En esta columna, Graciela y Martín Fernández Meijide describen y analizan el fenómeno de la desaparición forzada de personas, señalando la necesidad de “construir” una historiografía que dé cuenta de cómo se aplicó esta brutal metodología. Los autores insisten en la necesidad de tenerla presente en la memoria colectiva para que nunca más se glorifique o se repita nada parecido.

Luego de algunos comentarios relacionados con el violento período de la última Dictadura Militar vale la pena hacer algunas aclaraciones.

Durante la Guerra Fría, dos mundos, el capitalista liderado por EEUU y el de las economías socialistas, principalmente liderados por la URSS y China, disputaron cruentas batallas fuera de sus propios territorios, en países que pretendían incluir en sus áreas de influencia. Esto dio lugar a conflictos sangrientos en países de Asia, África, América Central y del Sur, entre los que se encontraba Argentina. En cada país hubo alineamientos y también intentos de pararse en una posición equidistante, algo difícil de mantener frente a la presión de las potencias, para las que no estaba en disputa el sistema político de gobierno. No importaba si para imponer un régimen, éste debía ser democrático o una dictadura. El objetivo era instalar un gobierno ideológicamente afín a alguno de esos dos mundos, a veces a cualquier costo y a partir de cualquier instrumento.

Por décadas, la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos fueron dictaduras militares. Antes del Golpe de Estado de 1976 en la Argentina, en todos los países vecinos hubo dictaduras que persiguieron ilegalmente guerrillas, movimientos políticos y sociales, con diferentes modalidades represivas, en las que con frecuencia quedaron testimonios. Esta “porosidad” permitió que muchos exiliados denunciaran sus casos en organizaciones internacionales integradas especialmente por países europeos con mirada crítica hacia estas dictaduras. Este antecedente alertó a las fuerzas armadas argentinas que planeaban el golpe y las llevó a diseñar una metodología que ocultara evidencias de violencia en el ámbito público. Había que perfeccionar este instrumento para que fuera invisible, indetectable, minimizando las detenciones y ejecuciones a la luz del sol. Iba a ser criminal de principio a fin, por lo que sólo podía desplegarse con un gobierno de facto, una dictadura militar. Se pergeñó entonces la Metodología de la Desaparición Forzada de Personas, destinada a aniquilar el foco de conflicto. Les iba a permitir, además, incluir en esta persecución no solo a las guerrillas urbanas, sino a militantes gremiales, sociales, religiosos, y a cualquier potencial crítico de una nueva dictadura, en un país que en 1973 había retornado la democracia luego de numerosos gobiernos de facto. Esta metodología tendría, entre otras, las siguientes características:

  • Organización de una estructura operativa por regiones y fuerzas, con grupos de tareas encargados, cada uno y separadamente, de inteligencia, secuestros, interrogatorios bajo tortura y eliminación de las personas secuestradas.
  • Armado de una compleja logística de recursos humanos y materiales, al frente del cual estaría el comando militar integrado por las tres fuerzas armadas, coordinado con fuerzas policiales, prefectura y gendarmería, que dispusiera de una infraestructura de edificios – los centros de detención clandestinos – ubicados en puntos estratégicos del país, a los que se llevaría a los secuestrados sin ser vistos, y en los que su permanencia y muerte fueran ignoradas. La coordinación incluso iba a exceder las fronteras, incluyendo a las fuerzas equivalentes de los países limítrofes a nivel regional, en el marco la Operación Condor.
  • El secuestro se realizaría a altas horas de la noche para que el operativo pasara desapercibido para los vecinos, y se introduciría al secuestrado, encapuchado o “tabicado” en el piso del asiento trasero de automóviles de traslado al centro de detención, donde se iniciaría el “ablande” para extraer información inicial.
  • Una vez en el centro de detención, se sometería al secuestrado a torturas para obtener más información y listado de nombres. Los métodos de tortura: picana eléctrica, submarino seco y húmedo, golpes, simulacros de fusilamiento, violaciones, etc. Marie-Monique Robin, en su libro “Escuadrones de la Muerte, La Escuela Francesa”, describe cómo las agencias de inteligencia francesa enseñaron a las dictaduras latinoamericanas las políticas de “guerra antisubversiva” que habían aplicado en Indochina y Argelia. Llega a decir que Argentina “fue el mejor alumno de los franceses”, y que la OAS instaló una oficina en un edificio del comando militar argentino, años antes del golpe de 1976, para enseñar sus métodos. Basaban su accionar en los interrogatorios bajo tortura, en los que había que obtener información en escasos minutos.
  • Se mantendría a los secuestrados en cautiverio en zonas específicas del edificio, preparadas y aisladas del exterior, sometiéndolos a más interrogatorios bajo tortura hasta que se considerara agotada la posibilidad de extraer más información, para luego matarlos y eliminar sus cuerpos de forma que no quedara ningún rastro.

«Victoria sobre el sol (Homenaje a Malevich)» de Juan Pablo Renzi.

En la aplicación real de esta metodología también hubo “porosidades”, que revelaron hacia el exterior lo que estaba ocurriendo: hubo enfrentamientos al momento del secuestro, secuestrados puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional en cárceles, y algunos liberados de los centros de detención clandestinos. Recuperada la democracia, sus testimonios fueron fundamentales para echar luz a lo que ocurría. No fue una metodología improvisada. Fue planificada desde bastante tiempo antes del Golpe de Estado, incluso antes de que se utilizara por primera vez oficialmente el término aniquilación. El comando militar y los grupos de tareas estaban listos para la acción; los centros clandestinos, acondicionados y a la espera de recibir a sus víctimas; los “aviones de la muerte”, calentando motores para arrojar cuerpos al Río de la Plata. Esto lo demuestra el siguiente gráfico: la desaparición de personas se inició con toda su violencia, de manera masiva, al día siguiente del Golpe de Estado.

Previo al golpe también hubo desapariciones. El primer centro clandestino de detención fue “La Escuelita”, en Famaillá, Tucumán, que se organizó durante el Operativo Independencia en el monte tucumano, donde las Fuerzas Armadas operaban en zona liberada. La clandestinidad de las acciones fue tan efectiva que Videla permitió que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visitara la Argentina en 1979; creía que, luego del mundial de fútbol de 1978, había convencido al mundo de que las acusaciones de violaciones a los derechos humanos en el país eran falsas. No convenció a nadie.

Nunca, en ningún país del mundo, se había utilizado una secuencia tan precisa, tan exacta en cada una de sus fases, en la que todas las instancias, incluida la muerte de las víctimas, fueran planeadas con detalle para que desaparecieran por completo del radar del ciudadano común. Los Nazis recurrieron a la “solución final” bastante tiempo después de las deportaciones; en decenas de otros casos se roció de sangre y cuerpos el espacio público. El de Argentina iba a ser un caso testigo, rápido y perfecto, con la cantidad de víctimas que el comando militar considerara necesarias; es imposible conocer el número total de víctimas, pero la discusión sobre el número no puede desviar la atención respecto de la propia metodología, ya que incrementarlas era, para la dictadura, sólo una cuestión de logística. Tal vez es más fácil hablar de números, 8.000, 12.500, 30.000; es menos doloroso que hablar de los detalles de un sistema que sometió a miles de personas, con nombre y apellido, a bestiales torturas y violaciones o de cuerpos arrojados vivos al Río de la Plata desde los aviones de la muerte. Hoy sólo tiene sentido intentar conocer la cifra total de víctimas para que, una por una, recuperen ese tramo de historia personal que les robaron.

Argentina quebró el orden democrático para ser el campo de prueba de esta metodología, que se exportó a otros escenarios de aquella Guerra Fría en la que quedamos trágicamente atrapados. La Dictadura entrenó a “contras” nicaragüenses durante la revolución sandinista; este “aporte” hizo creer a Galtieri que tendría el apoyo de EEUU al momento de desembarcar en Malvinas. No pensó que EEUU iba a priorizar su alianza con el Reino Unido dentro de la OTAN.

A Alemania le tomó algunos años hablar abiertamente de los horrores del Holocausto. Hoy se habla en las escuelas, y se lo estudia y analiza en profundidad. Nosotros también tenemos la obligación de armar una historiografía completa sobre cómo se aplicó la Metodología de la Desaparición Forzada de Personas en cada una de sus fases, de divulgarla y tenerla presente por la memoria y para que nunca más glorifique o se repita nada parecido.

 

Archivo IIAC-UNTREF. Fondo Juan Pablo Renzi / Sección 1 / Subsección 3 / Serie 1 / Subserie 12 /U.D. simple 10