Ileana Rodríguez es una intelectual y académica nicaragüense, Profesora Emérita en Humanidades en la Universidad de Ohio y afiliada al Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA). Se ha especializado en la literatura y la cultura latinoamericanas, la teoría postcolonial y los estudios feministas y subalternos. El texto que aquí presentamos responde brevemente a algunas cuestiones que la Mesa le ha hecho llegar con el objetivo de dar cuenta de la crisis política y la situación de los derechos humanos en Nicaragua.
El régimen y la crisis. El origen de la crisis es la concentración de poder en una sola familia —Ortega-Murillo— que gobierna apoyada por el aparato político de un partido —Frente Sandinista— que derrocó a la familia Somoza y que se hace sentir como ‘revolucionario’, ‘democrático’ y ‘popular’ cuando en realidad es autoritario, centralizado y carente de mediaciones institucionales y políticas. Esta es una crisis de poder de un gobierno electo fraudulentamente, apoyado en tres pactos fundamentales: uno, con la iglesia, cuyo quid pro quo es soslayar la denuncia de incesto que una hija de ella hace sobre él en aras de la renuncia constitucional al aborto legal; otro, con un liberalismo descompuesto representado por Arnoldo Alemán, que abre el proceso de concentración de poder, deriva en un régimen dictatorial que controla las instituciones y convierte a la oposición en dócil cómplice; y un tercero, con la industria privada, que asegura el flujo de la inversión mientras mantiene amarrados los salarios. Con estos tres pactos, el proceso de democratización queda abortado y la puerta hacia la dictadura de la familia se abre de par en par. Se trata en lo esencial de una concentración extrema en detrimento de las mayorías. La insurgencia cívica de Nicaragua obedece al deseo de generar instituciones democráticas y de control social para evitar derivas dictatoriales, de opresión y desigualdad. Daniel Ortega niega las condiciones básicas para realizar debates democráticos e impide ejercer el disenso para sacar conclusiones y sus consecuencias políticas. De ahí, el descontento que lleva a la movilización social, la represión y la crisis de poder.
Etapas en el conflicto. La primera etapa empieza con la represión de una manifestación estudiantil pacífica realizada el 18 de Abril en un centro comercial y que es atacada por miembros de la Juventud Sandinista, grupo de choque comandado por la vice-presidenta de la república, Rosario Murillo. Una manifestación pacífica fue así rodeada por un conjunto de atacantes en motocicleta, con cascos que escondían sus rostros y armados de tubos. Fue un error, la contingencia que rompió el dique. Antes, esas mismas tácticas habían dado resultados y por eso las repitieron: se acercaron a los manifestantes, los ultrajaron y golpearon.
La segunda etapa se caracteriza por la escalada de la represión, pasando de los golpes con tubos de hierro a armas de fuego, y la caída de los primeros muertos. Luego se perdió el conteo e hicieron acto de presencia los desaparecidos.
La tercera etapa fue de marchas multitudinarias. Se produjeron tres marchas en apoyo a los estudiantes y la toma de las calles por la gente. Para el lunes 23 de abril, el Consejo Superior de la Empresa Privada convocó una marcha que desbordó sus cauces. En esta marcha pasó algo impresionante: 7 km de personas desfilaron durante tres horas frente al complejo Policial Faustino Ruiz gritando: ¡Asesinos, asesinos! Los policías que resguardaban el Complejo parecían estatuas de sal frente a la multitud enardecida. El grito quedó estampado en pintura roja sobre los muros perimetrales del complejo y el rótulo principal de la entrada. También se oyó la consigna, “Que se vayan”, refiriéndose a la pareja presidencial, y las de “Ortega y Somoza son la misma cosa”. “Eran estudiantes, no eran delincuentes”, “Pueblo únete”. A ésta se sucedieron otras dos marchas multitudinarias, la segunda, el 28 de abril, convocada por la iglesia, pedía a la Virgen María protección y se pronunciaba por la paz. Fue una marcha sin consignas, con rosarios, pitoretas y banderas. Algunas parroquias entraron a la catedral con canciones de La Purísima. El rosario y la recuperación de la Purísima tuvo el demérito de no incluir a un alto porcentaje de ciudadanos evangélicos, pero ellos no se mantuvieron al margen. El pastor de Hosanna declaró el 29 de mayo que: “Hay que pedir la intervención directa de Dios.” Ese día, lo más espectacular fue la entrada de los campesinos por la carretera Norte y la recepción que les dio la población, haciéndoles valla en las calles. La tercera marcha, el 9 de mayo, convocada por la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD) para el día de las madres y para hacer el duelo por los muertos, salió de la rotonda Jean Paul Genie, pasó por la llamada Plaza de las Victoria, y se dirigió a la Rotonda de Metro Centro y de ahí dobló hacia la Universidad Centroaméricana (UCA). En el cruce que lleva de la UCA hacia la Universidad de Ingeniería los esperaban con fuego abierto. La ACJD es el nombre que toma el grupo de organizaciones en diálogo. Durante esa tercera etapa, la Conferencia Episcopal convoca un diálogo nacional en el que participarían gobierno, empresa privada, sociedad civil, trabajadores del campo y estudiantes. Los obispos acompañan y testimonian el diálogo.
La cuarta etapa es la del rompimiento del diálogo debido a la continuación y el aumento de la represión. La quinta es la reunión de la Conferencia Episcopal con el presidente, quien le pide 48 horas para considerar las propuestas de democratización que le presentaron. La respuesta la dio el 13 de junio y será dada a conocer el 15, después del paro nacional de 48 horas del día 14. En esas estamos.
El papel de los estudiantes. Todo empezó el miércoles 11 de abril, con una semana de protestas estudiantiles por el incendio en la reserva forestal Indio Maíz, que culminó con la del 18 en Camino de Oriente cuando los estudiantes protestaban por las reformas al Seguro Social, que iban a impactar muy negativamente a los pensionistas viejos. Estas protestas fueron el detonante de la crisis al ser los estudiantes atacados fieramente por ‘las fuerzas del orden’. La juventud nicaragüense había sido criticada con mucha fuerza por la generación anterior por considerarla apática, digital, wifi(era), en comparación con la de sus padres y abuelos que habían luchado contra la tiranía y logrado una revolución. Esta juventud autoconvocada y sin deseo de protagonismo se levanta ofreciendo un ejemplo de civismo poco conocido en el país y forma una coordinadora compuesta por los diferentes grupos estudiantiles provenientes de las diferentes universidades. Apoyada por la iglesia, la juventud es la que convoca la reunión de las otras fuerzas públicas, la que se atrinchera en las universidades, la que empieza a pedir justicia por los muertos y democratización. A ella se unen las otras fuerzas públicas para formar el diálogo nacional.
Crónica de la crisis. En abril empiezan las protestas cívicas, en las que confluyen todas las fuerzas sociales. Ese mismo mes, la Conferencia Episcopal hace un llamado al diálogo nacional que tiene tres sesiones —la última, filibustereada por el gobierno que insiste en que el problema son los tranques de las carreteras construidos por los campesinos y estudiantes para impedir el tráfico por las carreteras y el paso a las universidades. El gobierno solo quiere hablar de los tranques como pre-requisito al diálogo y desvía la conversación hacia la economía. Los ítems del diálogo eran justicia y democratización. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA viene a Nicaragua y confirma la violación de los mismos a manos de las fuerzas gubernamentales. Mientras Luis Almagro, Secretario General de la OEA, manda a la comisión a Nicaragua, apoya a Ortega al mismo tiempo. El lunes 28 de mayo los tres grandes capitalistas nicaragüenses de apellido Pellas, Gurdián y Zamora piden la democratización del país y el pacto empresa privada/gobierno se fractura. Los miembros del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP) ya estaban alineados con los estudiantes pero hacían falta esos tres, entendidos como los verdaderos interlocutores de Ortega. Ese mismo lunes 28, las fuerzas gubernamentales atacan a los estudiantes de la Universidad de Ingeniería y, el 30 de Mayo, día de las madres, abren fuego sobre la multitudinaria marcha que honra a los muertos. El 9 de junio, la Conferencia Episcopal se reúne con el presidente y le presenta los puntos consensuados sobre la democratización, y él pide 48 horas para responder. La respuesta la reciben los obispos el 13 de junio y la darán a conocer el 15 del mismo mes después del paro general de 48 horas.
Fuerzas sociales y actores. Qué se puede esperar de ellos. Las fuerzas sociales alineadas en la Junta Cívica convocada por la Conferencia Episcopal son: estudiantes, campesinos, sociedad civil, empresa privada —esto es, toda la sociedad nicaragüense—; del otro lado, están el gobierno, la policía y los parapoliciales. El ejército emitió un comunicado durante el mes de abril diciendo que no saldría a la calle a matar nicaragüenses.
Los estudiantes han jugado el papel fundamental al proporcionar la agenda y pedir justicia y democracia. Para ellos, esto significa el fin del régimen de partido único, en el que gobierno-partido-familia son una y la misma cosa. Tal situación coarta sus posibilidades de estudio nacional e internacional, de obtención de becas y de desempeño de labores en su profesión, pues para todo eso hay que ser miembro del partido y sujeto de confianza del régimen Ortega-Murillo. Para los empresarios, significa aflojar la gaza respecto a movimientos económicos que parecerían monopolizados cada vez más por la familia presidencial como eran bajo la familia Somoza. Para la iglesia, significa incrementar su fuerza moral.
Condiciones y límites de una «concertación nacional». Las condiciones de la concertación son justicia y democratización: se pide que se identifique, juzgue y castigue a los culpables de las matanzas y que Daniel Ortega y Rosario Murillo renuncien al poder. Los límites han sido ya vistos en la medida en que la represión ha ido creciendo y que, a la fecha, no se sabe si el presidente va a renunciar o no. Se teme el cansancio de la población; se teme que el presidente gane todo el tiempo que necesite pero la resistencia popular parece firme, fuerte y decidida hasta ahora.
El consenso básico es la salida de la pareja presidencial del poder. Hay diversas posiciones. Para mí vale la de los estudiantes que dijeron que no querían vivir gobernados por un partido político al cual uno debía de pertenecer si es que quería obtener trabajo -lo que Carlos Fernando Chamorro llamó estado-partido-familia. El disparador fueron los muertos, cercenados por grupos de antimotines y paramilitares, pandilleros sueltos, armados primero con tubos y garrotes, luego con armas de fuego de gran calibre que tiraban a matar.
El desenlace de la situación es todavía incierto pero ya hay certezas incontrovertibles: una, que el ímpetu de las fuerzas cívicas es tan espectacular que se diría mágico; dos, que para los pueblos latinoamericanos la democracia se tiñe con sangre y tiene que ser pactada a altos niveles, de lo contrario la pareja presidencial Ortega-Murillo estaría ya fuera; tres, que todo poder está múltiplemente articulado y que para que haya transición hay que repactar todo y ese es el meollo de la cuestión en la transferencia de poder; cuatro, que las insurgencias cívicas tienen su fanfarria y su teatro y que en Nicaragua el evento ha dejado una enorme riqueza en caricaturas, mensajes, música, chistes, y la ilusión y entusiasmo que causa la posibilidad de un cambio social; quinto, que toda la ilusión del cambio viene acompañada de un sentido de terror. El gobernante no se ha ido pero ya está solo, solo y rodeado de adversarios o de enemigos directos que quieren que se vaya ya. El pago en sangre es altísimo para una población tan pequeña como la de Nicaragua pero el espíritu que ha demostrado la ciudadanía es insólito. Yo me inclino ante ella y hago silencio: salve a ti, Nicaragua, en tu suelo.
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