El último 8 de agosto, el Senado de la nación rechazó el proyecto de ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo que tenía media sanción desde su aprobación en la Cámara de Diputados. En esta nota publicada en Clarín horas más tarde de dicha votación, Alejandro Katz propone una interpretación de la decisión del cuerpo legislativo de cara a la sociedad, sus transformaciones y anhelos.
¿Cómo evitar la tentación de ver, en la votación del Senado de anoche, algo diferente de un choque de civilizaciones? ¿Cómo evitar la tentación de poner de un lado a quienes defienden una sociedad plural, secular, diversa, abierta -es decir, hija de la modernidad, pero también su portadora- y, del otro, a quienes se benefician de sociedades cerradas, clericales, unánimes, jerárquicas, opresivas de la mujer y de la libertad? Es difícil, después de oír los discursos de los senadores que votaron en contra de la ley, después de ver las imágenes del arzobispo de Buenos Aires impartiendo una misa para incidir desde el púlpito en la deliberación republicana o de la movilización que introdujo, por primera vez, a las iglesias evangélicas en el centro de la vida política de nuestro país; es difícil, después de oír argumentos no sólo inverosímiles sino ofensivos de la dignidad intelectual y moral de las ciudadanas y los ciudadanos de nuestro país, es difícil sustraerse a la tentación de interpretar todo esto como algo muy diferente que el conflicto insalvable entre dos cosmovisiones radicalmente diferentes, opuestas, inevitablemente contradictorias.
Quizá, sin embargo, verlo de ese modo no sea falaz pero sí insuficiente. Porque ese análisis, necesario, no captura algo en mi opinión más relevante, del orden de lo paradójico: el modo en el que quienes dicen defender “las dos vidas”, quienes dicen estar “del lado de la vida” están, en verdad, instalados en una posición melancólica que les impide salir del lamento por lo que no fue(“el niño no nacido”, dicen) en lugar de colocarse enfáticamente del lado de lo que efectivamente es: la vida deseada, la vida plenamente vivida.
No tiene sentido insistir una vez más en la precariedad del argumento según el cual el embrión es ya persona: “persona” es una categoría de la filosofía y del derecho, no de la biología, y en tanto haya controversia acerca del inicio de la persona humana una postura liberal debe legislar reconociendo las consecuencias de las distintas concepciones, y aceptar por tanto que la interrupción del embarazo es, para quienes piensan que la persona es resultado de un proceso, no el producto de un momento original y único, una alternativa posible. No está demás recordar que el código penal argentino ya lo acepta de este modo, al autorizar el aborto bajo ciertas condiciones, y al no equipararlo en ningún caso con el homicidio.
El problema -uno de los problemas- para quienes han negado el derecho de las mujeres a interrumpir el embarazo no es la “supresión de una vida”. Es la incapacidad de superar la nostalgia por lo que han perdido: un mundo ordenado, jerárquico, no perturbado por el deseo, no atravesado por una sexualidad no reproductiva. Nostalgia por un orden antiguo que quiere reponerse, de modo reaccionario, una y otra vez. El “niño por nacer”, “el niño que no fue” es el significante de esa pérdida, es la expresión de la imposibilidad de ponerse realmente del lado de la vida, de una vida, de vidas que exigen siempre estar del lado de lo que es, y no de la melancolía por lo que no fue, o por lo que ha dejado de ser.
Los senadores han conseguido -una vez más- colocar a la sociedad argentina del lado del fracaso y de la pérdida, del lado de una melancolía ensombrecida. Es una tristeza que así haya sido. La fiesta, anoche, se vistió de todos modos de verde en una ciudad que vibró como hacía incontables años no lo hacía, aun sabiendo que la votación resultaría adversa. Porque la vida, ayer, fue celebrada por gente mayoritariamente mujer y mayoritariamente joven.
El aborto, en algún momento, será legal, seguro y gratuito: lo que los senadores rechazaron la demografía lo producirá irrevocablemente. Entre tanto, el Senado no decidió que no haya abortos. Decidió que sean clandestinos, miserables, ocultos: eligió estar del lado de la muerte.
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