En mayo de 2024, a seis meses del el ataque terrorista cometido por milicianos de Hamas sobre poblaciones del sur de Israel que se cobró la vida de 1200 personas y el secuestro de decenas de rehenes, Francesca Albanese, Relatora Especial de Naciones Unidas para los DDHH en los territorios ocupados palestinos, dio a conocer su Informe sobre el estado de situación en Gaza a raíz de las acciones militares desplegadas por el Estado de Israel sobre ese pequeño territorio donde habitan más de dos millones de personas. https://www.clacso.org/wp-content/uploads/2024/04/Anatomia-de-un-Genocidio.pdf
El informe de Albanese titulado “Anatomía de un genocidio” recoge abundante evidencia de la respuesta desmesurada desplegada por parte del Estado de Israel en los meses posteriores, en respuesta a lo ocurrido aquel 7 de octubre, y que ya, a esa altura del tiempo, a solo seis meses, se había cobrado la vida de miles de gazatíes y la consiguiente destrucción de estructuras civiles vitales para la mínima sobrevivencia humana ( barrios enteros demolidos, servicios básicos interrumpidos, hospitales, templos y carreteras destruidas, convoyes de ayuda humanitaria atacados). La apelación al concepto de genocidio en la que se centra el Informe Albanese para calificar las acciones israelíes, ya venía siendo parte de un amplio debate entre destacados especialistas en el tema, muchos de ellos, judíos e israelíes, como es el caso de Omer Bartov, Illan Pappé, David Zimmerman, Benny Morris por citar solo algunos de los nombres más destacados de la escena académica.
Con el paso del tiempo, ese debate acerca de cómo nominar lo que estaba ocurriendo, lejos de aplacarse, se fue profundizando. Es importante recordar que en enero de ese mismo año ya la República de Sudáfrica había elevado ante la Corte Internacional de Justicia la denuncia de comisión de genocidio por parte de Israel, algo que despertó respuestas airadas, no solo por parte de las autoridades israelíes sino de amplísimos sectores del judaísmo diaspórico para quienes el calificativo no solo no era el adecuado sino que además banalizaba o minimizaba la historia del sufrimiento judío referenciado en la Shoá.
La discusión acerca de si una masacre, una matanza, un ataque desplegado sobre población civil constituye o no genocidio atraviesa la literatura académica de buena parte del siglo XX. El delito de genocidio es, lo sabemos, jurídico, hunde su genealogía conceptual en el trabajo intelectual del polaco Rafael Lemkine y se proyecta luego en ese momento clave de la historia contemporánea cuando tuvo lugar el juicio de Nuremberg, momento en el que fue necesario calificar, con las palabras precisas, la dimensión y las características de los crímenes atroces cometidos por el Nacionalsocialismo sobre las comunidades centroeuropeas. Es cierto, confirmar el estatuto de genocidio para un hecho sangriento, por más atroz que este sea, no es una tarea sencilla, y además el concepto se encuentra siempre tensionado, disputado, por intereses políticos e ideológicos. Es común que perpetradores y Estados se esfuercen, una vez cometidas las atrocidades, por no ser encuadrados bajo ese calificativo, y para ello despliegan los más sofisticados argumentos tratando de ampararse en un factor clave para ser absolvidos por los tribunales (algo que también ocurre en este caso): el de la ausencia de intencionalidad.
Amos Goldberg y Damian Blatman son docentes e investigadores de la Universidad Hebrea de Jerusalem. Hace unas semanas atrás, el diario israelí Haaretz, publicó una columna firmada por estos dos autores en la que exponen, con sólida argumentación histórica y académica, por qué el concepto de genocidio es aplicable a este caso, a lo que está ocurriendo en Gaza. Sabemos, por experiencia acuñada en más de 40 años de historia argentina post dictadura, que esta calificación no es una más, y que tomar una posición a favor de reconocerla o no, ubica, a quien la enuncia o la niega, en un lugar preciso del debate, pero también en la interpretación de los hechos y las debidas responsabilidades.
Para Goldgerb y Blatman, pero para tantos otros reconocidos académicos pertenecientes al campo de los Holocaust Studies no queda duda alguna de que esta masacre que continúa mientras se escriben estas líneas es calificable como genocidio, pero también debemos decir que, más allá de las calificaciones jurídicas con que la historia termine calificando a este acontecimiento, lo que allí ocurre, lo que allí está ocurriendo, es repudiable, atroz, y desde cualquier perspectiva humanista, condenable.
Es por eso que, con el afán de contribuir a la discusión pública, reproducimos para nuestros lectores, esta columna.
Sin título (Eduardo Stupía, 2004), tinta y aguada sobre tela, 150×150 cm.
En Gaza no hay Auschwitz. Pero sigue siendo un genocidio
Amós Goldberg
Departamento de Historia Judía y Judaísmo contemporáneo de la Universidad Hebrea de Jerusalén
Daniel Blatman
Director del Instituto de Estudios judíos contemporáneos de la Universidad Hebrea de Jerusalén
Mark Twain escribió: La propia tinta con la que se escribe toda la historia no es más que prejuicio
Los peligros de escribir la historia de forma sesgada son evidentes y ponen de relieve la necesidad de definiciones cuidadosas y mesuradas para lograr una comprensión exacta de los acontecimientos.
No obstante, un examen comparativo meticuloso de los acontecimientos del último año lleva a la dolorosa conclusión de que Israel está cometiendo un genocidio en Gaza.
El historiador Shlomo Sand argumentó en un artículo (Haaretz, edición en hebreo, 15 de diciembre de 2024) que a pesar de las terribles atrocidades y crímenes de guerra cometidos por Israel en Gaza, los mismos no constituyen genocidio. Como argumento de apoyo, Sand contrastó la guerra de Gaza con dos acontecimientos similares, en su opinión, en los que ejércitos de países democráticos (Francia y Estados Unidos, respectivamente) cometieron atrocidades contra la población civil no menos horribles que las perpetradas en Gaza y sin embargo sus acciones no han sido calificadas de genocidio: la Guerra de Argelia (1954-1962) y la Guerra de Vietnam (1965-1973).
La afirmación de Sand es inexacta. Ben Kiernan, uno de los principales expertos en genocidio del mundo, estimó en su libro de 2007 Blood and Soil: A World History of Genocide and Extermination from Sparta to Darfur; que durante la ocupación colonial francesa de Argelia (1830-1875) entre 500.000 y 1 millón de argelinos murieron de hambre, enfermedades o asesinatos deliberados. Kiernan considera que el colonialismo en Argelia condujo a un genocidio, similar a los genocidios causados por la ocupación y colonización en Norteamérica y Australia.
Leo Kuper, uno de la primera generación de investigadores del genocidio, argumentó en su libro de 1982 Genocide: Its Political Use in the Twentieth Century; (1982) que las atrocidades cometidas por los franceses en la guerra de Argelia pueden calificarse de «masacres genocidas», pero no cumplen los criterios de un genocidio en toda regla.
En cuanto a la guerra de Vietnam, Sand fue aún menos preciso. En 1966, el Tribunal Russell, un organismo no oficial creado por el filósofo británico Bertrand Russell, se comprometió a investigar, evaluar y hacer públicas las denuncias de crímenes de guerra cometidos por Estados Unidos durante la guerra de Vietnam.
Este organismo incluía a destacados intelectuales, políticos y activistas, entre los que se encontraban Jean-Paul Sartre (que presidió el tribunal), la escritora feminista francesa Simone de Beauvoir, el político italiano Lelio Basso y el héroe de guerra yugoslavo Vladimir Dedijer. Este tribunal público concluyó que las acciones militares de Estados Unidos en Vietnam constituían genocidio en virtud de la Convención de la ONU de 1948 para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio
Estas acciones incluyeron el bombardeo y asesinato de civiles, el uso de armas prohibidas, la tortura y el abuso de prisioneros de guerra y la destrucción de lugares culturales e históricos.
Al igual que muchos han protestado por lo que consideran un reconocimiento internacional insuficiente de las atrocidades cometidas por Hamás que iniciaron la guerra actual, se criticaron las conclusiones del tribunal de Vietnam del Norte contra los ciudadanos de Vietnam del Sur.
Sin embargo, reconocer las atrocidades cometidas por el Viet Cong y Hamás no niega la necesidad de definir con precisión lo que el ejército estadounidense hizo en Vietnam y lo que las Fuerzas de Defensa de Israel hicieron en Gaza.
El Tribunal Russell llevó el debate sobre el genocidio por otras vías. Kuper argumentó que los bombardeos estratégicos, como las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki (en 1945) y los bombardeos aliados de Hamburgo y Dresde (en 1943 y 1945, respectivamente) podían considerarse actos de genocidio porque, en cada caso, la intención era destruir a civiles. Aunque Israel no ha lanzado una bomba nuclear sobre Gaza (a pesar de la propuesta de hacerlo del ministro de Patrimonio Amijai Eliyahu), las recientes acciones en la guerra de Gaza han traspasado barreras que Israel no había cruzado hasta ahora.
Una investigación de Yuval Abraham en +972 Magazine en abril, corroborada más tarde por otra investigación de The Washington Post , reveló que las FDI estaban utilizando la inteligencia artificial en sus bombardeos en Gaza , lo que lleva a un mayor daño a civiles inocentes. Este dispositivo creaba objetivos prácticamente infinitos. A veces se aprobaba la destrucción de barrios enteros y el asesinato de 300 no combatientes sólo para atacar a un líder de Hamás. Esta lógica convierte a todos los gazatíes objetivos legítimos. De hecho, según la meticulosa e impresionante recopilación de datos reunidos por el historiador Dr. Lee Mordejai en su sitio web Witnessing the War, se puede estimar que entre el 60% y el 80% de las bajas en Gaza son no combatientes, más que cualquier proporción anterior tolerada por las IDF y más que en cualquier otra guerra hasta la fecha en el siglo XXI.
De hecho, esto evidencia una política que permite la ejecución de un genocidio.
Sin embargo, la principal dificultad para definir jurídicamente los actos de asesinato en masa como genocidio es la necesidad de probar la intención. La Convención de la ONU sobre el Genocidio de 1948 exige demostrar la existencia de una intención de destruir, total o parcialmente al grupo víctima de la destrucción, que puede ser una comunidad nacional, religiosa, étnica o racial. La cuestión de la intención se incluyó en el convención en parte debido a un interés mutuo de EE.UU. y la URSS, que durante la Guerra Fría temían verse en el banquillo de los acusados de la Corte Internacional de Justicia por violentas que habían cometido en el pasado o que podrían cometer en el futuro. La CIJ fue un factor relativamente marginal en las relaciones internacionales durante la Guerra Fría. De hecho, la primera vez que un tribunal penal internacional condenó a alguien por la comisión de un genocidio fue Jean-Paul Akayesu, condenado a cadena perpetua en septiembre de 1998 por su papel en el genocidio de tutsis en Ruanda en 1994.
Los tribunales internacionales actúan con gran cautela antes de determinar que se ha producido un genocidio. El tribunal de apelación que se ocupó del genocidio de musulmanes bosnios en Srebrenica en julio de 1995 a manos de serbios de Bosnia abordó la cuestión de la destrucción de una parte de un grupo (como se menciona en la Convención de la ONU) y dictaminó que la parte debe ser destruida.
En dos sentencias relativas a la guerra en la antigua Yugoslavia, la Corte Internacional de Justicia determinó que, para demostrar «la intención de destruir», las acciones y comportamientos deben ser tales que pongan en peligro la existencia de todo el grupo. Las acciones y comportamientos deben ser tales que no puedan interpretarse razonablemente de otro modo.
En otras palabras, no basta con que la intención de destruir sea la interpretación más plausible de las acciones; debe demostrarse que no existe otra interpretación razonable.
Así, en una sentencia de 2015 relativa a una demanda presentada por Croacia contra Serbia ante la Corte Internacional de Justicia, en la que se alegaba que esta última había cometido genocidio en la guerra contra Croacia en los década de 1990, el tribunal concluyó que ambos bandos cometieron actos de asesinato y violencia durante la guerra.
Sin embargo, éstos no alcanzaron el umbral necesario para establecer que se había producido un genocidio. El Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia se abstuvo de calificar cualquier acto de violencia en esa guerra como genocidio, con la excepción de la masacre de Srebrenica de julio de 1995, cometida por serbios bosnios contra musulmanes bosnios, en la que murieron 8.000 hombres, mientras que las mujeres y los niños fueron desplazados.
Nadie dio a los soldados del corredor de Netzarim, que están matando a inocentes, una orden explícita de hacerlo. Pero los que lo hacen (y no son todos los soldados) entienden que no les pasará nada.
¿Puede probarse la intencionalidad en el caso de Gaza? Aparte de la idea de utilizar armas atómicas, los políticos israelíes políticos israelíes -entre ellos el primer ministro Benjamin Netanyahu, el presidente Isaac Herzog y el ex ministro de Defensa Yoav Gallant- y altos mandos militares han hecho numerosas declaraciones que indican una intención genocida, todas ellas documentadas. “No hay inocentes en Gaza”. “Vamos a llevar adelante una segunda Nakba”. “Vamos a destruir a Amalek”.
Aun así, el concepto de intención, en general, es muy problemático. William Schabás, uno de los principales expertos jurídicos en genocidio, lo explica en su importante libro Genocide in International Law: The Crime of Crimes, en el que analiza las decisiones de los tribunales internacionales especiales que juzgaron a los autores del genocidio en Ruanda y Yugoslavia.
Según Schabás, la prueba de intencionalidad necesaria para condenar a una persona o a un Estado por genocidio es mucho más exigente y compleja que la necesaria para condenar a una persona por un asesinato de carácter ordinario. Especialmente cuando se trata de un Estado, ¿qué puede considerarse una expresión de intención de Estado?
Si los autores llevan a cabo sus acciones haciendo declaraciones, órdenes, discursos, etc., que son genocidas, es más fácil establecer esa intención. En ausencia de tales declaraciones, la acusación debe basarse en las pruebas del propio crimen y en la determinación con la que los asesinos ejecutaron los asesinatos, que debe reflejar un claro deseo de destruir al grupo víctima. El tribunal que se ocupó del genocidio de Ruanda dictaminó que podía inferirse de las acciones mismas, su carácter masivo y/o sistemático o de sus atrocidades
En el contexto de Gaza, Schabás cree que el caso contra Israel por genocidio -que llegó a la Justicia Internacional por parte de Sudáfrica, a la que se han sumado otros 14 países en proceso de adhesión- es sólido, debido tanto a las innumerables declaraciones genocidas y a la naturaleza de las propias acciones. Entre ellas, la inanición sistemática de la población, la destrucción masiva de infraestructuras, la limpieza étnica del norte de la Franja, el bombardeo de zonas designadas como «seguras», etc.
La mayoría de los casos de genocidio en los tiempos modernos se han producido tras un prolongado conflicto violento entre el grupo de los perpetradores y el grupo de las víctimas. Por ejemplo, antes del genocidio armenio, que comenzó en 1915, los armenios se rebelaron contra la tiranía otomana y la supresión de sus aspiraciones nacionales cometiendo actos de terror contra el Estado ya a finales del siglo XIX.
El pueblo herero del suroeste de África (en la actual Namibia) se rebeló contra el dominio imperial alemán (que, en respuesta, casi los exterminó) después de que éste aplicara políticas que acabaron con sus medios de subsistencia (rebaños de ganado). Los hutus mataron a los tutsis en Ruanda en 1994, tras largos años de conflicto originado por los privilegios concedidos por el régimen colonial belga a los tutsis tras la Primera Guerra Mundial.
La mayoría de los actos de genocidio son percibidos por sus autores como actos de legítima defensa contra sus víctimas. El conflicto israelo-palestino entra indudablemente en esta categoría; el genocidio en Gaza es visto por la mayoría de los israelíes como una guerra defensiva tras el horrible ataque de Hamás.
El genocidio no tiene por qué ajustarse al paradigma nazi, que consideraba a todo judío como un enemigo que había que exterminar. El genocidio tampoco es nunca lineal, y siempre existen procesos contradictorios. Por ejemplo, mientras que los armenios fueron deportados y masacrados en vastas zonas del Imperio Otomano, en ciudades importantes como Izmir y Estambul apenas se vieron afectados.
Heinrich Himmler, el arquitecto de la Solución Final nazi, detuvo temporalmente el exterminio de judíos en lugares específicos debido a consideraciones económicas o diplomáticas, lo que permitió una estrecha ventana de rescate. Del mismo modo, Israel ha permitido la entrada de ayuda humanitaria a Gaza (que a menudo es explotada por Israel para promover a las bandas criminales locales), mientras que mata al mismo tiempo a civiles inocentes.
Casi siempre, las órdenes de llevar a cabo asesinatos en masa son vagas, elusivas y abiertas a la interpretación. Éste fue también el caso de la Solución Final alemana. El historiador británico Ian Kershaw, en su libro Ten Decisions That Changed the World, 1940-1941 (2007), explica que la afirmación de que hubo una decisión de exterminio puede inducir a error, ya que la impresión de que hubo un momento concreto en el que se dio la orden explícita de cometer un genocidio no es clara. De hecho no se emitió ninguna orden de exterminio desde la cúspide de la pirámide (Adolf Hitler) hacia abajo; en su lugar, se produjeron complejas interacciones que incluían luces verdes para intensificar medidas violentas, indicios de aprobación de actos asesinos e iniciativas populares que se combinaron para dar lugar a una escalada continua. Sólo en una fase posterior el proceso cristalizó en una resolución clara cuyo impacto se hizo visible sobre el terreno.
En este punto, la analogía con lo que está ocurriendo en Gaza también es relevante.
En diciembre, Yaniv Kubovich publicó en Haaretz un testimonio escalofriante sobre lo que ocurrió en el corredor de Netzarim, en Gaza. Cualquiera que cruzara una línea imaginaria hacia esta zona de exterminio ya fuera armado o un simple civil que se equivocaba de camino, era abatido a tiros por las fuerzas israelíes.
La violencia arbitraria reina en un lugar donde cualquiera puede disparar a cualquier palestino que pase, y cada víctima, incluso un niño, se cuenta como terrorista, igual que cada joven o anciano asesinado por la Wehrmacht en las aldeas de la URSS durante la Segunda Guerra Mundial fue definido como un partisano que merecía la pena de muerte.
La mayoría de los actos de genocidio son percibidos por sus autores como actos de autodefensa contra sus víctimas.
El conflicto palestino-israelí entra indudablemente en esta categoría.
En marzo de 2022, en un discurso pronunciado en el Museo Conmemorativo del Holocausto de Estados Unidos, en Washington, el Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, declaró que Estados Unidos considera las acciones de Myanmar contra los musulmanes rohingya como genocidio. Blinken explicó que decidió hacer esta declaración en el Museo del Holocausto porque las lecciones del Holocausto siguen siendo relevantes en la actualidad.
En aquel momento, nadie se escandalizó de que Blinken estuviera trivializando la Shoah, o de que no se debieran hacer tales comparaciones.
Este fue el octavo caso reconocido por Estados Unidos como genocidio, además del Holocausto.
Los otros casos son el genocidio armenio, la hambruna del Holodomor en Ucrania en la década de 1930; el genocidio de los Jemeres Rojos en Camboya en la década de 1970; los genocidios de Ruanda, Srebrenica y Darfur; y el genocidio perpetrado por el ISIS contra los yazidíes hace una década en Irak.
Recientemente, el 9 de enero, la administración Biden (de nuevo en una declaración de Blinken) reconoció un décimo caso de genocidio: el que está cometiendo la milicia Rapid en la brutal guerra civil que se libra en Sudán desde la caída del presidente Omar al-Bashir en 2019.
En Myanmar, a partir de 2016, unos 850.000 rohingya fueron expulsados a Bangladés, y unos 9.000 fueron asesinados. Esto significa que no hubo exterminio físico de todos los rohingya, sino solo de un pequeño porcentaje del grupo. En la actualidad, la Corte Internacional de Justicia conoce una demanda contra Myanmar ante la Corte Internacional de Justicia. Fue presentada por Gambia, a la que se unieron otros países, entre ellos Alemania y el Reino Unido.
Las declaraciones de funcionarios de Myanmar sobre la intención de Myanmar de exterminar a los rohingya son débiles e incidentales en comparación con la avalancha de declaraciones genocidas que se escuchan desde todos los corrillos de la política, la sociedad medios de comunicación y el ejército de Israel, que expresan una deshumanización extrema de los palestinos y el deseo de su exterminio generalizado.
Genocidio es toda acción que conduce a la destrucción de la capacidad de existencia de un colectivo, no necesariamente su aniquilación total. Se calcula que cerca de 47.000 personas han muerto en Gaza y más de 110.000 han resultado heridas. El número de los enterrados bajo los escombros es impreciso. La gran mayoría de las víctimas son no combatientes.
Según las Naciones Unidas, el 90% de la población de Gaza se ha visto desplazada de sus hogares en múltiples ocasiones y vive en condiciones infrahumanas que no hacen sino aumentar los niveles de mortalidad.
El asesinato de niños, la hambruna, la destrucción de infraestructuras, incluida la del sistema sanitario, la destrucción de la mayoría de los hogares, incluido el borrado de barrios y pueblos enteros como Jabalya y Rafah, la limpieza étnica en el norte de la Franja, la destrucción de todas las universidades y de la mayoría de las instituciones culturales y mezquitas, la infraestructura gubernamental y organizativa, fosas comunes, destrucción de infraestructuras y la distribución de agua: todo ello dibuja un claro panorama de genocidio.
Gaza, como entidad humana, nacional colectiva, ya no existe. Esto es precisamente lo que parece un genocidio.
Una vez que termine la guerra, los israelíes tendremos que mirarnos en el espejo, en el que veremos no solo el reflejo de una sociedad que no protegió a sus ciudadanos del ataque asesino de Hamás, y desatendió a sus hijos e hijas secuestrados, sino que además cometió este acto en Gaza, este genocidio que manchará la historia judía desde ahora y para siempre.
Tendremos que enfrentarnos a la realidad y comprender la profundidad del horror que hemos infligido.
Lo que está ocurriendo en Gaza no es el Holocausto. Allí no hay Auschwitz ni Treblinka. Sin embargo, es un crimen de la misma especie: un crimen de genocidio.
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