Ex Directora de Memoria Abierta. Fue Directora Ejecutiva de la Comisión de la Verdad para El Salvador de las Naciones Unidas y Directora del Departamento de Derechos Humanos para la Conferencia Nacional de Obispos en Perú. Actual Directora del Centro Internacional para la Promoción de los Derechos Humanos dependiente de UNESCO.

En el marco de la actividad “Hacia una agenda de los derechos humanos”, con la mirada puesta en la situación presente de los derechos humanos en la Argentina, Patricia Tappatá Valdez construye una historia en perspectiva latinoamericana en torno al concepto de Derechos Humanos, recordando otras experiencias, como las de Perú, El Salvador y Guatemala, destacando a algunos actores clave y que han sido “olvidados” al tiempo que narrando el arduo aprendizaje que supuso para muchas organizaciones y protagonistas de las luchas políticas de los años ´60 y ´70 apropiarse de este concepto

Buenas tardes. Gracias por el espacio que me brindan en esta mesa que se realiza además,  en un lugar en el que en otros tiempos se produjeron debates muy fructíferos sobre estos temas.

Estuve pensando en qué reflexiones plantear en esto breves minutos,  para intentar contribuir, desde mi lugar, a una discusión que comprende a muchos y que me parece no sólo necesaria, sino muy bienvenida.

Entonces, siendo acaso algo esquemática, he dividido mi exposición en dos partes a las que he llamado: Algunos rasgos de la región latinoamericana y Trayendo al presente algunas cuestiones.

Primera Parte: algunos rasgos de la región latinoamericana

PRIMERO:

Vivimos en un continente caracterizado hoy como región violenta. Me refiero al predominio de la violencia con sus manifestaciones y orígenes diversos (Por ej. el fenómeno las maras en El Salvador, las nuevas formas de crimen organizado, la violencia hacia los pueblos originarios, la violencia que acaba de terminar en Colombia con la firma de los Acuerdos de Paz, entre otros); violencia que en ningún caso se limita a, pero ciertamente incluye, los asesinatos de manifestantes opositores al régimen en Venezuela.

SEGUNDO:

Este mismo continente está mostrando una creciente reserva y un rechazo a respetar, asumir y cumplir las resoluciones de las instancias internacionales.

Los usos por parte de los líderes de los conceptos de soberanía y las apelaciones al predominio de las decisiones nacionales sobre acuerdos y tratados, son el argumento para fugar, para huir de esos marcos que sienten como limitadores del ejercicio del poder. Con argumentos progresistas o conservadores, la reticencia es la misma. Por supuesto, esto significa un debilitamiento de esas estructuras.

TERCERO:

Nuestra región comparte un problema de vigencia de violencia institucional, en particular abuso y violencia policial, uso consuetudinario de la tortura, prisión temprana y condiciones denigrantes de las prisiones. Son esas sólo las características más salientes de las violaciones a los derechos humanos que se concentran en los grupos de población pobre y en los sectores vulnerables en general.

CUARTO:

La extensión de la corrupción como práctica institucional y parte del tejido institucional y social en nuestros países. Esto incluye a los distintos poderes, al sector corporativo, asociativo y a la sociedad en general. Esto socava la confianza social y rompe los lazos antes vinculantes entre sectores. Me parece que aún es un tema poco pensado pero tiene algo -o mucho- que ver con los DH. Y acá, quisiera recordar porque me pareció entonces significativo, el debate entre pares cuando Mariano Ferreyra fue asesinado y en el desarrollo de las primeras investigaciones aparecía con claridad el entramado de manejos ilegales y corruptos que terminaron con el líder sindical J. Pedraza en prisión. Por un lado, el asesinato. Por el otro, la tercerización por la cual Mariano Ferreyra y el grupo político-sindical al que pertenecía protestaban, la represión posterior y el consecuente procesamiento de José Pedraza, secretario general del gremio ferroviario desde 1985. El debate, que entonces me pareció no sólo provocador sino muy elocuente, consistía en reconocer o negar la vinculación entre la violación gravísima a los derechos humanos como lo fue el asesinato, y la corrupción que ese asesinato puso en evidencia.

QUINTO:

El lugar relevante del pasado reciente como otra característica compartida entre los países latinoamericanos. Con sus diferencias, las sociedades en la región, poseen una fuerte influencia o han recibido un legado (que produce disrupciones y moldea sus presentes políticos). Se trata de un pasado compartido de rupturas del Estado de Derecho, de uso del terror estatal, de dictaduras militares,  de conflictos armados internos y violencia política en general. Hay aquí muchas lecciones aprendidas y también una práctica fuerte de lucha liderada por la sociedad civil para conseguir verdad y justicia. Pero también, con diferencias, hay un importante ejercicio de memoria que parece responder a un mandato sólido y contundente -más o menos extendido a nivel social- de no cejar hasta conseguir verdad, justicia, memoria y reparación a las víctimas. 

SEXTO:

La región también ha conseguido –con distintos grados de éxito- el establecimiento de procedimientos de tutela de las garantías esenciales de la población y ha creado, o fortalecido en muchos casos, la institucionalidad protectora de los derechos humanos.

Segunda parte: Rememorando y trayendo al presente algunas cuestiones

A partir de la caracterización anterior, que es probablemente injusta en tanto estamos dejando de lado muchas particularidades, yo me hice muchas preguntas sobre qué es lo que está pasando hoy cuando tenemos graves problemas en relación a pensar los DH. Y con humildad, porque no voy a poder responder a todas las preguntas, y tomando ventaja de mi experiencia en el tema, me propuse rememorar. Y me propuse –debo decir que con escaso tiempo- traer al presente algunas cuestiones, teniendo en mente una frase que hace muy poco tiempo atrás me dijo un alto funcionario de las Naciones Unidas que tiene como tarea la defensa y protección de los DH. Él me dijo “…hay demasiada ideología y demasiada política en Argentina. Es muy difícil discutir de derechos humanos”.

       Me inscribo entre los que siempre creyeron con firmeza en el carácter fuertemente político de la lucha por los derechos humanos -y creo que por eso me involucré en ella-, pero también veo que no es fácil discutir sobre derechos y vigencia de derechos humanos hoy, quizás por el predominio de miradas fuertemente partidizadas. Por eso, y tal como me decía este observador, me propuse traer a la mesa algunas cuestiones.

Este ejercicio, algo apurado y probablemente incompleto, me hizo ver que sería muy útil –quizás urgente- volver a las fuentes. Preguntarnos sobre los consensos y las narrativas que alguna vez nos unieron, para ver cómo hoy se puede mirar el presente y el futuro. Y aquí, como en la primera parte, tengo también seis puntos.

PRIMERO:

El carácter político de los DH. Volví a mirar un texto que leí mucho en los ´80. Un texto de Norbert Lechner que se llama “Los DH como categoría política”. Lechner plantea muy fuertemente los DH como categoría política y a la vez destaca su carácter utópico, al tiempo que advierte que la formalización en garantías constitucionales no puede de ninguna manera agotar la cuestión. Digo aquí -de una manera resumidísima- que vuelve a tomar los DH con ese carácter utópico señalando que es justamente ese carácter el que da sentido a la pertenencia a la comunidad política en tanto comunidad de libres e iguales.

SEGUNDO:

Mi segundo punto es pensar los orígenes de la lucha por los derechos humanos en América Latina. Como yo me involucré en esto en el año ’74, de algunas cosas –muchas- me acuerdo. Y entonces, quiero mencionar de dónde salía esta idea de los DH en la que pocos creían pero se inscribían… muy primeramente las iglesias, en algunos casos, sus jerarquías. Hay que acordarse de Paulo Evaristo Arns y de otros obispos en Brasil o de iglesias a nivel institucional en Centroamérica y en ese entonces también en el Perú; de las comunidades eclesiales de base… En el caso de Argentina, las organizaciones de Derechos Humanos son contemporáneas al surgimiento de la dictadura, con la excepción de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, organismo de DH vinculado al partido comunista que existía previamente. Pero me interesaba recordar cómo empezó a aparecer el término, el concepto, “derechos humanos”, en los distintos países. No hay tiempo ahora, pero vale también recordar el fuerte liderazgo de la Vicaría de la Solidaridad y la “presencia” de Chile, no solo por la represión desatada por Pinochet, sino por la represión a los actores que desde la sociedad salieron fuertemente a contestarle y que crearon, muy rápidamente también, un “sentido común sobre los derechos humanos” en América Latina.

TERCERO:

Quiénes eran, de qué colectivos ideológicos y políticos provenían aquellas personas, instituciones y gobiernos, que se solidarizaron con nuestros países en las décadas del ´70 y ´80. Esto me parece, no sé si crucial, pero sí elocuente para pensar cómo se articularon las concepciones sobre derechos humanos y cuáles otras  se construyeron en las décadas siguientes. Me acuerdo de Carlos Andrés Pérez, de Acción Democrática en Venezuela, del gobierno militar reformista de Velasco Alvarado en el Perú, del PRI en México, para mencionar solo algunos países de la región.

Es muy interesante mirar todo eso en perspectiva, o los colectivos partidarios europeos -muchos de quienes están hoy aquí habrán conocido– que fueron los que rescataron y acogieron, con la figura del asilo brindando espacios públicos, etc. a grupos que en algunos casos empezaron a  creer en los derechos humanos y a otros que no creían nada pero que descubrieron (lo que no me parece condenable) que los derechos humanos eran una buena herramienta de trabajo político, sobre todo para defender a aquellos grupos que estaban siendo brutalmente agredidos en sus países de origen.

CUARTO:

La “cultura de los derechos humanos”.  La puse entre comillas porque para mí fue un adquirido, un resultado de estos procesos. Este concepto, implicaba o implica consensos básicos y esenciales, umbrales que se elevaron y que personalmente me llevaban a afirmar que se había conseguido -al menos en este país- una extendida cultura de derechos humanos. Cultura que se había adoptado y se reflejaba en la percepción social sobre los derechos humanos y, sobre todo, en la proclamada necesidad de reconocerlos. Pero también el dislocamiento de esos consensos, empezó a mostrar desniveles. Se perdió la intensidad de los mensajes y, por lo tanto, del impacto; y empezaron a aparecer dueños y autorizados para emitir los mensajes y, en consecuencia, señalados y descalificados para hablar de esos temas.

QUINTO:

La intensificación del antiguo tema del “doble standard”. Tema muy antiguo que incluso ahora creo que se llama de otra forma… Roberto Gargarella, por ejemplo, lo menciona como la necesidad de recuperar la idea de incondicionalidad de los derechos humanos. Pero bueno, en el mundo de los defensores de derechos humanos, esto siempre se llamó “doble estándar”. De esto no tengo nada para decir, solo que es malo, pésimo, para cualquier esfuerzo de trabajo en derechos humanos.

SEXTO:

Entonces, para cerrar, yo quería recordar distintos sentimientos o estadios desde mi humilde pero larga trayectoria en la defensa de los derechos humanos.

-Primero, cuando era muy difícil, casi clandestino y había que tener mucho coraje para involucrarse en el tema de los DH. Era en medio de las dictaduras de América Latina y América Central. Había que proteger en medio del peligro, y bajo el axioma de los derechos humanos, mantener un solo standard, ser incondicionales, que en algunos contextos se vuelve muy difícil: proteger a quienes emprenden una lucha revolucionaria con métodos que no son necesariamente concordantes con los métodos de la democracia, aunque se trate de contextos de dictaduras. Había que defender los derechos humanos de grupos como el ERP en El Salvador o de Sendero Luminoso en el Perú que, entre otras acciones, asesinaban de manera sistemática por ejemplo, a alcaldes democráticamente electos.

Nadie entendía mucho de los derechos humanos. Las víctimas no necesariamente creían en ellos. Y los partidos y agrupaciones políticas los utilizaron como herramienta de denuncia de lo que ocurría a nivel nacional e internacional.

-Otra etapa, estamos hablando ahora de finales de los ’80, el retorno de la democracia en la Argentina y una etapa de gran florecimiento de la lucha por los derechos humanos en todo el continente. Allí defenderlos generaba admiración, era sinónimo de progresismo. Siempre agradable…. la gente te felicitaba. El inicio de los tiempos de la memoria -sobre todo simbólica-. Había un trabajo, una fuerte presencia de las víctimas y de los familiares que los buscaron, en algún caso presencias idealizadas. Muchos participaron de toda esa actividad.

-Luego viene otra fase en que se intensifica la épica setentista. Los relatos sobre la historia de los esfuerzos revolucionarios comienzan a ponerse un poco sobreactuados. En simultáneo con este tiempo, empieza algo significativo y profundamente valorable que tuvimos en este país: los trabajos de la memoria, tal como los define Elizabeth Jelin. Muchos de los aquí presentes hemos sido parte de ese proceso.

-Pero en simultáneo y como resultado de esos trabajos de la memoria, de mucho estudio e investigación, comienzan a conocerse y difundirse de modo creciente los matices. Las luces y las sombras, los comportamientos de los actores, pero también el conocimiento de los detalles, de la crueldad y del horror del aparato represivo del Estado. Entonces mucha gente ya no quiere escuchar, mientras también son cada vez más -en los grupos de los protagonistas de ambos lados- los que buscan indagar, dar a conocer, sacar a la luz. Y menciono solamente dos ejemplos: los Juicios por los crímenes contra la humanidad como espacio, como audiencia pública donde esto se ventila; y la discusión -después detenida- del No Matarás.

– Y luego, con estas narrativas que empiezan a ponerse más complejas y que se alejan del blanco-negro se provoca una cierta ruptura con esta concepción de la democracia del ’83: la concepción y el consenso generado por el retorno de la Democracia, la CONADEP, el Juicio a las Juntas Militares. Poniendo sólo un ejemplo, que es la discusión y el posterior cambio y vuelta a cambiar del prólogo del Nunca Más… todo empieza a ponerse mucho más difícil, pero ahora parece que las razones son otras, no?

A partir de aquí habrá que reconocer que los ciudadanos comunes no entenderán mucho de qué están discutiendo los que se dicen parte del campo de los derechos humanos.  Hay inicios de desconfianzas, escepticismos y nadie sabe mucho si las agrupaciones son herramientas de denuncia, están para sostener la memoria del pasado… o para qué.

Entonces, en esta situación de cierta lejanía de este colectivo que quiere ser una comunidad política, se me ocurrió, y pido disculpas si les resulta exótica, recordar esta frase que para muchos latinoamericanos es importante: cuando en la primera página de la novela Conversación en la Catedral, el escritor Mario Vargas Llosa pone en boca del personaje principal, que es un periodista que mira el día nublado y con llovizna limeña, y en un monólogo interior se formula una pregunta histórica, que es sociológica y qué es política: ¿cuándo se jodió el Perú Zavalita?

Yo propongo trasladarla, con los cambios que crean necesarios, al tema que hoy nos ocupa.