El 19 de diciembre del corriente año (2018), falleció en la ciudad de Córdoba Héctor «Toto» Schmucler. En esta nota publicada el 20 de diciembre de 2018 en el diario Clarín, Sergio Bufano recuerda el valor de una muy temprana y profunda reflexión universalista y sin prejuicios sobre los derechos humanos.

Extracto del n° 1 de la revista Controversia, octubre de 1979, artículo «Actualidad de los derechos humanos», de Héctor Schmucler.

Fue el primero, el más lúcido de todos. En octubre de 1979 publicó en la revista Controversia, editada en el exilio mexicano, un texto en el que interrogaba “¿Los derechos humanos son válidos para unos y no para otros? Existen formas discriminatorias de medir que otorgan valor a una vida y no a otra?” Héctor Schmucler recogió la voz de las otras víctimas. “Y es que en la Argentina –además de los caídos en acciones, muertos de guerra reconocidos como legítimos por uno y otro bando- hubo policías sin especial identificación muertos a mansalva, hubo militares asesinados sólo por ser militares, dirigentes obreros y políticos exterminados por grupos armados que reivindicaban su derechos a privar de la vida a otros seres en función de la de la lucha que desarrollaban”. En las reuniones semanales de Controversia, sus meditaciones nos dejaban sin aliento. Porque su cabeza avanzaba años luz por delante de un pensamiento crítico que apenas comenzaba a esbozarse y que fue madurando con el tiempo, las lecturas y la experiencia.
Cinco años antes de que se creara el dogma estigmatizante de la teoría de los dos demonios para ocultar cualquier crítica a los grupos guerrilleros, Schmucler se adelantó sin temor a ser señalado como hereje. Y recogió las voces de ira de quienes ya estaban instalando un relato heroico que salvaba de responsabilidad a los militantes de grupos armados. Y los congelaba como próceres de la historia, denostando a quienes osaran criticarlos. “Se debería meditar sobre los derechos humanos más allá de las circunstancias inmediatas y seguramente los datos de la realidad adquirirían nuevos significados, a lo mejor más conmovedores”. Esto, dicho en 1979 en México, era una reflexión disruptiva, provocadora, pronunciada por un hombre que se sobreponía al dolor de un hijo desaparecido y reflexionaba sobre su reciente pasado militante. “En la Argentina, la bandera de la muerte se agita a cada paso. Pero los muertos no pueden guiar la acción política de los pueblos”, afirmó públicamente mientras la conducción montonera enviaba a jóvenes a combatir en la “patria” durante la llamada contraofensiva militar que dejó como saldo decenas de muertos y desaparecidos. La dictadura los esperaba en las fronteras con su aceitada maquinaria asesina.
Schmucler tuvo el valor de ser el primero en cuestionar la violencia guerrillera sin temor a la cólera de quienes un mes antes habían cometido un atentado contra la casa de Guillermo Walter Klein, habitada por la familia del funcionario, arriesgando a su esposa y los hijos que habían sido incluidos en la categoría de “daños colaterales”. Desolado, Héctor Schmucler escribió: “Lamentablemente, la guerrilla ha pasado a confundir su imagen con la del propio gobierno en la medida que ha cultivado la muerte con la misma mentalidad que el fascismo privilegia la fuerza. En nombre de la lucha contra la opresión, ha edificado estructuras de terror y de culto a la violencia ciega. Ha remplazado la voluntad de las masas por la verdad de un grupo iluminado. Nada de esto la coloca en posición favorable para reivindicar los derechos humanos”.
La defensa de los derechos humanos declamada por Firmenich y la cúpula montonera se derrumbaba con el mismo estrépito con que se desmoronaba sobre los niños la casa del funcionario.
Héctor Schmucler fue, repito, el más lúcido. El que se adelantó a todos los debates que se produjeron muchos años después. “No es necesario inflar las cifras para señalar el horror. Seguramente no es verdad que existan 30.000 desaparecidos en la Argentina, pero seis o siete mil es una cifra pavorosa. Uno solo estaría mostrando una situación insoportable”, dijo en 1979, seis años antes del coro iracundo. Se refería así al artificio diseñado en una reunión privada realizada en Europa que afirmaba que esa cifra de treinta mil no podía ser puesta en duda. “Son 30.000” se convirtió a partir de 1985 en el hermético dogma que desdeñó la verdad, porque la verdad no era lo importante. ¿Para qué puede servir la verdad cuando se construye una historia de héroes gloriosos grabados en el mármol de la historia, negándose a reconocer que eran solamente hombres?
Afortunadamente, Schmucler pudo ver la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética que ya había denunciado y previsto cuando dijo “cómo entender que el ejército soviético avale al ejército represor de la Argentina, aunque lo haga en nombre del Partido Comunista […] qué valor otorgarle a la paradoja de oficiales del Ejército Rojo condecorados por Videla mientras la OEA investiga las desapariciones de argentinos?” Expulsado del Partido Comunista bajo la acusación de “revisionista” por haber fundado la revista Pasado y Presente, en 1963, junto con José Aricó, Juan Carlos Portantiero, Juan Carlos Torre, y otros; atacado por Montoneros por sus críticas al militarismo y a los crímenes cometidos por esa organización; vilipendiado por organismos intolerantes que nunca aceptaron sus reflexiones sobre la violencia y la democracia, Héctor Schmucler ha transmitido un legado que ya está incorporado a la historia de los derechos humanos.