En los últimos meses se ha registrado preocupante avance en las encuestas del candidato de La libertad Avanza. En esta columna Hugo Vezzetti plantea los riesgos que supondría, para el pacto democrático suscripto por la sociedad argentina en 1983, no solo las medidas que anuncia para el campo social y económico, sino también, y especialmente en el de los Derechos humanos. En el caso de que este partido finalmente triunfe “Victoria Villarruel concentrará las áreas de defensa y seguridad. Y por primera vez, sin un golpe de Estado, alguien que se presenta como miembro pleno de la “familia militar” accederá a la cima del poder político” sostiene Vezzetti, alertando acerca de las gravísimas consecuencias que tendría este triunfo en los principios de acuerdos y convivencia democrática que los argentinos logramos construir y consolidar a lo largo de 40 años de vida democrática.

La discusión acerca de lo que puede pasar en un eventual gobierno de Milei, se ha concentrado en lo que puede esperarse en materia de política económica, en el desmantelamiento del Estado o una escalada de la confrontación política. En verdad, un “liberalismo” a la criolla (con rasgos decididamente reaccionarios en materia moral) sería un desemboque de un proceso largo. Para muchos que no pueden esperar nada de las políticas públicas, el Estado ya no está o, peor, sirve mayormente a intereses sectoriales o privados. En cuanto a la contienda política, hace mucho que se ha instalado un estado de guerra y la mayor novedad es que hoy las trincheras se profundizan dentro de las dos grandes coaliciones. En ese sentido, Milei y el mileísmo, son un resultado, un poco desbordado, desequilibrado si se quiere, de lo que hemos sabido construir.

Un tema menos presente es lo que retorna de un pasado que en 1983 parecía quedar definitivamente atrás y que se expresaba en lo que se llamó el Consenso del Nunca Más. En él se reunían un juicio histórico sobre el pasado de violencias y el terror descargado desde el Estado con la promesa de construir, hacia el futuro, una sociedad pacificada donde vivir y discutir, juntos. Ese compromiso, aunque manipulado y arrastrado a los usos políticos, se mantuvo. Fue degradado desde el gobierno kirchnerista y menoscabado desde la oposición macrista. De un lado el episodio Milani, que ponía en evidencia el doble estándar en el juicio sobre la responsabilidad de los oficiales jóvenes en la represión ilegal, y la banalización del epíteto “negacionista” aplicado a cualquiera que no comulgara con la memoria regimentada desde el aparato de propaganda. Del otro, las declaraciones irresponsables sobre el “curro” de los derechos humanos o las manifestaciones provocadoras e insensibles sobre los desaparecidos.

Dejando de lado a Milei, ninguno de los candidatos con chances de llegar a la presidencia ha mostrado una trayectoria o un compromiso con la experiencia, o con el lenguaje de los derechos humanos. Y, sin embargo, aun así, ninguno (ni las coaliciones que los sostienen) se ha propuesto reivindicar a la dictadura o recuperar su visión del mundo y de la sociedad.

En caso de que La Libertad Avanza llegue al gobierno, Victoria Villarruel concentrará las áreas de defensa y seguridad. Y por primera vez, sin un golpe de Estado, alguien que se presenta como miembro pleno de la “familia militar” accederá a la cima del poder político. Las políticas sectarias del kirchnerismo y sus intelectuales orgánicos han denunciado “negacionistas” donde no los había; ahora que llegaron los verdaderos negacionistas, como en el cuento del pastorcito y el lobo, se hacen visibles las dificultades para responder al desafío.

Ni las políticas de gobierno, que han roto los puentes con las bases políticas y sociales del consenso democrático, ni las formas sectarias adoptadas por el movimiento de los derechos humanos pueden ofrecer un fundamento para recuperar ese compromiso. Hace muy poco, las masivas repercusiones celebratorias de Argentina, 1985; el film de Santiago Mitre, parecían demostrar que algo se había edificado en la sociedad. ¿Se trató de un estado de ánimo episódico o expresaba convicciones más arraigadas? Mariano Llinás, guionista de la película, testimoniaba que en Italia el film tuvo una gran repercusión justo antes de que la sociedad eligiera a Giorgia Meloni. Nada diferente del giro crispado que entre nosotros parece abrir un tiempo impiadoso, ajeno a la cultura del encuentro y el pluralismo.

¿De qué “libertad” se habla en las consignas y los gritos del candidato más votado en las PASO? Lo que estaba en juego en las promesas de 1985 era la libertad del ciudadano en la comunidad política, sostenida en la ampliación de derechos y en valores que emergían en el discurso público, la participación y la solidaridad. Y es claro que no tiene nada que ver, más bien se opone, a la libertad del consumidor en el mercado, la “mano invisible” insolidaria, que carece de moral, afirma que el egoísmo es el motor principal de las relaciones humanas y convierte al otro en un extranjero. No hace falta decirlo, la manifestación exaltada de ese ideario por parte de Javier Milei encuentra una sociedad en gran parte fracturada, golpeada por la desigualdad y el deterioro de los vínculos que sostienen una comunidad.

En diciembre se cumplirán cuarenta años de ese tiempo germinal que prometía recuperar libertades y construir una nueva ciudadanía en un horizonte de Justicia que incluyera a todos. Ese futuro aparece hoy mucho más lejano, aplastado por el miedo y la desesperanza. Y lo que se decida en octubre es mucho más que una elección normal, es la recuperación renovada de una memoria que ha alimentado el proyecto democrático. No se trata de cultivar una estampa de un pasado congelado. La ruptura histórica con el pasado consagraba a los derechos humanos como el fundamento ético de una renovada comunidad política. Era mucho más que el castigo y la cárcel de los responsables del terrorismo de Estado: garantizaba esos derechos para el futuro y condenaba una concepción del orden en la sociedad. Eso es lo que está en juego frente a la amenaza de que retorne una doctrina de la “seguridad interior” que se pone por encima de libertades y derechos.

En esta situación, ese consenso inaugural se convierte en un mandato. Frente a la gravedad de la amenaza, cabe esperar que surjan voluntades e iniciativas dispuestas a defender y renovar ese compromiso en una convergencia plural que reúna a políticos e intelectuales, periodistas, líderes sociales y religiosos, dirigentes y académicos.

Con ese espíritu, un núcleo plural de ciudadanos, que me incluye, ha hecho pública una declaración (https://bit.ly/Declaracion-intelectuales).

 

«Arboles» de Raul Russo