El pasado jueves 22 de septiembre, en la Embajada de Francia, Graciela Fernández Meijide fue distinguida con la Orden de Comandante de la Legión de Honor de la República de Francia. La embajadora Claudia Scherer-Efosse presidió la ceremonia, manifestó el honor que significaba para ella otorgar la distinción y expuso los motivos por los cuales la Cancillería de su país había decidido el más alto grado de reconocimiento, algo sin precedente en nuestro país: su lucha por los derechos humanos en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, en su paso por la política partidaria y la función pública y en la actualidad. Tras la condecoración, Graciela Fernández Meijide dedicó unas palabras de agradecimiento y realizó un breve recorrido por algunos de los hitos que, en el transcurso de su vida, ligaron su lucha por los derechos humanos con Francia, y extendió el hilo de esa lucha hasta las vicisitudes del presente político local e internacional. La Mesa pone a disposición del lector el discurso (que también puede consultarse en video aquí), en el que Graciela Fernández Meijide reflexiona sobre sobre el pasado, pero también sobre la vigencia del consenso del Nunca Más, sobre el problema de la violencia política y los discursos de odio y sobre la política como práctica democrática.
Antes que nada, quiero agradecer al presidente de la República francesa Emmanuel Macron por este honor. Inmediatamente después, a la embajadora, Señora Scherer-Efosse, y a Charlotte Brial, primera consejera política de esta Embajada quien hizo posible que todo esto se organizara. Con ella intercambié los detalles de esta ceremonia. Y les doy las gracias con mucha emoción.
Cuando recibí la primera notificación me sorprendí y emocioné. Me emocioné porque siempre amé la historia y la cultura de Francia. Es más, no sé si no fui profesora de lengua francesa por eso. Y nunca imaginé este momento. Podía imaginarme en Francia, paseando y demás, pero jamás imaginé que iba a venir tantas veces en mi vida a esta Embajada. Y fue durante la época de la dictadura. Durante la época en que Monsieur De la Gorce, Monsieur Destremau y Monsieur Paolini eran embajadores, desde el comienzo de la dictadura hasta el final. ¿Por qué venía tanto a este lugar? Porque necesitábamos que afuera del país se supiera lo que sabíamos los organismos de defensa de derechos humanos, lo que no se permitía publicar en ese momento. Pero, además, porque existía un número bastante grande de presos políticos sin condena y sin proceso. Era tal la magnitud de la perversidad de la desaparición forzada de personas que también había presos políticos en cárceles más o menos “legales”, digámoslo así. Cada tanto, el gobierno argentino otorgaba a alguno de estos prisioneros la opción de salir del país. Pero para lograrlo tenía que tener la aquiescencia del país que lo iba a recibir, y eso se tramitaba en las embajadas. Una de las embajadas que yo recorría pidiendo esto era ésta, la de Francia. A veces, con más suerte, otras veces no tanto.
Yo hoy quiero dar las gracias también no solo a quienes trabajaron armando este homenaje sino también a quienes me acompañan. A mi familia, que me sostiene, me soporta, me quiere, me cuida. A mis amigos, desde los más antiguos, y aquellos amigos con quienes hoy seguimos trabajando por que las instituciones de la democracia sean cada vez más fuertes y, también, por la vigencia de los derechos humanos. Iba a recordar a Magdalena Ruiz Guiñazú, pero ya lo hizo antes la embajadora en la apertura de esta ceremonia.
En aquellos años tan duros, nosotros teníamos un programa y una visión a futuro de lo que tenían que hacer los organismos de derechos humanos. Recuerdo que tuvimos la suerte de tener la visita de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA que, a pesar de lo que Videla creía, hizo un informe duro. Ese informe se leyó en 1980. Yo estaba en Washington cuando se presentó, ansiaba que condenaran a la dictadura. No la condenaron, pero sí la hicieron responsables de las consecuencias de las muchísimas denuncias que habían recibido. Eso hizo que pudiéramos decir “pisamos un escalón más, vamos por más”. En ese momento, en la historia internacional de los derechos humanos no existía la Convención sobre Desaparición de Personas, solo eran considerados como delitos el genocidio y la tortura seguida de muerte, pero la demanda de aparición con vida, que es la que sostenían los organismos, no tenía espacio. Había que crear una Convención. Para eso, con el arduo trabajo de Emilio Mignone, a quien jamás olvidaré, y de los organismos, más los colectivos de asilados en Francia y en España, empezamos a armar lo que fue el primer Coloquio de desaparición de personas que tuvo lugar en París.
Desde Buenos Aires conformamos una delegación integrada por distintos organismos, y también nos acompañaron –muy excepcionalmente, fue la primera vez,- tres políticos que no integraban ninguno de los organismos históricos, uno era Arturo Illia, radical, que había sido presidente, derrocado también por uno de los golpes militares, Luis Caeiro, que también era radical, y un peronista, Vicente Leónidas Saadi, que tiempo después sería presidente del Senado de la nación en el gobierno de Raúl Alfonsín.
Nosotros llevábamos la representación de los organismos, alguna ponencia ya escrita, y además, el clamor de “aparición con vida”, que lo sostenían sobre todo las Madres y las Abuelas como una bandera que era la mejor arma que teníamos contra la dictadura. Del lado de Francia (yo no me voy a acordar de todos los nombres) estaban Hipólito Solari Yrigoyen, Jacobo Timerman, Leandro Despouy, que después fue auditor nacional cuando se recuperó la democracia y Rodolfo Mattarollo. Entre todos diseñamos lo que sería el Coloquio de París, el cual se llevaría a cabo el último día de enero y el primer día de febrero del año 1981. Era mucho el apoyo que se tenía. Recuerdo que los exiliados pudieron trabajar, y muy bien, porque había muchas organizaciones en Francia que reclamaban por el tema de derechos humanos las que consiguieron que la sede de ese coloquio se celebrara en el Senado nacional. Sesionamos un sábado y un domingo. Llegaban las adhesiones, las adhesiones del Rey de España, de Monseñor de Nevares, de Monseñor Hessayne, de Monseñor Silva, que había creado la Vicaría de Solidaridad para dar refugio a las víctimas de las desapariciones y persecuciones en Chile, de monseñor Arns, que había creado Clamor en Brasil. Es decir, sentíamos que estábamos empezando a tener una visión que colocaba el tema de la desaparición forzada de personas en el centro de la mirada internacional.
Hay una anécdota, que es a medias entre cómica y dramática. Cuando íbamos a tomar el avión tres de nosotros, que viajábamos juntos, Alberto Pedroncini, que era quien llevaba la ponencia, Augusto Conte Mac Donell, padre de un desaparecido, y yo, sucedió algo que no olvidaré. Pedroncini sacó de uno de sus bolsillos un sobre, un sobre con una carta anónima, donde podía leerse: “cuando vuelva a Buenos Aires lo vamos a matar”. Augusto y yo nos miramos y nos reímos, y dijimos: “nosotros rompimos las nuestras, ¿qué vas a hacer vos con la tuya?”. Y él respondió, “la voy a presentar a las autoridades del coloquio”. Y eso hizo, por cierto.
Aquellas sesiones fueron conmovedoras, intensas. Nos encontramos gente hablando un mismo idioma, y no estoy hablando del castellano o del francés, sino del idioma del clamor y la necesidad. ¿Y cómo terminó ese primer coloquio? : en la Catedral de Notre-Dame, donde habían colocado pancartas con fotos de los desaparecidos apoyadas sobre las dos grandes puertas de ingreso a la Catedral. Recuerdo que el Arzobispo de Paris encabezó una ceremonia pidiendo por la aparición de los desaparecidos. Yo les puedo asegurar que todavía recuerdo esa ceremonia y se me cierra la garganta, se me aprieta el corazón de la emoción al recordar aquel momento. Fue muy emocionante.
Yo tenía que seguir viaje, más precisamente a Naciones Unidas donde había otro trámite que encauzar, pero narrar eso sería muy largo, merecería otro premio, si quieren…
Cuando regresamos a Buenos Aires, aquí se vivía una tensión muy fuerte entre los militares, sobre todo entre Viola y Galtieri. Galtieri asumió el poder y viendo que se resquebrajaban los apoyos sociales y aumentaba el problema de la deuda externa, no se le ocurrió nada mejor que llevarnos a una guerra. Tomó Malvinas. Y el hecho de Malvinas nosotros lo vivimos de dos maneras: una, como sinónimo de más pérdidas de gente joven; y por el otro lado, nos abrió el camino de salida a la democracia, porque los militares tuvieron que retirarse sin poder poner condiciones. Hicieron una ley de auto-amnistía, pero ustedes saben que ganó Raúl Alfonsín y que él había dicho que no la iba a aceptar, y la derogó. Madame l’Ambassadrice mencionó que yo participé de la CONADEP. Sí, estuve en la CONADEP, fui Secretaria de denuncias, y desde ahí emitimos el Informe Nunca Más. ¿Qué quería decir ese Nunca Más visto desde hoy, desde nuestro presente? Ese Nunca Más era nunca más a los golpes de estado, y eso realmente jamás nadie lo reclamó más en la Argentina –por lo menos, nadie lúcido, nadie que fuera escuchado. Pero, además, ese Nunca Más era nunca más la violencia como herramienta de la política.
Hace pocos días pasamos un momento de mucha angustia, donde pudo haber sido asesinada la vicepresidente. Y el repudio fue total. Confirmamos que el consenso del ´83, aquel que nosotros sentíamos que era importante sostener, se seguía manteniendo a pesar de que muchos dudábamos de que no se hubiera diluido ya. En ese sentido, la sociedad no quiso la violencia, repudió la violencia política. Y yo aprendí, y aprendí duramente, que el discurso del odio, se emita desde donde se emita, y lo que es peor, si se emite desde ambos lugares –y por ahí anda Tito Palermo, voy a citar, Tito, un artículo tuyo, – destruye la política. No hay cómo negociar, y la política es negociación. En política hay que ceder para obtener. Las discusiones pueden ser duras, no importa. Hay adversarios, no enemigos. Y esto es lo que todavía necesitamos seguir trabajando. Yo ya me he convertido en una escéptica esperanzada, pero no dejo de trabajar por ello. Le dediqué demasiado tiempo a esta idea, no voy a dejar ahora de trabajar por ello.
Volvemos a nuestra abandonada Convención. Obviamente, ya en democracia, se intensificaron los trabajos, se aprobó primero en la Organización de Estados Americanos, y por fin, bastante tiempo después –estos trámites son tan largos– entre 2006 y 2007 se sancionó la Convención sobre la Desaparición Forzada de Personas en la Naciones Unidas. La firmaron en el 2007 más de 40 países, entre los cuales estaba la Argentina. Le tocó firmarlo a Cristina Fernández de Kirchner, y ustedes saben que ese tipo de convenios se incorpora a nuestra Constitución, por lo tanto, hoy hay una ley en la Argentina que dice que tenemos el derecho a no ser desaparecidos por el Estado, por las fuerzas de seguridad del Estado. Sin embargo, y nunca falta un pero, hoy asistimos a denuncias muy serias sobre violaciones a los derechos humanos en Cuba, Venezuela, Nicaragua, en muchos países de nuestro continente. Y no está aquí uno de los invitados de la Embajada, Horacio Ravenna. Horacio forma parte de Naciones Unidas, de una de las comisiones que analiza los casos de denuncias de violaciones a los derechos humanos. Y me escribió desde Ginebra adonde está ahora –yo lo conozco de potrillo, diríamos, de muy chico– y me decía, “estoy aquí, no puedo estar con vos en el homenaje porque estoy analizando el caso de México donde se reproducen denuncias espantosas y estamos viendo qué vamos a hacer y qué vamos a aconsejar”. Y le pregunté, ¿y hay otros países? Está Irak también. Es decir, ¿qué nos está diciendo esto? Que se trata de una lucha que no se da de una sola vez y para siempre. Es una lucha que es permanente, porque es lucha de poder. Es el poder lo que se disputa, y cuando alguien en el poder no tiene escrúpulos no le importa si al adversario tiene que ser eliminado y de la peor manera posible.
Llegué hasta aquí. Je vous remercie. La embajadora me preguntaba si yo mantenía el francés. Lo mantengo, pero muy oxidado. Je vous remercie à nouveau, vous, Claudia, Charlotte, ma famille et vous tous, merci beaucoup.
Foto de portada: Franco Fafasuli