Militante político de los setenta. Formó parte del exilio argentino en México y de la experiencia de la Mesa Socialista y de la  revista Controversia. Periodista y escritor, fue jefe de redacción de Le Monde Diplomatique, dirigió Lucha armada en la Argentina y actualmente la editorial Ejercitar la memoria. Entre sus libros se destaca Perón y la Triple A (2015).

En su intervención en el marco del encuentro “Hacia una agenda de los derechos humanos”, Sergio Bufano sostuvo que la realización de la justicia no se agota con la reparación de las violencias del pasado ni con el indudable avance en la vigencia de los derechos políticos y civiles y exige ampliar la mirada hacia un horizonte que enfrente la pobreza y la desigualdad en el acceso a condiciones básicas de bienestar y ciudadanía.

 

Durante décadas las dictaduras militares violaron sistemáticamente los derechos civiles y políticos. La última dictadura militar fue un ejemplo de hasta qué punto es posible el ejercicio del terror sobre la sociedad. Afortunadamente, logramos salir de ese infierno. La sociedad, algunos políticos y los organismos de derechos humanos ocuparon un lugar fundamental para dejar al descubierto lo que estaba oculto por la represión.

La democracia a partir de 1983 comenzó a reparar estas heridas. La Conadep y el Juicio a las Juntas fueron un modelo inédito de justicia, a pesar de que desde algunos sectores se lo quiera minimizar o ignorar.

Pero la demanda de justicia frente a los horrores de la violencia estatal, también incorporó demandas de reparación frente a la pobreza, la desocupación, los bajos salarios arrastrados desde la dictadura. Había hambre de justicia y hambre de comida.

Desde una perspectiva histórica, la democracia hizo avances significativos en los derechos políticos, civiles y sociales. Pero América latina sigue siendo la región más desigual del planeta. Y en la Argentina, después de 33 años de democracia, se ha profundizado la desigualdad y la diferencia entre los más ricos y los más pobres.

Algo pasa, entonces, en nuestras democracias.

Fue en democracia cuando los derechos sociales de la población fueron barridos de un plumazo con el gobierno de los años noventa, que desmanteló lo que quedaba del estado de bienestar. La crisis del 2001 fue un golpe crucial que llevó a una parte importante de la sociedad argentina a profundizar la pobreza. Hoy, la desigualdad parece que llegó para quedarse, no sabemos hasta cuándo.

Cada vez que hablamos de derechos humanos el tema aparece directamente asociado a la reparación de quienes fueron víctimas de las dictaduras militares, y al castigo a los responsables.

Pero debemos ampliar la mirada. Los derechos humanos trascienden esos períodos más o menos extensos de represión y autoritarismo: los derechos humanos tienen una íntima relación con la dignidad de la vida, con el bienestar, con la posibilidad de tener esperanzas, al menos una tan sencilla como es que los hijos estarán mejor que los padres. Es decir, con la confianza en la vida y la mayor o menor felicidad a la que aspiramos todos los seres humanos.

¿Se puede ser feliz en una sociedad profundamente desigual? ¿Cuánta pobreza y desigualdad aguanta la democracia? En este sentido creo que la democracia y los gobiernos de turno –y no solo en la Argentina por supuesto- tienen asignaturas pendientes, tienen confundidas la prioridades, dicen defender la justicia social y la igualdad pero mantienen a hombres y mujeres en la pobreza, en el temor que produce un trabajo inseguro, el desempleo y la dependencia de un subsidio (que por supuesto es bienvenido cuando no se tiene otra cosa).

En ese sentido digo que nuestras democracias son rengas, parciales, y muchas veces por eso pierden legitimidad frente a liderazgos mesiánicos.

Se supone que la democracia está obligada a una redistribución equitativa. Pero lo está haciendo tan parcialmente que millones de personas viven en situación de extrema pobreza.

Y no es solo por falta de recursos económicos. Hace pocos años el país recibió los beneficios de una situación internacional extraordinaria. Podríamos afirmar histórica. Y fueron dilapidados por los dirigentes políticos, los empresarios, también por los dirigentes sindicales y buena parte de la ciudadanía acomodada que fue indiferente –y también cómplice- a la corrupción.

Hay cuatro condiciones básicas para paliar mínimamente con aquello que la Constitución Nacional afirma y no se cumple: vivienda, educación, salud, alimentación.

Cuando digo vivienda no me refiero a construcciones que al cabo de dos años ya están arruinadas porque fueron pensadas para los pobres. Sino viviendas sólidas, con acceso a servicios básicos de agua, luz, gas, cloacas, transporte adecuado y digno para todos, calles pavimentadas en donde los habitantes no tengan que chapalear en el barro para ir a trabajar.

Cuando hablo de educación, no me refiero a escuelas para pobres sino a escuelas y docentes que promuevan la curiosidad entre sus alumnos, que tengan nivel académico para despertar en ellos el ansia de conocimiento. Y de maestros y profesores capacitados, evaluados y bien retribuidos en la profesión que ejercen.

Otro tanto con la salud. El acceso a la salud es absolutamente desigual en nuestro país. Basta ver las condiciones de los hospitales en todo el territorio de la Argentina para comprobar las deficiencias que sufren. Hay escasez de centros de salud y de médicos y de infraestructura. En ellos mueren ciudadanos que podrían haber vivido muchos años más si hubieran tenido la atención adecuada.

Cuando hablo de alimentación, me refiero especialmente a la escasa ingesta de proteínas que producen obesos como los que vemos en chicos y adultos en las villas miserias, alimentados con grasas que los llevarán a una muerte segura en sus próximos años.

Que no se interprete esta demanda como la propuesta de un radicalismo extremo que reniegue de la democracia. Con lo que costó obtenerla en la Argentina, debemos cuidarla. Pero creo que se nos ha contagiado una suerte de conformismo pasivo, una resignación que debemos sacudirnos. Porque una buena parte de nuestros conciudadanos (el 30 por ciento según datos del INDEC) no están disfrutando de los derechos humanos que nosotros disfrutamos.

¿Cuál es la libertad de prensa para el que apenas sabe leer? ¿Cuáles son los derechos humanos del que vive en la miseria junto a un arroyo pestilente al que las fábricas arrojan todos sus desechos? ¿Cuáles son los derechos humanos del que diariamente abre el contenedor de basura en la puerta de nuestras casas para comer lo que hemos arrojado?

Digámoslo con todas las letras: la democracia no respeta los derechos humanos de varios millones de argentinos. Y sin embargo, no podemos prescindir de ella. Repito, debemos protegerla.

Hay una palabra que está faltando: capitalismo. El sistema democrático debe enfrentar al capitalismo salvaje que se adueñó del mundo luego de la caída del Muro de Berlín y ponerle freno al obsceno afán de acumulación de riqueza que lo define.

¿Cómo se resuelve? No tengo una respuesta, naturalmente. Pero creo que el único camino posible es el de la cooperación política entre los principales partidos. No se trata de grandes pactos nacionales, sino de acuerdos parciales. Sabemos que el problema de la desocupación es difícil de solucionar,  pero hay temas que pueden resolverse mediante acuerdos parciales. Pongo como ejemplo el de la vivienda: una cuestión que hay que resolver sacándola de la agenda electoral mediante un acuerdo de cooperación entre los partidos. Un acuerdo puntual que involucre a todas las fuerzas políticas, empresarias y sindicales. ¿Es posible imaginar un acuerdo para resolver el hábitat de los que no tienen viviendas sin competir para ver quién gana más votos? Creo que sí, que es posible mediante un trabajo conjunto que deje de lado transitoriamente la competencia partidaria, el afán de votos y de promoción de siglas. Se trata de establecer una política de Estado que involucre a todos los actores sociales. Partidos políticos, empresarios, sindicatos, organismos de derechos humanos, organizaciones sociales, sean oficialistas u opositores.

Porque una cosa es ser pobre viviendo en un sitio con paredes sólidas, agua, gas natural, cloacas, energía eléctrica, veredas y calles pavimentadas, que ser pobres en una villa donde a la desocupación y a la falta de atención sanitaria, se suman el barro, las ratas, el frío y el calor, la terrible condición de vivir sucios y apretados en promiscuidad.

¿Podemos permitir que hombres y mujeres y chicos sigan viviendo entre el agua turbia y contaminada? ¿Con el fango que les llega hasta los tobillos?

Soy lo suficientemente escéptico como para no aspirar a la redención humana. Pero hay posibilidades de mejorar las condiciones sociales de los que viven en la pobreza, sin acceso a los más elementales derechos ciudadanos.

No es una utopía, es una posibilidad real, un camino, para revertir la derrota política y cultural que hemos sufrido a lo largo de los años.