De esta conferencia de Umberto Eco, de 1995, habitualmente se reproduce sólo el repertorio de las 14 rasgos de lo que llamó el Ur-Fascismo, como un índice descriptivo de los síntomas de una enfermedad del poder. Pero hay algo más en su intervención en la medida en que el fascismo ha sido para él a la vez una experiencia vivida y un problema permanente para el análisis histórico y político. Es por ello que hemos decidido reproducirla completa.

En 1942, con 10 años de edad gané el premio en los Ludi Juveniles (un concurso con libre participación obligatoria para jóvenes fascistas italianos — lo que vale decir, para todos los jóvenes italianos). Había trabajado con virtuosismo retórico sobre el tema: “¿Debemos morir por la gloria de Mussolini y por el destino inmortal de Italia?” Mi respuesta fue afirmativa. Yo era un muchacho vivo.

Después, en 1943, descubrí el significado de la palabra “libertad”. Voy a contar esta historia al final de mi discurso. En aquel momento “libertad” todavía no significaba “liberación”.

Pasé dos de mis primeros años entre SS, fascistas y resistentes, que disparaban unos contra otros, y aprendí a esquivarme de las balas. No fue un mal ejercicio.

En  abril de 1945, la Resistencia tomó Milano. Dos días después los resistentes llegaron a la pequeña ciudad en que yo vivía. Fue un momento de alegría. La plaza principal estaba llena de gente que cantaba y enarbolaba banderitas, invocando a Mimo, el líder de la resistencia en el área, en altavoz. Mimo, ex-suboficial de los carabineros, se involucró con los partidarios del mariscal Badoglio y perdió una pierna en los primeros combates. Apareció en el balcón de la Municipalidad, apoyado en muletas, pálido; intentó calmar la multitud con una mano. Yo estaba allí, esperando su discurso, una vez que toda mi infancia había sido marcada por los grandes discursos históricos de Mussolini, cuyos pasos más significativos aprendíamos de memoria en la escuela. Silencio. Mimo habló con voz ronca, casi no se le oía. Dijo: “Ciudadanos, amigos. Después de tantos sacrificios dolorosos… aquí estamos. Gloria a los que cayeron por la libertad…” y fue todo. Volvió a entrar. La multitud gritaba, los miembros de la resistencia levantaron las armas y dieron tiros al aire, festivamente. Nosotros, muchachos, nos precipitamos para recoger los cartuchos, preciosos objetos de colección, pero yo había aprendido que libertad de palabra significa también libertad de la retórica.

Algunos días después vi los primeros soldados norteamericanos. Eran afroamericanos. El primer yanqui que encontré era un negro, Joseph, que me presentó a las maravillas de Dick Tracy y Li’l Abner. Sus historietas eran coloridas y tenían un buen olor.

Uno de los oficiales (el mayor o capitán Muddy) era huésped en la casa de la familia de dos de mis compañeros de escuela. Yo me sentía en casa en aquel jardín en que algunos señores se amontonaban alrededor del capitán Muddy, hablando un francés aproximativo. El capitán Muddy tenía una buena educación y conocía un poco de francés. Así, mi primera imagen de los libertadores norteamericanos, después de tantos caras-pálidas de camisa negra, era la de un negro culto en uniforme caqui que decía: “Oui, merci beaucoup Madame, moi aussi j’aime le champagne…” Infelizmente, faltaba el champagne, pero gané del capitán Muddy mi primer chicle y empecé a masticar todo el día. Por la noche ponía el chicle en un vaso de agua para que estuviera fresco al día siguiente.

En mayo, oímos decir que la guerra había acabado. La paz me provocó una sensación curiosa. Me habían dicho que la guerra permanente era la condición normal de un joven italiano. En los meses siguientes descubrí que la Resistencia no era solamente un fenómeno local, sino europeo. Aprendí nuevas y excitantes palabras como “reseau”, “maquis”, “armée secrète”, “Rote Kapelle”, “gueto de Varsóvia”. He visto las primeras fotos del Holocausto y así comprendí su significado aún antes de conocer la palabra. Percibí que habíamos sido liberados.

Hoy día en Italia existen algunas personas que se preguntan si la Resistencia tuvo algún impacto militar real en el decurso de la guerra. Para mi generación la cuestión es irrelevante: comprendo inmediatamente el significado moral y psicológico de la Resistencia. Era motivo de orgullo saber que nosotros, los europeos, no habíamos esperado pasivamente por la liberación. Pienso que, también para los jóvenes norteamericanos que derramaron su sangre por nuestra libertad, tampoco era irrelevante saber que detrás de las líneas había europeos que ya estaban pagando su débito.

Hoy día en Italia hay gente que dice que la Resistencia es un mito comunista. Es verdad que los comunistas explotaron a la Resistencia como una propiedad personal, pues realmente han tenido un papel primordial en el movimiento; pero yo me acuerdo de los resistentes con banderas de diversos colores.

Pegado a la radio, pasaba las noches – las ventanas cerradas y la oscuridad general hacían del pequeño espacio alrededor del aparato el único halo luminoso — escuchando los mensajes que Radio Londres transmitía para la Resistencia. Eran, a la vez, obscuras y poéticas (“Todavía brilla o sol”, “Las rosas habrán de florecer”), pero la mayor parte eran “mensajes para Franchi”. Alguien sopló en mi oído que Franchi era el líder de uno de los grupos clandestinos más poderosos de Italia del Norte, un hombre de coraje legendario. Franchi se volvió mi héroe. Franchi (cuyo verdadero nombre era Edgardo Sogno) era un monárquico tan  anticomunista que, después de la guerra, se unió a un grupo de extrema derecha y ha sido acusado de haber  participado de un golpe de Estado reaccionario. ¿Pero qué importa? Sogno es aún el sueño de mi infancia. La liberación fue una empresa común de gente de los más diversos colores.

Hoy día en Italia hay gente que dice que la guerra de liberación fue un trágico período de división y que precisamos ahora de una reconciliación nacional. La recordación de aquellos años terribles debería reprimirse. Pero la represión provoca neurosis. Si la reconciliación significa compasión y respeto por todos los que lucharon su guerra de buena fe, perdonar no significa olvidar. Puedo hasta admitir que Eichmann creía sinceramente en su misión, pero no puedo decir: “Ok, vuelva y haga todo de nuevo”. Estamos aquí para recordar lo que sucedió y para declarar solemnemente que “ellos” no pueden repetir lo que hicieron.

 

Pero ¿quiénes son “ellos”?

Si pensamos aún en los gobiernos totalitarios que dominaron Europa antes de la Segunda Guerra Mundial, podemos decir con tranquilidad que sería muy difícil que retornasen bajo la misma forma, en circunstancias históricas diversas. Si el fascismo de Mussolini se basaba en la idea de un líder carismático, en el corporativismo, en la utopía del “destino fatal de Roma”, en una voluntad imperialista de conquistar nuevas tierras, en un nacionalismo exacerbado, en el ideal de una nación entera regimentada bajo la camisa negra, en el rechazo de la democracia parlamentaria, en el anti-semitismo, entonces no tengo dificultad en admitir que la Alianza Nacional, nacida del MSI (Movimiento Social e Italiano), es seguramente un partido de derecha, pero poco tiene que ver con el viejo fascismo. Por las mismas razones, aún preocupado con los varios movimientos neo nazistas activos aquí y allí en Europa, inclusive en Rusia, no pienso que el nazismo, en su forma original, está resurgiendo como movimiento capaz de movilizar una nación entera.

Sin embargo, aunque los regímenes políticos puedan ser derrocados y las ideologías criticadas y destituidas de su legitimidad, por detrás de un régimen y su ideología hay siempre un modo de pensar y de sentir, una serie de hábitos culturales, una nebulosa de instintos obscuros y de pulsiones insondables. ¿Hay, entonces, otro fantasma que ronda Europa (para no hablar de otras partes del mundo)?

Ionesco dijo cierta vez que “solamente las palabras cuentan, el resto es habladuría”. Los hábitos lingüísticos son muchas veces síntomas importantes de sentimientos no expresados. Por lo tanto, permítanme preguntar por qué no solamente la Resistencia, sino toda la Segunda Guerra Mundial han sido definidas en todo el mundo como una lucha contra el fascismo. Se releyeren Por quién doblan las campanas, de Hemingway, van a descubrir que Robert Jordan identifica sus enemigos con los fascistas, aún cuando está pensando en los falangistas españoles.

Permítanme pasar la palabra a Franklin Delano Roosevelt: “La victoria del pueblo americano y sus aliados será una victoria contra el fascismo y el callejón sin salida que representa” (23 de septiembre de 1944).

Durante los años de McCarthy, los norteamericanos que habían participado de la guerra civil española eran llamados de “fascistas prematuros” — entendiendo con eso que combatir a Hitler en los años 1940 era un deber moral de todo buen norteamericano, pero combatir a Franco demasiado temprano, en los años 1930, era sospechoso. ¿Por qué una expresión como “fascist pig” era usada por los radicales norteamericanos aún para indicar un policía que no aprobaba a los que fumaban?  Por qué no decían: “Puerco Caugolard”, “Puerco Falangista”, “Puerco Quisling”, “Puerco croata”, “Puerco Ante Pavelic”, “Puerco nazista”?

Mein Kampf es el manifiesto completo de un programa político. El  nazismo tenía una teoría del racismo y del arianismo, una noción precisa de entartete Kunst, el “arte degenerado”, una filosofía de la voluntad de potencia y del Übermensch. El nazismo era decididamente anticristiano y neopagano, de las misma manera que el Diamat (versión oficial del marxismo soviético) de Stalin era claramente materialista y ateo. Si como totalitarismo se entiende un régimen que subordina cualquier acto individual al Estado y su ideología, entonces nazismo y estalinismo eran regímenes totalitarios.

El fascismo fue seguramente una dictadura, pero no era completamente totalitario, no tanto por su blandura cuanto por la debilidad filosófica de su ideología. Al contrario de lo que se piensa comúnmente, el  fascismo italiano no tenía una filosofía propia. El artículo sobre el fascismo firmado  por Mussolini para la Enciclopedia Treccani fue escrito o se inspiró  fundamentalmente en Giovanni Gentile, pero reflejaba una noción hegeliana tardía del “Estado ético absoluto”, que Mussolini nunca realizó completamente. Mussolini no tenía ninguna filosofía: tenía apenas una retórica.

Ha empezado como ateo militante, para después firmar el concordato con la Iglesia y confraternizar con los obispos que bendecían los gallardetes fascistas. En sus primeros años anticlericales, según una leyenda plausible, pidió cierta vez a Dios que lo fulminara allí mismo para probar su existencia.  Dios estaba, evidentemente, distraído. En los años siguientes, en sus discursos, Mussolini citaba siempre el nombre de Dios y no desdeñaba el epíteto: “hombre de la Providencia”. Se puede decir que el fascismo italiano fue la primera dictadura de derecha que dominó un país europeo y que, en seguida, todos los movimientos análogos encontraron una especie de arquetipo común en el régimen de Mussolini.

El fascismo italiano fue el primero a crear una liturgia militar, un folclore y aún un modo de vestirse — logrando más éxito en el exterior que Armani, Benetton o Versace. Fue solamente en los años 1930 que surgieron movimientos fascistas en Inglaterra, con Mosley, y en Letonia, Estonia, Lituania, Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Grecia, Yugoslavia, España, Portugal, Noruega y aún en América del Sur, para no hablar de Alemania. Fue el fascismo italiano el que convenció a muchos líderes liberales europeos de que el nuevo régimen estaba realizando interesantes reformas  sociales, capaces de proveer una alternativa moderadamente revolucionaria a la amenaza comunista.

Sin embargo, la prioridad histórica no me parece ser una razón suficiente para explicar por qué la palabra “fascismo” se volvió una sinécdoque, una denominación pars pro toto para movimientos totalitarios diversos. No es suficiente decir que el fascismo contenía en sí todos los elementos de los totalitarismos sucesivos, por decirlo así, en “estado de quintaescencia”. Al revés, el fascismo no poseía ninguna quintaescencia y siquiera una sola esencia. El fascismo era un totalitarismo fuzzy. El fascismo no era una ideología monolítica, sino un collage de diversas ideas políticas y filosóficas, una colmena de contradicciones. ¿Es posible concebir un movimiento totalitario que  logre juntar monarquía y revolución, ejército real y milicia personal de Mussolini, los privilegios concedidos a la Iglesia y una educación estatal que exaltaba la violencia y el libre mercado?

El partido fascista nació proclamando su nuevo orden revolucionario, pero era financiado por los propietarios de tierras más conservadores que esperaban una contrarrevolución. El fascismo en su inicio era republicano y sobrevivió durante veinte años proclamando su lealtad a la familia real, permitiendo que un “duce” manejase los cordones de un “rey” a quién llegó a ofrecer el título de “emperador” . Pero cuando en 1943 el rey destituye a  Mussolini, el partido reapareció dos meses después, con la ayuda de los alemanes, bajo la bandera de una república “social”, reciclando su vieja partitura revolucionaria, enriquecida de acentuaciones casi jacobinas.

Existió tan solo una arquitectura nazi, tan solo un arte nazi. Si el arquitecto nazi era Albert Speer, no había lugar para Mies van der Rohe. De la misma manera, bajo Stalin, si Lamarck tenía razón, no había lugar para Darwin. Al contrario, existieran seguramente arquitectos fascistas, pero al  lado de sus  llamados coliseos surgieron también los nuevos edificios inspirados en el moderno racionalismo de Gropius.

No hubo un Zdanov fascista. En Italia existían dos importantes premios artísticos: el Premio Cremona era controlado por un fascista inculto y fanático como Farinacci, que estimulaba un arte propagandista (me acuerdo de cuadros titulados Ascoltando all radio un discorso del Duce o Stati mentali creati dal Fascismo); y el Premio Bergamo, patrocinado por un fascista culto y razonablemente tolerante como Bottai, que protegía el arte por el arte y las nuevas experiencias del arte de vanguardia que, en Alemania, habían sido barridas como corruptas, criptocomunistas, contrarias al Kitsch nibelúngico, el único aceptado.

El poeta nacional era D’Annunzio, un dandi que en Alemania o Rusia habría sido puesto frente a un pelotón de fusilamiento. Fue alzado a la categoría de vate del régimen por su nacionalismo y su culto del heroísmo — con el agregado de grandes dosis de decadentismo francés.

Tomemos el futurismo. Debería haber sido considerado un ejemplo de Entartete Kunst, así como el expresionismo, el cubismo, el surrealismo. Pero los primeros futuristas italianos eran nacionalistas, favorecían por motivos estéticos la participación de Italia en la Primera Guerra Mundial, celebraban la velocidad, la violencia, el riesgo y, de cierta manera, estos aspectos parecían cercanos al culto fascista de la juventud. Cuando el fascismo se identificó con el imperio romano y redescubrió las tradiciones rurales, Marinetti (que proclamaba que un automóvil era más bello que la Victoria de Samotracia y quería matar la luz de la luna) fue nombrado miembro de la da Accademia d’Italia, que trataba a la luz de luna con gran respeto.

Muchos de los futuros miembros de la Resistencia, y de los futuros intelectuales del futuro Partido Comunista, fueron educados en el GUF, la asociación fascista de los estudiantes universitarios, que debía ser la cuna de la nueva cultura fascista. Esos clubes se volvieron una especie de caldera intelectual en la que circulaban nuevas ideas sin ningún control ideológico real, no tanto porque los hombres de partido fuesen tolerantes, sino porque pocos de ellos tenían los instrumentos intelectuales como para controlarlos.

En el transcurso de aquellos veinte años, la poesía de los herméticos representó una reacción al estilo pomposo del régimen: a esos poetas les era permitido elaborar sus protestas literarias dentro de la torre de marfil. El sentimiento de los herméticos era exactamente lo contrario del culto fascista del optimismo y el heroísmo. El régimen toleraba esa distensión evidente, aunque socialmente imperceptible, porque no ponía suficiente atención a una jerga tan obscura.

Lo que no significa que el fascismo italiano fuese tolerante. Gramsci fue mantenido en prisión hasta su muerte, Matteotti y los hermanos Rosselli fueron asesinados, la libertad de prensa suspendida, los sindicatos desmantelados, los disidentes políticos confinados en islas remotas, el poder legislativo se volvió pura ficción y del ejecutivo (que controlaba al judicial, así como los medios) emanaban directamente las nuevas leyes, entre las cuales la de defensa de la raza (apoyo formal italiano al Holocausto).

La imagen incoherente que describí no era debida a la tolerancia; era  un ejemplo de descoyuntamiento político e ideológico. Pero era un “descoyuntamiento ordenado”, una confusión estructurada. El fascismo no tenía bases filosóficas, pero desde el punto de vista emocional estaba firmemente articulado a algunos arquetipos.

 

Llegamos ahora al segundo punto de mi tesis. Existió solamente un nazismo, y no podemos llamar “nazismo” al falangismo hipercatólico de Franco, pues el nazismo es fundamentalmente pagano, politeísta y anticristiano, o no es nazismo. Por el contrario, se puede jugar con el fascismo de muchas maneras, y el nombre del juego no cambia. Sucede con la noción de “fascismo” aquello que, segun Wittgenstein, sucede con la noción de “juego”. Un juego puede ser o no competitivo, puede envolver una o más personas, puede exigir alguna habilidad particular o ninguna, puede implicar dinero o no.  Los juegos son una serie de actividades diversas que presenta solamente alguna “similitud de familia”:

Supongamos que exista una serie de grupos políticos. El grupo 1 se caracteriza por los aspectos abc, el grupo 2, por los aspectos bcd y así de seguido. El 2 es similar al 1 en la medida en que tienen dos aspectos en común. 3 es similar al 2 y el 4 es similar al 1 (tienen en común el aspecto c). El caso más curioso es dado por el 4, obviamente similar al 3 y 2, pero sin ninguna característica común con el 1. Sin embargo, en virtud de la ininterrumpida  serie de decrecientes semejanzas  entre el 1 y el 4, permanece, por una especie de transitoriedad ilusoria, un aire de familia entre el 4 y el 1.

El término “fascismo” se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos, y continuará siempre siendo reconocido como fascista. Le quitan al fascismo el imperialismo y tendremos Franco o Salazar; quiten el colonialismo y tendremos el fascismo balcánico. Agreguen al fascismo italiano un anti-capitalismo radical (que nunca fascinó a Mussolini) y tendremos Ezra Pound. Agreguen el culto de la mitología céltica y el misticismo del Graal (completamente ajeno al fascismo oficial) y tendremos uno de los más respetados gurús fascistas, Julius Evola.

A pesar de esa confusión, considero posible indicar un rol de características típicas de aquello que me gustaría llamar de “Ur-Fascismo”, o “fascismo eterno”. Tales características no pueden reunirse en un sistema; muchas se contradicen entre sí y son  típicas de otras formas de despotismo o fanatismo. Pero es suficiente que una de ellas se presente para hacer que se forme una nebulosa fascista.

  1. La primera  característica de un Ur-Fascismo es el culto de la tradición. El tradicionalismo es más viejo que el fascismo. No sólo fue típico del pensamiento contra reformista católico después de la Revolución Francesa, sino que nació en el final de la edad helenística como una reacción al racionalismo griego clásico.
    En la cuenca del Mediterráneo, pueblos de religiones diversas (todas aceptadas con indulgencia por el Panteón romano) empezaron a soñar con una revelación recibida  en la aurora de la historia humana. Esa revelación permaneció largo tiempo escondida bajo el velo de lenguas entonces olvidadas. Había sido confiada a los jeroglíficos egipcios, a las runas de los celtas, a los textos sacros, aún desconocidos, de las religiones asiáticas.
    Esa nueva cultura tenía  que ser sincretista. “Sincretismo” no es solamente, como indican los diccionarios, la combinación de formas diversas de creencias o prácticas. Una tal combinación debe tolerar contradicciones. Todos los originales contienen un germen de sabiduría  y, cuando parecen decir cosas diferentes o incompatibles es solamente porque todas aluden, alegóricamente, a alguna verdad primitiva.
    Como consecuencia, no puede existir avance del saber. La verdad ya fue anunciada definitivamente y solamente podemos seguir interpretando su obscuro mensaje. Es suficiente observar el ideario de cualquier movimiento fascista para encontrar los principales pensadores tradicionalistas. La gnosis naz se nutría de elementos tradicionalistas, sincretistas ocultos. Las más importante fuente teórica de la nueva derecha italiana, Julius Evola, mezclaba el  Graal con  los Protocolos de los Sabios de Sión, la alquimia con el Sacro Imperio Romano. El mismo hecho de que para demostrar su apertura mental, haya recientemente ampliado su ideario juntando De Maistre, Guenon y Gramsci es una prueba evidente de sincretismo.
    Si revolvieren los anaqueles que en las librerías americanas tienen la indicación “New Age”, van encontrar aún a San Agustín y, que yo sepa, él no era fascista. Pero el mismo hecho de juntar San Agustín y Stonehenge, es un síntoma de Ur-Fascismo.
  2. El tradicionalismo implica el rechazo a la modernidad. Tanto los fascistas como los nazis adoraban la tecnología, mientras los tradicionalistas en general rechazan la tecnología como negación de los valores espirituales tradicionales. Con todo, aunque el nazismo sintiera orgullo de sus éxitos industriales, su elogio de la modernidad era tan sólo el aspecto superficial de una ideología basada en “la sangre” y “la tierra” (Blut und Boden). El rechazo del mundo moderno era camuflado como condenación del modo de vida capitalista, pero se refería principalmente al rechazo al espíritu de 1789 (o 1776, obviamente). El iluminismo, la edad de la Razón eran vistos como el inicio de la depravación moderna. En ese sentido, el Ur-Fascismo se puede definir como “irracionalismo”.
  3. El irracionalismo depende también del culto de la acción por la acción. La acción es bella en sí misma, por lo tanto, debe realizarse antes de y sin cualquier reflexión. Pensar es una forma de castración. Por eso, la cultura es sospechosa en la medida en que es identificada con actitudes críticas. De la declaración atribuida a Goebbels (“Cuando oigo hablar de cultura, agarro en seguida la pistola”) al uso frecuente de expresiones como “Cerdos intelectuales”, “Cabezas huecas”, “Esnobs radicales”, “Las universidades son un nido de comunistas”, la sospecha en relación al mundo intelectual siempre fue un síntoma de Ur-Fascismo. Los intelectuales fascistas oficiales estaban empeñados principalmente en acusar la cultura moderna y la inteligencia liberal de abandono de los valores tradicionales.
  4. Ninguna forma de sincretismo puede aceptar críticas. El espíritu crítico opera distinciones y distinguir es una señal de modernidad. En la cultura moderna, la comunidad científica percibe el desacuerdo como instrumento de avance de los conocimientos. Para el Ur-Fascismo, el desacuerdo es traición.
  5. El desacuerdo es, además, una señal de diversidad. El Ur-Fascismo crece y busca el consenso disfrutando y exacerbando el natural miedo de la diferencia. La primera consigna de un movimiento fascista o que se está volviendo fascista es contra los intrusos. El Ur-Fascismo es, por lo tanto, racista por definición.
  6. El Ur-Fascismo proviene de la frustración individual o social. Lo que explica por qué una de las características de los fascismos históricos ha sido apelar a las clases medias frustradas, desvalorizadas por alguna crisis económica o humillación política, asustadas por la presión de los grupos sociales subalternos. En nuestro tiempo, en que los viejos “proletarios” se están transformando en pequeña burguesía (y el lumpen se auto excluye de la escena política), el fascismo encontrará en esa nueva mayoría su público.
  7. Para los que se ven privados de cualquier identidad social, el Ur-Fascismo dice que su único privilegio es el más común de todos: haber nacido en un mismo país. Este es el origen del “nacionalismo”. Además, los únicos que pueden proveer una identidad a las naciones son los enemigos. Así, en la raíz de la psicología Ur-Fascista está la obsesión del complot, posiblemente internacional. Los seguidores tienen que sentirse sitiados. El modo más fácil de hacer emerger un complot es hacer una apelación a la xenofobia. Pero el complot tiene que venir también del interior: los judíos son, en general, el mejor objetivo porque ofrecen la ventaja de estar, al mismo tiempo, adentro y afuera. En América, el último ejemplo de obsesión por el complot fue el libro The New World Order, de Pat Robertson.
  8. Los adeptos deben sentirse humillados por la riqueza ostensiva y por la fuerza del enemigo. Cuando yo era niño me enseñaban que los ingleses eran el “pueblo de las cinco comidas”: comían más frecuentemente que los italianos, pobres pero sobrios. Los judíos son ricos y se ayudan unos a los otros gracias a una red secreta de mutua asistencia. Con todo, los adeptos deben estar convencidos de que pueden derrotar al enemigo. Así, gracias a un continuo dislocamiento del registro histórico, los enemigos son, a la vez, demasiado fuertes y demasiado débiles. Los fascismos están condenados a perder sus guerras, pues son constitutivamente incapaces de evaluar con objetividad la fuerza del enemigo.
  9. Para el Ur-Fascismo no hay lucha por la vida, sino “vida para la lucha”. Luego, el pacifismo es connivencia con el enemigo; el pacifismo es malo porque la vida es una guerra permanente. Sin embargo, eso trae con ello un complejo de Armagedón: a partir del momento en que  los enemigos pueden y deben ser derrotados, tiene que haber una batalla final y, seguidamente, el movimiento asumirá el control del mundo. Una solución final similar implica una sucesiva era de paz, una edad de Oro que contestaría el principio de la guerra permanente. Ningún líder fascista logró resolver esa contradicción.
  10. El elitismo es un aspecto típico de cualquiera ideología reaccionaria, en cuanto fundamentalmente aristocrática. En el decurso de la historia, todos los elitismos aristocráticos y militaristas implicaron el desprecio por los débiles. El Ur-Fascismo no puede dejar de predicar un “elitismo popular”. Todos los ciudadanos pertenecen al mejor pueblo del mundo, los miembros del partidos son los mejores ciudadanos, todo ciudadano puede (o debe) volverse miembro del partido. Pero los patricios no pueden existir sin plebeyos. El líder, que sabe muy bien que su poder no lo obtuvo por delegación, sino conquistado por la fuerza, sabe también que su fuerza se basa en la debilidad de las masas, tan débiles que tienen necesidad y merecen un “dominador”. En el momento en que el grupo es organizado jerárquicamente (según un modelo militar), cualquier líder subordinado desprecia sus subalternos y cada uno de ellos desprecia, por su vez, sus subordinados. Todo eso refuerza el sentido del elitismo de masas.
  11. Desde esta perspectiva, cada uno es educado para volverse un héroe. En cualquier mitología, el “héroe” es un ser excepcional, pero en la ideología Ur-Fascista el heroísmo es la norma. Este culto del heroísmo está estrechamente ligado al culto de la muerte: no es por casualidad que el mote de los falangistas era: “Viva la muerte!” La gente normal se dice que la muerte es desagradable, pero es preciso enfrentarla con dignidad; los creyentes, se dicen que es un modo doloroso de alcanzar la felicidad sobrenatural. El héroe Ur-Fascista, por el contrario, aspira a la muerte, anunciada como recompensa para una vida heroica. El héroe Ur-Fascista espera impacientemente por la muerte. Y su impaciencia, hay que resaltar, logra en la mayor parte de las veces llevar los otros a la muerte.
  12. Como tanto la guerra permanente como el heroísmo son juegos difíciles de jugar, el Ur-Fascista transfiere su voluntad de poder a las cuestiones sexuales. Este es el origen del machismo (que implica desdén por las mujeres y una condenación intolerante de hábitos sexuales no-conformistas, de la castidad a la homosexualidad). Como el sexo también es un juego difícil de jugar, el héroe Ur-Fascista juega con las armas, que son su Ersatz fálico: sus juegos de guerra son debidos a una envidia del pene permanente.
  13. El Ur-Fascismo se basa en un “populismo cualitativo”. En una democracia, los ciudadanos tienen derechos individuales, pero el conjunto de los ciudadanos solamente es dotado de impacto político desde el punto de vista cuantitativo (las decisiones de la mayoría son acatadas). Para el Ur-Fascismo los individuos en cuanto individuos no tienen derechos y “el pueblo” es concebido como una calidad, una entidad monolítica que expresa “la voluntad común”. Como cualquier cantidad de seres humanos puede tener una voluntad común, el líder se presenta como su intérprete. Habiendo perdido su poder de delegar, los ciudadanos no actúan, son llamados apenas pars pro toto, para asumir el papel de pueblo. El pueblo es, así, solamente una ficción teatral. Para tener un buen ejemplo de populismo cualitativo, no necesitamos más de la Piazza Venezia o del estadio de Nuremberg.
    En nuestro futuro se dibuja un populismo cualitativo TV o internet, en el cual la respuesta emocional de un grupo seleccionado de ciudadanos puede ser presentada y aceptada como la “voz del pueblo”. En virtud de su populismo cualitativo, el Ur-fascismo debe oponerse a los “pútridos” gobiernos parlamentarios. Una de las primeras frases pronunciadas por Mussolini en el Parlamento italiano fue: “Yo podría haber transformado esta asamblea sorda y gris en un campamento para mis regimientos”. De hecho, luego encontró un alojamiento mejor para sus regimientos y poco después liquidó el Parlamento. Cada vez que un político pone en duda la  legitimidad del Parlamento por ya no representar la “voz del pueblo”, se puede sentir el olor de Ur-Fascismo.
  14. El Ur-Fascismo habla la “neolengua”. La “neolengua” fue inventada por Orwell en 1984, como lengua oficial del Ingsoc, el Socialismo Inglés, pero ciertos elementos de Ur-Fascismo son comunes a diversas formas de dictadura. Todos los textos escolares nazis o fascistas eran de un léxico pobre y una sintaxis elementar, con el fin de limitar los instrumentos para un razonamiento complejo y crítico. Debemos, sin embargo, estar prontos a identificar otras formas de neolengua, aún cuando toman la forma inocente de un talk-show

Después de indicar los arquetipos posibles del Ur-Fascismo, permitanme concluir. En la mañana del 27 de julio de 1943 me fue dicho que, según informaciones leídas en la radio, el fascismo había caído y Mussolini había sido hecho prisionero. Mi madre me mandó  comprar el periódico. Fui al quiosco más cercano y vi que los periódicos estaban ahí, pero los nombres eran diferentes. Además, después de una mirada a los titulares, percibí que cada periódico decía cosas distintas. Compré uno, al acaso, y leí un mensaje impreso en primera página, firmada por cinco o seis partidos políticos como Democracia Cristiana, Partido Comunista, Partido Socialista, Partido de Acción, Partido Liberal. Hasta aquel momento pensé que solo existía un partido en todas las ciudades y que en Italia, por lo tanto, solo existía el Partido Nacional Fascista.

Yo estaba descubriendo que en mi país podían existir diversos partidos al mismo tiempo. Y no solamente eso: como ya era un muchacho vivo me di cuenta de que era imposible que tantos partidos hubiesen aparecido de un día para otro. Entendí así que ya existían como organizaciones clandestinas.

El mensaje celebraba el fin de la dictadura y el retorno a la libertad: libertad de palabra, de prensa, de asociación política. Esas palabras, “libertad”, “dictadura” — Dios mío —, era la primera vez que las leía en toda mi vida. En virtud de esas nuevas palabras renací como hombre libre occidental.

Debemos estar atentos para que el sentido de esas palabras no sea olvidado de nuevo. El Ur-Fascismo todavía está a nuestro alrededor, a veces en trajes civiles. Sería muy confortable para nosotros si alguien surgiese en el escenario del mundo para decir: “¡Quiero reabrir Auschwitz, quiero que los camisas-negras desfilen otra vez por las plazas italianas!”. ¡Ay de mí, la vida no es así fácil! El Ur-Fascismo puede volver bajo las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y señalar cada uno de sus nuevas formas – a cada día, en cada lugar del mundo. Cito aún las palabras de Roosevelt: “Me atrevo a decir que, si la democracia americana parase de progresar como una fuerza viva, buscando día y noche mejorar, por medios pacíficos, las condiciones de nuestros ciudadanos, la fuerza del fascismo crecería en nuestro país” (4 de noviembre de 1938). Libertad, liberación son una tarea que no termina nunca, Que sea este nuestro mote: “No olviden”.

Y permítanme terminar con un poema de Franco Fortini:

Sulla spalletta del ponte
Le teste degli impiccati
Nell’acqua della fonte
La bava degli impiccati
Sul lastrico del mercato
Le unghie dei fucilati
Sull’erba secca del prato
I denti dei fucilati.Mordere l’aria mordere i sassi

La nostra carne non à più d’uomini
Mordere l’aria mordere i sassi
Il nostro cuore non à più d’uomini. /Ma noi s’è letto negli occhi dei morti
E sulla terra faremo libertà
Ma l’hanno stretta i pugni dei morti
La giustizia che si farà.

En el parapeto del puente
Las cabezas de los ahorcados
En el agua del fuente
La baba de los ahorcadosEn el pavimento del mercado
Las uñas de los fusilados
Sobre la hierba seca del prado
Los dientes de los fusiladosMorder el aire morder las piedrasNuestra carne no es más de hombresMorder el aire morder las piedrasNuestro corazón no es más de hombresPero leemos en los ojos de los muertosY sobre la tierra haremos la libertad. /Pero la estrecharon en los puños los muertos

La justicia que se hará.

Conferencia dictada en la Universidad Columbia, Nueva York, en abril de 1995, en la conmemoración de la liberación de Europa. Publicada en Cinque scritti morali, Milán, Bompiani, 1997