadas al 144 aumentaron a razón de un 60%, pero los hogares de acogida de las víctimas suelen encontrarse desbordados, subraya Luciana Peker[15]. La dificultad en la gestión de la crisis revela la falta de trabajo previo, y en particular las fallas del gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) en torno a las políticas de atención de las mujeres víctimas de violencias: de los 36 hogares que debían ser inaugurados durante su mandato, tan solo 3 están hoy en proceso de construcción. Un “ruidazo” desde los balcones fue organizado a modo de protesta contra la escalada de violencia: entre el 20 de marzo, fecha del comienzo de la cuarentena, y el 30, seis femicidios fueron registrados en territorio argentino.

  1. Trabajar en casa

El confinamiento condujo a un buen número de ciudadanos y ciudadanas a trabajar a distancia, es decir, a trabajar desde (en) sus casas. Este es, claro está, un privilegio: esas personas pueden beneficiarse de una continuidad en su empleo y, por ende, en la remuneración. Pero el trabajo a distancia viene a revelar o a confirmar una realidad señalada desde los años 1960-70, en particular, con el auge del feminismo conocido como de la “segunda ola”: trabajar en su casa significa trabajar y punto, y ese trabajo amerita una remuneración. El cuidado de los niños, la preparación de las comidas, son actividades con un costo físico, psíquico y temporal. La economista estadounidense Nancy Folbre subraya que estas tareas no son, sin embargo, consideradas parte de la “economía del hogar”, y no son contabilizadas en el cálculo del ingreso familiar –lo cual tiende a sesgar indicadores micro y macroeconómicos cuando las mujeres entran al mercado de trabajo[16].

Si estas tareas son cada vez más compartidas en los hogares heteroparentales franceses, aún incumben mayormente a las madres, y muchos padres descubren, en el marco del confinamiento, el esfuerzo que requieren.

l mismo tiempo, para los hogares donde ambos cónyuges se encuentran repentinamente en la casa, la cuestión de la repartición de las tareas domésticas y de la carga mental se plantea con particular agudeza. En Argentina, el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad lanzó una campaña de sensibilización sobre este tema, que subraya que las “sobrecargas innecesarias” afectan “mayoritariamente” a las mujeres.

  1. Los cuerpos en el espacio público

Si, según apunta Leïla Slimani, las mujeres se vieron tradicionalmente relegadas al hogar, eso es también porque el espacio público es para ellas un entorno hostil. Las mujeres, en el espacio público, están permanentemente en estado de alerta. La inseguridad, y el sentimiento que la acompaña, las atraviesan de forma cotidiana: en la calle, de noche en el transporte público, en el parque, prácticamente dondequiera que estén. Diversos estudios sobre el tema muestran que, en tiempos “normales”, “para una mujer, desplazarse sola y frecuentar espacios colectivos supone un riesgo probado de ser agredida”[17].

Esta relación con el espacio público es denunciada desde hace años por organizaciones que combaten las violencias sexistas y sexuales –entre las cuales las agresiones y el acoso callejeros. El feminismo latinoamericano hizo de la negligencia del Estado sobre estas cuestiones una de sus consignas: “El Estado no me cuida, me cuidan mis amigas”, se oye cantar en las manifestaciones.

Este tema fue también objeto de investigaciones en el área de la sociología. En la senda de las teorías de Erving Goffman, Carol Brooks Gardner, discípula del sociólogo y lingüista norteamericano, estudió las asimetrías en las relaciones de género en el espacio público y en la relación de cada género con el espacio público en sí. Partiendo de la visión de Goffman del espacio público como una esfera que, si bien se quiere igualitaria, reproduce en realidad las diferencias de estatus y las discriminaciones de la esfera privada, Gardner se concentró en temas como el miedo específicamente femenino al crimen en la calle[18], o la explotación de la proximidad física por los hombres en el espacio público[19]. El temor de ser víctima de un crimen induce un permanente sentimiento de inseguridad: “las mujeres no saben jamás con certeza qué actividades masculinas son precursoras de una violación o de otro crimen”, escribe Gardner. Esto, conjugado con la responsabilización de las víctimas por la sociedad, conduce a las mujeres a volverse streetwise (astutas en la calle), à “tomar las precauciones necesarias”.

En tiempos de pandemia, el peligro que representa el espacio público para la integridad física de los individuos se ve súbitamente generalizado. Todas y todos adoptan las “precauciones necesarias”: guantes, barbijos y demás gestos barrera. Evidentemente, las mujeres siguen siendo el blanco de violencias sexistas y sexuales. Pero con la propagación del virus (que puede combinarse con ciertas formas de histeria colectiva frente a la crisis), los otros se vuelven, para cada individuo, una amenaza potencial –y esto, independientemente de su género. Ciertas precauciones, ciertos reflejos y ciertos miedos que Gardner identificaba como típicamente “femeninos” frente a la presencia de cuerpos peligrosos en el espacio público (“voy a cruzar de vereda”, “¿no se está acercando mucho a mí?”, “estamos muy apretados…”) pasan a ser compartidos, universales. La vulnerabilidad del cuerpo frente a la presencia de los otros –y sobre todo frente al contacto potencial- se vuelve una experiencia común. Porque concierne entonces a los cuerpos que encarnan, en términos de diferencia sexual, al individuo abstracto.

  1. ¿Estamos en guerra?

En su alocución del 16 de marzo, Emmanuel Macron afirmó, seis veces y con un tono marcial, que “[estábamos] en guerra”. Apelaba a la unión nacional frente a la catástrofe y al horror. Los testimonios de los médicos y del personal hospitalario dejan efectivamente sin aliento. Pero como subraya Maxime Combes, no estamos en guerra sino en una pandemia: “es suficiente”, y también muy distinto[20].

Entre las numerosas diferencias (la destrucción física de un enemigo, la posibilidad de negociar o no la paz, los términos en los cuales se formula el llamado a la solidaridad), se encuentra también la cuestión del género. Alcanza con escribir “Segunda guerra mundial” o simplemente “guerra” en Google Imágenes: el imaginario bélico es ante todo masculino. No es que las mujeres no hayan tenido un rol en los grandes conflictos del siglo XX –como lo muestran, por ejemplo, los trabajos de Luc Capdevila— pero sí son los hombres quienes muy mayoritariamente han combatido en el frente y a quienes asociamos aún hoy con el individuo abstracto que “hace la guerra”.

La analogía del Presidente, además de ser bastante desafortunada, contribuye a invisibilizar una realidad efectiva: en Francia, el 78% de las personas (cerca de 1 millón en total) que trabajan en la función pública hospitalaria son mujeres. Una proporción que alcanza el 90% cuando se trata de enfermeras y de cuidadoras. Son entonces en buena medida las mujeres quienes, en este otro espacio, el hospital, aparecen como protagonistas esenciales, y que se ven particularmente expuestas al virus. Mientras que esta referencia volvió a aparecer en la alocución de 13 de abril del presidente francés, las mujeres, en cambio, no estuvieron más presentes en su discurso. Detalle llamativo: en este discurso, Emmanuel Macron habló de los “enfermeros”, los “basureros”, los “cuidadores” –podríamos concederle la elección de remitirse a la regla gramatical según la cual la forma masculina prevalece en el plural, por una cuestión de concisión, por ejemplo-; menciona, en cambio, a “los cajeros y las cajeras” de supermercados. La feminización del sustantivo aparece en referencia a un sector –de “segunda línea”, para retomar sus términos- donde la tasa de feminidad es del 80%. Uno puede sinceramente preguntarse qué sobreentiende esto respecto del resto de los sectores.

Finalmente, Cynthia Enloe subraya en torno a esta cuestión que apelar a la unidad en nombre de la necesidad de hacer frente a una “guerra” conduce a vehiculizar una visión romántica del conflicto armado –un gesto torpe, que no toma en cuenta las investigaciones de historiadoras feministas de los últimos años sobre la condición femenina en un contexto de guerra.

  1. El cyber-acoso

En un contexto de confinamiento, el contacto con el mundo exterior en el hogar (la familia ampliada, los amigos, la escuela, los colegas) pasa por las redes sociales: es difícil privarse de su computadora o de su teléfono móvil cuando se tiene uno. Es difícil también, entonces, luchar contra el cyber-acoso. Los acosadores pueden pasar más tiempo en estas redes, y las víctimas no pueden permitirse evitar los dispositivos electrónicos. Los niños y los jóvenes de entre 12 y 14 años representarían en Francia el 45% del total de las víctimas.

El 1ero de abril, el colectivo Nous Toutes señaló vía Twitter una ola de cyber-acoso que se manifestaba principalmente en la plataforma Snapchat, y cuenta haber interpelado cuatro días antes al gobierno sobre este tema. Las diversas instituciones del sistema educativo recordaron las dimensiones de este problema y difundieron en redes sociales el número gratuito de escucha para las víctimas. La secretaría a cargo de la igualdad entre hombres y mujeres y de lucha contra las discriminaciones difundió rápidamente, a comienzos de abril, la “Guía para padres confinados” que había sido publicada días antes. Esta guía, destinada a los padres, contiene efectivamente una sección sobre el acoso; en ella, no se hace alusión a los problemas de género que se manifiestan virtualmente. Sin embargo, esta cuestión no es anodina: según datos del Centro Hubertine Auclert, el 58% de las víctimas de acoso sexual son niñas. Y, sobre todo, a diferencia de los niños, estas son objeto de discriminaciones y de violencias dirigidas específicamente contra su género, por ende, machistas.

El carácter sexista y sexual de estas violencias no hace sino acentuarse cuando la edad de las víctimas es más avanzada. Sobre este mismo tema, y asombrada ante la falta de artículos sobre la cuestión, la ensayista belga Marie Peltier difundió un live en su cuenta de Facebook donde trata la cuestión del cyber-acoso desde una perspectiva política. Habiendo sido ella blanco de esta práctica, da testimonio sobre su experiencia –ella pudo, finalmente asentar una denuncia judicial- y propone ciertos consejos para ayudar a las víctimas de acoso virtual en tiempos de confinamiento. La investigadora apunta en particular que los insultos dirigidos hacia ella revisten por lo general una connotación machista –una de las olas de cyber-acoso en su contra se desencadenó luego de que se expresara sobre el acoso callejero. Se trata, una vez más, de un tema para el cual se carece de perspectiva de género, y que si bien se ve acentuado en un período de confinamiento, excede ampliamente este marco.

  1. ¿Algunas pistas?

Las derogaciones para la IVE citadas más arriba constituyen una de las posibles medidas extraordinarias para ser tomadas en el contexto de la epidemia. El trabajo asociativo es esencial: Nous Toutes lanzó en Francia una task force en redes sociales para contribuir a luchar contra las violencias sexistas y sexuales durante el confinamiento. Pero la reactividad de los poderes públicos sigue siendo una condición sine qua non para la protección de las víctimas. En Argentina, por ejemplo, se decretó la prórroga automática de las medidas de protección (en particular las restricciones perimetrales) para las mujeres; el gobierno de la ciudad de Buenos Aires lleva adelante una campaña de difusión de información dirigida específicamente a las mujeres sobre la violencia dentro de la pareja, por vía electrónica. También se puede esperar que la puesta a disposición de sitios de alojamiento para víctimas o agresores sea llevada a cabo con recursos suficientes.

Pero más allá de las maneras de manejar los problemas ligados al género por lo que dure la epidemia, podemos desear que estas cuestiones sean en el futuro tratadas a priori por los poderes públicos –que la perspectiva de género, que “no es un lujo, incluso durante una emergencia”[21], sea tomada en cuenta de entrada en la toma de decisiones. No está dicho que así sea: un mes después del comienzo del confinamiento Emmanuel Macron no hace ninguna referencia (más allá de una vaga alusión a la violencia intrafamiliar), en su alocución, a la situación particular de las mujeres durante el confinamiento.

Terminemos entonces citando una parte de la serie de preguntas que el Instituto de las Naciones Unidas para la Investigación sobre el Desarme propone para un análisis de las políticas de prevención y de combate de una epidemia con perspectiva de género:

-¿Cuáles son las distintas necesidades de las mujeres y de los hombres en el contexto en el que se propone esta medida?

-¿Cuáles son los roles de las mujeres y de los hombres en el contexto en el que se propone esta medida?

-¿Las mujeres y los hombres tienen el mismo acceso a, y la misma influencia en, la elaboración de las medidas y la toma de decisiones?

-¿Hay desigualdades ligadas al género que podrían verse exacerbadas con esta medida?

-¿Existen sistemas para recoger, seguir y publicar datos y estadísticas desglosados por sexos?

Son preguntas cuya respuesta debería alimentar una reflexión que exceda el marco del confinamiento actual por dos razones. Por un lado, es posible que nuevos períodos de confinamiento sean decretados en un futuro más o menos cercano, o que un confinamiento estricto sea implementado en países donde no ha sido por ahora el caso, como Canadá. Sería deseable que las cuestiones ligadas al género sean tomadas en cuenta desde un primer momento en la reflexión y en la evaluación de los riesgos. Por otra parte, está claro que el período singular de la crisis del Covid-19 abre toda una serie de preguntas sobre nuestras comunidades. La experiencia que las poblaciones tienen de ciertas dinámicas, preocupaciones u obligaciones que atañen tradicionalmente al género femenino podría contribuir a esclarecer, así como invitar a reconsiderar, gracias a este aprendizaje, las relaciones de género en la sociedad.

[Esta es una traducción de un artículo publicado en Le Grand Continent, revista del Groupes d’Etudes Géopolitiques de la Escuela Normal Superior de París.]

[1] SCOTT, Joan, Only Paradoxes to Offer : French Feminists and the Rights of Man, Cambridge, Harvard University Press, 1996.

[2] SCOTT, Joan, Only Paradoxes to Offer : French Feminists and the Rights of Man, Cambridge, Harvard University Press, 1996.

[3] OMS, “Coronavirus disease 2019 (COVID-19) Situation Report – 51”, 11 de marzo de 2020.

[4] NORMAND, Grégoire, “En Europe, l’onde de choc du Covid-19 pourrait être dévastatrice”, La Tribune, 3 de abril de 2020.

[5] WENHAM, Clare, SMITH, Julia, MORGAN, Rosemary, “COVID-19 : the gendered impacts of the outbreak”, The Lancet, vol. 395, nº10227, 2020.

[6] [Colectivo], “Il faut « protéger les droits des femmes et maintenir l’accès à l’avortement »”, Le Monde, 31 de marzo 2020.

[7] NORTH, Anna, What it takes to get an abortion during the coronavirus pandemic, Vox, 1er avril 2020.

[8] TREPIANA, Ailín, RODRÍGUEZ, Yamila, “Luciana Peker: “En medio de la crisis económica, las mujeres no podemos ser postergables””, LM Cipolletti, 6 de septiembre de 2019.

[9] [Collectif], “Il faut « protéger les droits des femmes et maintenir l’accès à l’avortement »”, Le Monde, 31 de marzo de 2020.

[10] Leïla Slimani : « L’expérience du confinement, de l’enfermement, de l’immobilité fait partie de l’histoire des femmes », Le Monde, 29 de marzo de 2020.

[11] INSEE, Femmes et hommes, l’égalité en question, 7 de marzo de 2017.

[12] DUTTON, M. A., GOODMAN, L. A., “Coercion is intimate partner violence: Toward a new conceptualization”, Sex Roles, 2005, p. 743–756.

[13] “Confinement : les violences conjugales en hausse, un dispositif d’alerte mis en place dans les pharmacies”, Le Monde, 27 de marzo de 2020.

[14] BAUDAIS, Patrick et JANIN, Carine, “Une plateforme de logement pour l’éviction des auteurs des violences conjugales”, Ouest-France, 1º de abril de 2020.

[15] PEKER, Luciana, Violencia de género en cuarentena : aumentaron los pedidos de ayuda y faltan refugios que podrían evitar femicidios, Infobae, 30 de marzo de 2020.

[16] “Household labor, caring labor, unpaid labor : an interview with Nancy Folbre.”, Dollars & Sense, 2015.

[17] LIEBER, Marylène, “Le sentiment d’insécurité des femmes dans l’espace public : une entrave à la citoyenneté ?”, Nouvelles Questions Féministes, vol. 21, nº1, 2002.

[18] BROOKS GARDNER, Carol, Safe Conduct : Women, Crime, and Self in Public Places, Social Problems, 37:3, 1990.

[19] BROOKS GARDNER, Carol, Passing by Gender and Public Harassment, University of California Press, 1995.

[20] COMBES, Maxime, “Non, nous ne sommes pas en guerre. Nous sommes en pandémie. Et c’est bien assez”, Mediapart, 20 de marzo de 2020.

[21] FILIPOVA, Lenka, DALAQUA, Renata, REVILL, James, “Pandemics Are Not Gender-Neutral, Gender Analysis Can Improve Response To Disease Outbreaks”, UNIDIR, 24 de marzo de 2020.