Entrevista a Hernán Lascano, periodista, investigador. Autor de «Los Monos.» Historia de la familia narco que transformó a Rosario en un infierno. En coautoría con Germán de los Santos. Editorial Sudamericana, 2017

Hace tan solo 15 años atrás, ni Rosario, ni la Provincia de Santa Fe pertenecían, como alguna vez dijo Carlos Fuentes de su México natal, a ninguna “región más transparente”. Pero tampoco la violencia y la criminalidad habían escalado hasta niveles tan altos que hoy asombran. El desembarco y establecimiento del narco, algo que en el pasado era un comentario que nadie o pocos se atrevían a confirmar, forma parte hoy de las conversaciones cotidianas. Y se verifica, no solo en la crónica policial que diariamente narra de qué modo los crímenes se multiplican sino en la transformación súbita del paisaje urbano, con la aparición de lujosos emprendimientos inmobiliarios, con la proliferación de autos de alta gama o en la conducta de ciudadanos que ostentan con naturalidad bienes suntuosos.

Hace tan solo 15 años atrás, quien escribe esta nota, discutía con sus alumnos de la Universidad a quienes acusaba de reproducir en sus comentarios de la ciudad un imaginario “construido” por los medios. Esos alumnos decían, hacia comienzos del 2000, que la vida en sus barrios había comenzado a ser invivible, que sus madres ya no se atrevían a salir como antes a la calle, y que por la noche no se podía dormir por el ruido de las balaceras. Quien firma esta nota les respondía que ese relato estaba influenciado por sus lecturas de las novelas del colombiano Fernando Vallejo, por el cine de César Gaviria, por el carácter amarillista de los noticieros, y que la distancia que había entre Medellín con Rosario era infinita, que nuestras realidades eran incomparables.

En esos comienzos de siglo, en Rosario, todavía no se hablaba ni de Los Monos ni de los Garompa. Tampoco de sicarios ni de extorsiones o usurpaciones de vivienda; y la policía, si bien era una institución desprestigiada que cargaba su ominosa oscuridad desde los años de la dictadura, no era ni por lejos esta agencia criminal del presente, emprendedora o encubridora de los delitos más diversos y también de los más violentos.

El miedo se ha vuelto parte de la cotidianeidad rosarina. Se trata de una sensación y situación inédita. Los nacidos y criados en esta ciudad solíamos ufanarnos, hasta no hace mucho tiempo atrás, de poder recorrerla de norte a sur, sin temor alguno. Hoy, en cambio, sabemos que hacerlo sin tomar los debidos recaudos, implica el riesgo de ser víctimas directa o indirecta de alguna balacera cuya lógica responde a una dinámica novedosa de la violencia. Una violencia ejecutada por actores desgraciadamente inexpertos en el uso de las armas, muchos de ellos portadores de subjetividades estalladas. Asesinos a bajo sueldo que carecen, como suele decirse, de códigos, y que pueden matar sin el menor asomo de empatía por sus víctimas. Hijos, nietos y hasta bisnietos nacidos en familias arrojadas a la orfandad, y que fueron contemporáneos de la llamada década ganada, pero a quienes los beneficios de ese tiempo parecen no haberlos rozado en absoluto, ni en sus hábitos ni en su lengua, que carga las formas de un monosilábico derrumbe lingüístico que es, antes que nada, metáfora del derrumbe social y político.

Las formas que asume esta violencia se tiñen de color rojo en los barrios periféricos, se hace blanca o dorada kitsch en el falso buen gusto de los propietarios de los nuevos condominios que miran al río, y gris, fríamente gris en las tumbas jóvenes que se multiplican en la zona más humilde del cementerio La Piedad.

¿Cuándo y dónde se incubó esta desmesura? ¿Cómo fue que se volvió rutinario que sicarios en moto maten gente a plena luz del día? ¿Por qué pasó todo tan de golpe? ¿Qué se desmadró en una ciudad de fuerzas económicas multifacéticas, con una universidad y una vida cultural poderosa?

Estas son algunas de las preguntas que Hernán Lascano, especialista en violencia y una de las voces más agudas del periodismo de investigación argentino, se formula en su libro dedicado al fenómeno narco en la ciudad de Rosario y escrito en coautoría con Germán de los Santos.

Hernán Lascano aceptó responder a una serie de preguntas sobre un fenómeno que, a pesar de los años, no deja de causar cierto asombro y conmoción.

Hernan Lascano coautor de «Los Monos»

 

RC – Hernán, cómo estás. Voy a comenzar esta entrevista apelando a un lugar común, pero que me sirve para provocar tu relato. En Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa, en un momento del diálogo entre Zavalita y Ambrosio surge la pregunta ¿“Cuándo fue que se jodió el Perú”? Bueno, quisiera que, tomando el espíritu de esa interrogación literaria, me digas cuándo fue, según tu parecer, ¿que comenzó a joderse la cosa aquí en Rosario?

HL – No puedo asegurar que haya una fecha precisa, pero sí un momento, un tiempo, que es cuando se empiezan a instalar en Rosario, a una escala importante, los laboratorios de elaboración de cocaína, vulgarmente llamados “cocinas”. Eso comenzó a partir del año 2006, 2007 y se fue consolidando en los años siguientes hasta llegar al 2010. Entonces empieza a haber una producción superabundante de mercancía, de sustancia, que al mismo tiempo hace que el producto “se abarate” y esto trae aparejado la multiplicación del consumo, sostenido en una demanda que empieza a ser muy extendida.

En estos días estuve reunido con empleados ya retirados de la Policía que trabajaron en aquellos años en el Comando Radioeléctrico de Rosario, y fue interesante porque en esa entrevista me contaron de esa transformación de la que ellos fueron testigos y que fue contemporánea al momento en que comenzaron a diseminarse los bunkers por gran parte del territorio urbano. Y junto con eso se da no solo un fenómeno social sino también institucional porque es en esos años que la policía comienza su transformación. ¿Y de qué modo?, me preguntaras. Bueno, la recaudación histórica, ilegal de la Policía se sostenía en varios rubros que iban desde el juego clandestino, la piratería del asfalto, la prostitución. En aquellos años había un acuerdo, se iba, no contra el pirata del asfalto sino contra el que le compraba la mercadería robada. Y todo este campo de contribuciones ilegales, toda esa dinámica cambia cuando la policía comienza a vincularse con el narco. Narcos que no eran ni tienen la escala colombiana o mexicana, sino que se trata de pequeños grupos criminales que fueron creciendo gracias a la prosperidad de la misma economía criminal que ellos representan. Y lo que pasa entonces en la policía es que gran cantidad de sectores institucionales que no estaban en la calle, salen a recaudar. Y ahí se rompe algo fundamental, que es la autoridad. Porque antes, la relación era de uno a uno, un líder criminal que le pagaba a un jefe policial el cual le garantizaba protección para actuar en su zona de influencia y de ese modo, podemos decir, se regulaba la violencia. Pero cuando aparecen, por así decir, cuatro actores diferentes en representación de la policía para cobrarle a ese mismo actor criminal, todo se confunde y por ende se quiebra el dominio sobre ese sector criminal. Ahí es donde termina sucediendo lo que la ex ministra de seguridad de la Nación, Sabrina Frederic dijo hace unos días, con toda razón, acerca de que en Rosario la Policía es una banda criminal más.

No es una frase hecha, porque es algo que se comprueba en la mayoría de los juicios orales que están teniendo lugar, con policías que son condenados en esos juicios. Lo vemos en las investigaciones y confirmamos que esos policías, vinculados a sectores políticos, ocuparon antes cargos jerárquicos de importancia y que vienen, en su gran mayoría, del área de drogas. Entonces, creo que ese, el de 2006, 2007, es un momento concreto, preciso, que a su vez es o forma parte de un proceso histórico más largo, no asociable a una sola gestión política. Pero en ese momento lo que sí podemos asegurar es que tiene lugar lo que Matías Dewey califica como “el establecimiento de un orden clandestino”, un nuevo orden donde de manera abrumadora, por su despliegue territorial, la policía comienza a vender a gran escala la suspensión de la aplicación de la ley a los sectores que empiezan a acumular una enorme cantidad de dinero con la venta de droga.

Portada del libro

RC – Muchos nos preguntarnos en qué medida este fenómeno que narrás, que nos ocupa, es o no singularmente rosarino. Nos preguntamos si acaso no sucede lo mismo en otras regiones o ciudades del país

HL – En términos de fenómeno criminal es completamente homologable. Lo que es distinto, singular, es la forma en que la policía fue perdiendo su capacidad de control del orden público, justamente por estos vínculos que no pueden ser calificados como excepcionales sino genéricos. Porque esa pérdida de control se dio en todas las jurisdicciones de la ciudad, y especialmente en aquellas donde están más fuertemente arraigados los sectores criminales. Un lugar muy codiciado fue donde están ubicadas las comisarías 16 y 11, y también la 5ta, que es la que controla la cancha de Newells Olds Boys, allí donde los actores criminales estaban vinculados a mercados delictivos junto al control de la barra. En Rosario Central sucedió lo mismo. No se trata de un fenómeno exclusivamente policial, porque también la política ha tendido niveles opacos de responsabilidad que van desde la omisión hasta ciertas complicidades, algo que se ha visto expuesto en las audiencias judiciales.

Es importante decir que, frente a este fenómeno, las gestiones de Rosario y Santa Fe no ha sido capaces de generar una idea fuerte que las ayude a dominar el fenómeno, y por ende siempre las organizaciones criminales le han sacado ventaja al Estado, porque ellas han sido mucho más rápidas en su capacidad de reconfiguración y movimiento. Y volviendo a la pregunta, lo que ha pasado en otras jurisdicciones del país – y se trata de algo que ya ha sido descripto- es que la mayoría de las policías provinciales han sido capaces de mantener una relación cuidadosa con las organizaciones delictivas en el sentido de no perder el control del orden en el territorio. Y eso no pasó en Santa Fe debido a muchas circunstancias, entre ellas, que las organizaciones criminales se caracterizan por estar muy fragmentadas y manejadas por personas muy jóvenes e inexpertas, personas que tienen la tentación de resolver todo de manera violenta.  Y esas organizaciones son tantas, como ya dije, y tan volátiles, que la policía no alcanza a ejercer control a partir de supervisar o establecer un vínculo fuerte con un grupo criminal. Esto es lo que pasa hoy en Rosario y es un rasgo distintivo respecto al resto del país.

RC – Detener la violencia narco es un pedido a gritos, sin embargo, pareciera que nadie sabe bien cómo hacerlo. Se ha discutido y se discuten mucho las experiencias que han tenido lugar en otros países de la región, las de Colombia y México, por ejemplo. Y también se dice, contra aquello que sostiene y defiende la derecha, que la guerra contra el narco declarada por el gobierno de Felipe Calderón en México, no solo no sirvió para erosionar el poder del narco, sino que significó el comienzo de una gran masacre que llega hasta nuestros días.

HL – No conozco en detalle las experiencias de otros países latinoamericanos, sí he leído acerca de ellas, pero no me he especializado en el estudio de esos casos. Lo que sí sabemos es que uno de los sectores más dinámicos del mercado delictivo es la droga. Mientras la droga exista en un orden clandestino y su dominio de validez sea tan amplio y tan amplio sea también el abanico de consumidores y oferentes, será necesario establecer una negociación, una negociación con la ley en la mano. Con la ley en la mano significa que el límite es la violencia. Pero claro, decir esto es enunciar algo claramente impopular. Pensar que las cosas van a cambiar dentro de un orden clandestino es una gran hipocresía. Todo lo contrario, lo más seguro es que vayan a agravarse.

Los mayores volúmenes de cocaína y heroína que ingresan a Europa lo hacen a través del puerto de Hamburgo. ¿Quién puede ser tan ingenuo de creer que los servicios de inteligencia alemanes no lo saben, que desconocen quiénes son los que operan esos mercados delictuales? Claro que los conocen. Y esos servicios, es decir el Estado, saben que no pueden cortar el suministro sin que esto genere un problema social aún mayor que incluye el problema de la violencia. Entonces hacen una elección: negocian con el actor fuerte, con el actor dominante, y le exigen que no haya violencia, le dicen que la violencia es el límite. Y les advierten de que si hay violencia actuarán como lo que son, es decir, como fuerza de seguridad, como fuerza legítima del Estado. ¿Qué implica esto? Una elección. Lo que es necesario agregar, y no es un dato menor, es que esa fuerza de seguridad tiene bajísimos niveles de corrupción, y eso, lo sabemos, es impensable en relación a las actuales fuerzas de seguridad argentina o a los organismos de inteligencia, – ni qué decir los de Santa Fe, – porque sus niveles de corrupción son altísimos.

Dicho esto, sostengo que debe haber un sinceramiento. Y la política debe discutir esto. Johaan Hari, que es un analista suizo de los mercados de droga, alguien que estudió el caso de la despenalización en Portugal dice “si yo soy el propietario de un comercio de venta de tornillos y me roban una partida de tornillos, voy y denuncio el robo a la policía. Si yo vendo cocaína, y alguien me roba un alijo, no puedo acudir a un tercero, tengo que realizar justicia por mí mismo” Esa es la razón por la que en un mercado clandestino la alternativa es establecer algún tipo de negociación con actores que garanticen la reducción de daños. Eso es lo que creo.

El marco ideal sería una política que propenda a la legalización paulatina del comercio de lo que hoy llamamos estupefacientes. Y en tanto esto se mantenga en el campo de la clandestinidad algún tipo de negociación debe haber.

Escena del juicio

RC – Respecto a las relaciones entre narco y clase política en el libro se narra un episodio muy singular referido al momento en el que el socialismo llega al poder por primera vez en la Provincia de Santa Fe de la mano de Hermes Binner. Antonio Bonfatti era su ministro de seguridad y según lo allí narrado, rechazó recibir una valija con plata, algo que tuvo consecuencias.

HL –Sí, fue así. Al cortar el vínculo, el mecanismo de recaudación o en todo caso de recepción de la recaudación ilegal de la policía, aquello que en la jerga se llama “la mensual”, lo que se crea no es un corte de financiamiento a la política, sino que una situación anárquica respecto al flujo de dinero que antes subía a la jefatura de unidad para que esa jefatura lo distribuyera hacia las cúpulas políticas.

Cuando Bonfatti rechaza el dinero la respuesta que recibe es “alguien va a cobrar esta plata, ministro”.   Entonces se genera una tremenda anarquía y, por ende, una crisis de autoridad entre los diversos actores policiales pertenecientes a las distintas reparticiones quienes pasan a disputar el cobro de ese dinero. De alguna manera, hasta ese momento, la recaudación ordenaba a la policía, la disciplinaba al poder político.

También, y no lo podemos desconocer, hubo situaciones que generaron suspicacias hacia el poder político. Pero para ser franco, nada de todo eso estuvo probado. Hubo el episodio resonante de la Mac de Medina, que era un narcotraficante, alguien que venía de tiempos previos a la llegada del socialismo al poder (Nota:  el episodio hace referencia al asesinato en 2014 de Luis Medina, un conocido jefe narco, a la desaparición de su notebook y a la supuesta intromisión de las autoridades socialistas en la apertura de ese dispositivo).

Se trató de un hecho cargado de una gran ambigüedad que hasta el momento no ha sido aclarado judicialmente como un acto de corrupción. Y hubo también una cantidad importante de situaciones extrañas, oscuras.

Bonfatti se queja de haber sido víctima de un hecho, uno de los más graves de la historia institucional argentina, como fue la balacera contra su casa, y que esa situación le significó tener que enfrentar acusaciones de que él tenía pactos con la criminalidad. Pero yo en verdad creo que estos son los “costos” que tiene un manejo sin agenda de la seguridad pública. Y también hay que decir algo: uno puede manejar bien la seguridad pública – y son contados los casos en la Argentina- e igualmente las situaciones cargadas de suspicacia pueden salpicar a un dirigente político. Y puede pasar también lo opuesto porque unos años antes de que sucediera este atentado, en el año 2006, un reconocido dirigente deportivo de la ciudad construyó un impresionante complejo edilicio con dinero proveniente del contrabando de cocaína. Y en ese entonces a nadie se le ocurrió vincular esa situación con la gestión del por entonces gobernador de la provincia Jorge Obeid.

Vuelvo a tu pregunta. Esa situación de la valija cargada de dinero y rechazada por el entonces ministro de seguridad de Hermes Binner, Antonio Bonfatti, que se narra en el libro, la decidimos incluir porque nos llegó de primera fuente. Este hecho fue contemporáneo a un fenómeno que recién describía, el de la anarquía en las fuerzas de seguridad a propósito de la irrupción de un fenómeno tremendamente potente en lo económico como es el del comercio de drogas en la ciudad. Un comercio que, independientemente de los controles policiales, generó una serie de negocios fragmentados entre fuerzas del orden público que involucra a comisarías, efectivos del comando radioeléctrico, personal del área de investigaciones. Un fenómeno que ya digo, viene de antes.

Hay que recordar que la Provincia de Santa Fe tiene a un jefe de la división de inteligencia de drogas condenado por estar en tratativas con un actor importantísimo del narcotráfico local como es Esteban Lindor Alvarado, me refiero al comisario Javier Makhat, segundo de la División de Drogas, a quien encontraron viviendo en un departamento que había sido comprado por Alvarado, algo que fue reconocido en instancias judiciales. Un departamento de alta gama valuado en USD 250 mil dólares. En las dos cocheras correspondientes a la propiedad había un vehículo asignado a PDI sin plotear y una camioneta Jeep flamante que pertenece al oficial. No estamos hablando de agentes marginales de la fuerza policial sino de personas con capacidad de conducción. Del grupo que investigó a Los Monos, por ejemplo, uno de sus jefes está con condena firme, también por sostener negocios con Alvarado mientras perseguía a Los Monos. Es decir, perseguía a los competidores de la persona para la cual tributaba y a la que a su vez protegía como comisario de la policía. Entonces, vista la cosa de este modo, lo que uno puede decir es que la política no tuvo ni antes ni ahora la menor idea de cómo controlar esto ni tampoco, obviamente, de cómo resolver el tema del dominio. Y esto va más allá de una gestión de gobierno en particular. Y lo que sí es necesario decir es que no es que antes, en el pasado inmediato, la policía estaba controlada. Lo que pasaba era que antes no había un fenómeno tan disruptivo como el del comercio de droga, un negocio que explotó a partir de 2006, 2007.

RC – Al fenómeno de la fragmentación de los narcos- algo que conspira para el ejercicio del control – se suma ahora el tema de las extorsiones y usurpaciones de viviendas, algo que afecta e impacta a los sectores más empobrecidos. Y también, en relación al narco, está el componente del fútbol, de las barras, de las dirigencias.

HL –A partir de un momento clave como es el asesinato del Pájaro Cantero se termina de consolidar una especie de guerra frontal entre grupos minúsculos en términos de capacidad de subordinarse unos a los otros. Hay un ejemplo muy claro que es que el de la barra de Rosario Central. Cuando en 2002 Pillin Bracamonte termina de erigirse como jefe de la barra, eso hace que la conflictividad más violenta desaparezca. Exactamente al revés de lo que sucede con la hinchada de Newells donde los hechos de sangre fueron tremendos. En la hinchada de Central dejaron de existir hechos de violencia, no porque no estuviera esa potencialidad criminal sino porque hubo un líder reconocido y temido cuya presencia implicó un ordenamiento, un disciplinamiento de los grupos en base a esa autoridad reconocida.

Luego de la muerte del Pájaro Cantero no surgió ningún actor fuerte y esto no es una singularidad de Rosario. No deja de ser impresionante que el mercado esté tan fragmentado, algo que se traduce en niveles sangrientos de disputa territorial con una visibilidad de la violencia que hace que todo el mundo hoy hable de Rosario y que en los hilos de tweeter  circule todo el tiempo como broma “más peligroso que estar con un teléfono en Rosario a las tres de la mañana”. Aquí los delitos de sangre por supuesto que existen, pero ocurren en zonas territorialmente acotadas. Y el área central de la ciudad no está aún afectada por esa violencia a la que nos estamos refiriendo.

Hoy en día el sistema penal puede decir que ha sido exitoso en individualizar a los principales actores de la violencia y lograr ponerlos en prisión, pero eso no ha resuelto ningún problema, sino todo lo contrario, generó nuevas dinámicas delictivas. Lo que ahora tenemos es un nuevo problema delictivo que es el de las extorsiones mafiosas, que se despliega en todo el territorio urbano alcanzando al área central de la ciudad, y esto sí se trata de una tremenda novedad.

El fenómeno de las extorsiones y balaceras prefigura cosas que ya se vivieron en otros países de la región latinoamericana como Colombia y México, y eso que se prefigura es el fin de ciertas rutinas o hábitos comunitarios.  Cuando comenzó el fenómeno de las extorsiones a comercios en ciudades como Chihuhua o Medellín, eso se tradujo en la desaparición de la vida nocturna.  Si esto no tiene un límite, a eso nos enfrentamos. Y la dificultad de imponer ese límite está en que hay una penetración impresionante del campo del delito violento en el mundo legal, en la economía legal.  Cuento un hecho que puede aportar claridad: en marzo del año pasado murió de Covid un inversor ligado a la banda de Los Monos, y al morir se le encontraron unos planos ya habilitados para construir un edificio por 800.000 dólares. Para que eso sea posible, para que una obra de esa naturaleza se erija, hace falta toda una serie de gestores profesionales que estén dispuestos a contribuir para que eso sea una posibilidad. Porque todos sabemos de dónde viene ese dinero. Como lo estamos viendo circular en las negociaciones de compañías financieras, en el mundo de las profesiones liberales y también en las cooperativas, en el mundo de las mutuales. Se trata de un fenómeno de mucha masividad sobre el que hoy se está poniendo la mirada pero al que todavía falta mucho para ponerle un corte.

Como bien explicamos en nuestra investigación, la economía legal está organizada y adaptada para recibir el dinero del crimen.  Los Cantero se hicieron ricos vendiendo una mercancía ilegal pero siguiendo escrupulosamente las lógicas comerciales de cualquier compañía legal e invirtiendo sus excedentes del mismo modo que los empresarios, sin venir de los márgenes como ellos, aceptan su dinero sin discriminaciones de ningún tipo. Los Monos tienen éxito no por ir en contra del capitalismo, sino por acatar puntillosamente sus consignas. Es la canalización de las inversiones ilegales lo que debe preocuparnos, mucho más que poner presas a personas que terminan enriqueciéndose cuando entran en prisión. Y si bien este fenómeno no es exclusivo de Rosario, sí se ve aquí de manera extraordinaria.

Y habría que añadir un dato más, esta ilegalidad, esta criminalidad prospera en un contexto de impresionante exclusión social y vacíos de presencia estatal e institucional, con un impresionante déficit de la política para dar discusiones y con un déficit también alarmante de legitimidad de esa misma clase política. En este momento, por ejemplo, se está dando el debate sobre el pago de ganancias por parte del Poder judicial. Se trata de un Poder que se niega o resiste a hacer lo que el resto de la sociedad no puede sino hacer porque estamos obligados a hacerlo. Esto genera un vacío de credibilidad.

Entonces digo, la política en Santa Fe está vista como un sector privilegiado y básicamente está desacreditada porque no logra resolver con ideas este fenómeno que en Rosario no hace más que acentuarse día a día, no otro que el de la violencia. Es muy probable que este año terminemos con la tasa de homicidios más alta de la última década. En ese momento llegamos a 271 asesinatos y ahora, faltando solo dos meses y medio para finalizar el año, ya vamos por 245.

Yo me pregunto: ¿tiene la política, que incluye a los tres poderes, la posibilidad de hablar de aquello que tenga que ver con las preocupaciones sociales? ¿O será que las discusiones que cruzan chicanas o buscan el primer culpable hasta los tiempos de Adán significa la aceptación, sin estas palabras, de que a esta realidad la política de hoy no tiene forma de revertirla?

 

RC –Una de tus miradas como cronista de la violencia que se ensaña sobre Rosario está puesta en los niños, en el lugar que los niños ocupan como agentes o como ejecutores de la violencia. Desde aquellos que permanecen encerrados durante horas, en condiciones infrahumanas, en los bunkers hasta los que ejecutan ajustes de cuenta y venganza.

HL –En tantas investigaciones de la justicia federal ha quedado clara la cantidad de expedientes en los que se habla de niños a los que han encontrado despachando cocaína o distintas variantes de estupefacientes dentro de bunkers. Expedientes que han sido cerrados porque los responsables, es decir esos niños, no son punibles. Utilizar niños para esta clase de tareas es una estrategia, claro, pero también estos expedientes nos hablan de la masividad del fenómeno; aunque hay que reconocer que el mercado es dinámico, que los búnkers siguen existiendo, pero que no son lo que eran hace 10 años atrás. Ahora ha crecido la modalidad del delivery. Y lo que sí se desarrolló en Rosario, – y esto es algo que conocen muy bien los jueces federales-, es el aumento del mecanismo de utilización de menores de edad para generar otros dos tipos de delitos: las usurpaciones de viviendas y las extorsiones a comercios. Acaba de ocurrir un hecho muy significativo que es la muerte de un niño, Derian Varela. Este chico fue asesinado en una casa de Villa Gobernador Gálvez. Solo tenía 14 años y los informes que hay en los distintos juzgados que intervinieron en su caso hablan de que era un niño cuya familia había sufrido usurpaciones y a su vez ahora ejercía la usurpación de viviendas. Este chico había cometido su primer asesinato a los 10 años. Y ahora, antes de morir, había estaba implicado en otro homicidio, el de un chico de 17 años, un homicidio al que el juez dijo que estaba sorprendido por las características de ese asesinato: este chico Derian había citado a su amigo de 17 años a la orilla del arroyo Saladillo, en la zona sur de Rosario y allí lo hizo arrodillar, y allí lo ejecutó. Cuenta el expediente que al irse, Derian vio que a quien había ultimado seguía vivo, entonces volvió sobre sus pasos y lo remató. Y esto se incorporó a la causa por el relato de otro chico que estaba allí, que fue testigo. El especialista en niñez que trabajó el asesinato estaba asombrado por el matiz de la conducta homicida, porque en ese acto tremendo asoman los rasgos de una criminalidad adulta y afianzada. No aparece allí la pura impulsividad y la agresividad desbocada que puede caracterizar la conducta de los niños que se ven envueltos en hechos violentos. Un chico que convoca a otro a un encuentro donde hay un propósito meditado de ajusticiarlo, que le dispara seis tiros y se va caminando, y que luego regresa para rematarlo, lo que muestra es que tiene incorporado un patrón mafioso.

Uno puede preguntarse cuán representativo es esto de la situación general. Y yo diría que no es que la mayoría de los crímenes sean cometidos por niños, pero sí que es algo que comienza a verse. Y el caso de Derian que acabo de relatar, el del niño asesino asesinado es uno de ellos. Como también empiezan a verse casos de chicos que por la mañana tienen un trabajo regular, cargando cajones de fruta en una verdulería, por ejemplo, y por la noche ejercen de tiratiros.

Cuando los delitos de alta lesividad se expanden como sucedió en Rosario, estas situaciones que para muchos de nosotros eran propias de otras geografías latinoamericanas, comienzan a verse con más frecuencia. La mayoría de estos niños provienen o están absorbidos por entornos familiares altamente desfavorecidos, y en muchos casos son hijos de familias que están deliberadamente implicadas en el sistema delictivo, sabiendo perfectamente lo disvaliosas que son sus conductas, miembros de una sociedad que no los ha tenido nunca en cuenta.

Por supuesto que no es mecánica la relación entre pobreza y delito, pero lo que sí a muchos jóvenes los sectores criminales les ofrecen o garantizan un medio de vida muy superior al que le puede ofrecer no solo la economía legal sino incluso la economía irregular no delictiva. El narco ofrece un campo de pertenencia y un horizonte de satisfacciones en el que la contención afectiva, el reconocimiento y el respeto no están ausentes. No es poco, en absoluto. Y quebrar esto es muy difícil. El Estado siempre viene atrás en relación a lo que son las dinámicas delictivas.

RC – Y está muy atrás en el control de las cárceles que hoy ofician como usinas de reproducción de violencia

HL – Sí, lo que ha pasado con las cárceles es escandaloso. Todo el sistema de extorsiones que empezó sufriendo el negocio de las concesionarias pero que hoy sufren las verdulerías, las carnicerías y las heladerías barriales nació en las cárceles. Existe un dato que es importante tener en cuenta para entender la dimensión sangrienta que hoy tiene lugar en las calles de la ciudad: antes, los líderes encarcelados eran personas que tenían capacidad de pensar, no estaban tomados por la violencia extrema. Hoy, en cambio, un líder de pabellón es Alan Funes o René Ungaro, jóvenes cuasi descerebrados a quienes no les tiembla la lengua para ordenar desde prisión los crímenes más brutales. Ha cambiado el tipo de protagonista, ha cambiado la clase de liderazgos y como ya expliqué, se trata de personas incapaces de establecer una negociación racional en términos de la satisfacción de sus propios intereses a cambio del beneficio que le daría al que administra la prisión.

Hoy, toda la violencia, la más expresiva que padecemos, se produce a partir de órdenes que vienen desde ahí, desde el corazón mismo del sistema penitenciario.