El Movimiento San Isidro (MSI) emerge como un nuevo actor colectivo en la disidencia con el régimen cubano. Aglutina un grupo heterogéneo de artistas, sin tradición política, provenientes mayormente de sectores populares, mayoritariamente negros y mestizos, que irrumpen en el espacio público con demandas de libertad de expresión y creación. Exigen derechos cívicos y sociales básicos en un marco de realización de sus prácticas artísticas que enfrenta un trato discriminatorio y opresivo.

“Marginales” es un término que ha sido repetido desde los agentes del régimen, mayormente blancos, una descalificación de tintes racistas que es esperable de la burocracia política en el poder y que se agrega a la denegación de derechos y a las prácticas de vigilancia y represión policiales.

Pero las críticas al movimiento artístico popular han provenido también de otros sectores de la disidencia, intelectuales y artistas de élite, blancos también, que pretenden excluirlos de la acción colectiva por una apertura democrática debido a su condición negra, y a su accionar disruptivo e intransigente.

Frente a ello, el autor no sólo destaca el componente racista y clasista de estas críticas, sino que argumenta, además, que un movimiento de oposición que enfrenta a un régimen totalitario requiere una composición multisectorial, una coalición flexible de grupos sociales, raciales y culturales.

A raíz de la transformación paradigmática que comenzó a manifestarse desde finales del 2018 por la aparición de nuevos actores en la disidencia en Cuba, que revitalizaron y ampliaron el alcance del ejercicio de las oportunidades políticas de los cubanos en su interacción con el estado totalitario, se ha producido un fenómeno interesante entre ciertos sectores que tradicionalmente han apoyado al régimen o que han tenido una actitud más o menos contestataria hacia este.

Estos sectores, generalmente intelectuales, han reaccionado de una manera muy crítica hacia algunas de estas nuevas figuras disidentes, provenientes de sectores populares, y mayoritariamente negras y mestizas, que inicialmente se estructuraron alrededor de un movimiento comunitario de jóvenes artistas alejados de las élites culturales de la isla: el Movimiento San Isidro (MSI).

Para entender este rechazo habría que hacer un poco de historia.

No hay que olvidar que el MSI no surge como movimiento opositor, ni siquiera político, sino que se aglutinó sobre demandas puntuales para el ejercicio de libertades artísticas frente a la implantación del Decreto 349, que escamoteaba la libertad creativa de sus miembros y su propia supervivencia como artistas. Enfrentaron un muro de intolerancia, represión y desprecio por parte de las élites totalitarias que controlan las políticas culturales cubanas, lo que contribuyó a la radicalización de sus demandas y del accionar del movimiento.

Esta radicalización produciría un salto cuantitativo y cualitativo de sus reclamos, que pasaron entonces del plano cultural al plano político. El ejercicio de derechos inalienables para la condición humana, y no solo artística, pasó a ser el centro de sus demandas al Estado. La falta de respuestas oficiales, y el acoso creciente hacia sus miembros, derivaría en una actitud de mayor confrontación, que alcanzó un punto álgido con el acuartelamiento y posterior huelga de hambre en Damas 955, sede del movimiento y vivienda de su líder: Luis Manuel Otero Alcántara.

La conclusión, forzada por el gobierno, de la huelga y el acuartelamiento, produciría un fenómeno atípico en la isla: lejos de disipar la protesta social, esta se multiplicó hacia otros sectores profesionales y culturales, quienes lograron hacer una sentada multitudinaria frente al Ministerio de Cultura. Este hecho dio paso a la creación de otro movimiento: el 27N, conformado principalmente por artistas e intelectuales con una formación más académica, mayoritariamente blancos y provenientes de zonas urbanas no marginales.[1]

El recién creado liderazgo horizontal del 27N inmediatamente estructuró un posicionamiento crítico hacia las políticas gubernamentales en el sector cultural, mientras se solidarizaba con la causa del MSI. Su moderada posición inicial, enfocada hacia la búsqueda de interlocución con el régimen, se disiparía ante la voluntad represiva del gobierno, que lejos de acogerse a una propuesta de diálogo —centrada en peticiones del sector cultural, pidiendo mayores libertades creativas y garantías para el trabajo de operadores independientes— se dedicó a reprimir, acosar, denigrar y aislar a las cabezas visibles del 27N.

La posición de promover el diálogo con las autoridades para lograr una democratización del sistema totalitario cubano —sin cuestionar la propia existencia del mismo, pero trabajando desde dentro por su transformación en un ente más inclusivo—, no era nueva: había sido promovida desde el 2014 por una plataforma política auspiciada por la Iglesia Católica cubana: Cuba Posible (CP), la cual agrupó a algunos intelectuales católicos y oficialistas —casi todos blancos y pertenecientes a una élite académica— en un proyecto que abogaba por una transformación del régimen. En dicho proyecto, una “sociedad civil socialista” funcionaría de una manera paralela a otra sociedad civil más crítica, lo cual permitiría al sistema político cubano lavarse la cara y operar incluso con lo que denominarían “oposición leal”.[2]

Estas peticiones cayeron en oídos sordos. El gobierno incluso llegó a calificar a CP como un proyecto contrarrevolucionario, contribuyendo a su desarticulación y la salida al exilio de muchos de sus miembros. (El grupo se reestructuraría a principios del mes de mayo de este año, con una agenda aparentemente cercana a la que definieron en el 2014).

Aun con este antecedente, una de las consecuencias directas de la sentada del 27N fue la creación de una plataforma de ideas de corte similar a CP, pero con alcance más ambicioso y contestatario: Articulación Plebeya (AP), formada por intelectuales con un enfoque más legalista, también mayoritariamente blancos. Mediante la promoción de diálogos que en un primer momento se darían solo entre la sociedad civil cubana, esta nueva plataforma buscaba “avanzar hacia el consenso con otros sujetos sociales”, todo dentro de los marcos de la Constitución y el sistema legal totalitario. En su programa no se exponían ideas claras de cómo se iba a producir ese diálogo, ni qué acciones harían para promoverlo; lo que sí quedó claro fue la reacción del Estado: también fueron tildados de contrarrevolucionarios por la prensa oficial, y sus miembros fueron acosados por la Seguridad del Estado; esto condujo al cierre de una iniciativa que nunca pudo levantar vuelo.

En todos estos casos —las peticiones iniciales del MSI y el 27N, CP y AP— se repetiría un modo de operación represivo y obtuso por parte del régimen, para tratar de acallar por la fuerza peticiones que inicialmente solo se centraban en demandas, digamos, no disruptivas, que no cuestionaban al régimen per se: clamaban por una apertura en las estructuras políticas totalitarias, por un sistema más abierto, pero aún no democrático.

Para el MSI y el 27N, estas respuestas represivas, lejos de desarticular sus movimientos —como en los casos de CP y AP—, los dotó de un impulso de radicalización y profundización de sus demandas, que se enfocaron en no pedir reformas al sistema, sino su transformación. La represión condujo a la dinamización de estrategias colectivas hacia la disrupción.

En el caso del MSI, esto se manifestó en llamados a la desobediencia civil y al enfrentamiento con las autoridades —que concluyó con una protesta colectiva de adhesión al movimiento en el barrio de San Isidro—, y en la realización de una nueva huelga de hambre de Luis Manuel Otero Alcántara. El 27N, por su parte, iniciaría el diseño de una plataforma programática muy bien elaborada, que marcaba de manera clara y concisa el camino estratégico hacia la construcción de un sistema democrático en Cuba, con la búsqueda de una integración entre movimientos con objetivos comunes.[3]

Estos antecedentes permiten el enfoque necesario para entender el contexto de las críticas y los críticos hacia estos actores noveles y cruciales en el actual proceso de revitalización de la protesta en Cuba. ¿Quiénes son, y a quiénes critican?

Las críticas han provenido fundamentalmente de la prensa y los funcionarios oficialistas, pero también, como se adelantó al inicio de este artículo, de ciertos intelectuales y artistas de élite, blancos en su casi totalidad, algunos vinculados estrechamente con el régimen, aunque con frecuencia los cuestionamientos provienen de otros sujetos más contestatarios y que hasta podríamos definir como molestos para la dictadura. Ambos grupos han dirigido sus críticas más profundas hacia el MSI: el 27N ha sido excluido de las detracciones más acérrimas y peyorativas.

Los reproches hacia el MSI han sido variados, y concentrados tanto en sus formas como en sus contenidos. En cuanto a las formas, muchos de los cuestionamientos han repetido hasta la saciedad el carácter marginal de los miembros visibles del movimiento, su lenguaje y sus formas de expresión populares, usadas por la mayoría de los cubanos, pero consideradas vulgares por estos críticos. La falta de un lenguaje articulado e intelectual, sus maneras de vestir e interactuar socialmente, se agregan a una lista de “fallas”, resumidas por un conocido intelectual crítico de la isla como “falta de swing”.

El término “marginal” ha sido repetido por muchos; se trata de una crítica con tintes racistas a unos jóvenes mayoritariamente negros que enfrentan a la dictadura desde una situación de pobreza. Desde el oficialismo, mayoritariamente blanco y privilegiado, se les descalificarían con adjetivos peores. Mariela Castro, la hija del más poderoso cubano vivo, los llamó chabacanos y miserables; el asesor cultural en jefe y ex ministro de Cultura, Abel Prieto, los definió como delincuentes.

Desde el otro campo, el de los intelectuales contestatarios, también primordialmente blancos, se emplean términos similares: “Transformar radicalmente a Cuba no puede incluir tomar la vulgaridad como bandera. Eso es cosa del castrismo”, diría un fotógrafo opositor, mientras que un humorista radicado en Miami declararía que “su actitud es de guapos, no de disidentes que proponen un cambio. Su protesta no es patriótica, es marginal y agresiva”.

En cuanto al contenido: el MSI ha sido tildado, por voces favorables al régimen, de poseer una retórica anexionista, conservadora, mercenaria, pro norteamericana, y por ende anti cubana, que busca la promoción de un golpe blando financiado por Washington contra el Estado socialista. Acusaciones muy alejadas de la realidad, vertidas sobre un grupo de personas que operan en un contexto de pobreza, que solo exigen demandas sociales básicas dentro de un marco de reafirmación de sus identidades artísticas —que se transformaron y redefinieron en un contexto adverso y discriminatorio—; que no plantean la toma del poder político ni es de su interés ser parte de él, y mucho menos producir la anexión a un poder extranjero.

Por el lado no oficialista, desde el campo contestatario, han sido acusados de apropiarse del liderazgo del movimiento opositor. Liderazgo no merecido, a causa de sus falencias: sus acciones de performance y farsa, unidas a sus carencias, dicen, los inhabilitan para convertirse en la fuerza de vanguardia de una revitalizada disidencia. La última huelga de hambre de Otero Alcántara, interrumpida por su traslado a la fuerza a un hospital, y su posterior exhibición en condiciones poco claras sobre su real estado emocional y de salud, han contribuido a reforzar esta visión de que las acciones del MSI, tanto individuales como colectivas, son desmerecedoras de atención y solidaridad.

Pero los detractores han ido aun más allá: argumentan que, por sus formas y sus contenidos, el MSI es indigno de ser un referente anti-totalitario. Es por ello, sugieren, que resulta imperioso reestructurar el universo de voces contestatarias para excluirlos y sustituirlos por otros que, con su bagaje académico e intelectual, son más aptos para la tarea titánica que vendrá.

Para este sector, los virtuosos serían aquellos que tienen un pensamiento crítico, pero no disruptivo hacia el régimen —como los miembros de CP, de AP; e incluso de grupos intelectuales no disidentes, también mayoritariamente blancos, con una agenda más opaca en sus deseos de cambio, como los que se agrupan alrededor La Joven Cuba—; son ellos quienes deben diseñar y liderar un proceso de transformación con enfoque nacionalista o patriótico, para democratizar el sistema socialista cubano incluyendo más voces, pero continuando la exclusión otras.

Estas críticas plantean, entonces, la exclusión del MSI de cualquier proceso de conformación de un frente por la búsqueda de una mayor apertura, democrática o parcialmente democrática, debido a que son marginales, negros, disruptivos, intransigentes, incluso poco patrióticos. Lo sospechoso es que esta exclusión se centra en el MSI y no en el 27N, ambos con agendas muy similares, por no decir casi idénticas. Esto hace suponer que la mala voluntad de algunos hacia el MSI se debe a motivos exclusivamente racistas y clasistas. Se repetiría la constante del “miedo al negro”, que ha acompañando la historia de la nación cubana desde su formación.[4]

Haciendo abstracción del componente racista y clasista de estas críticas excluyentes hacia el MSI, si consideramos la literatura académica sobre las transiciones, se puede concluir lo siguiente: los movimientos de oposición que han sido exitosos en la lucha contra regímenes autoritarios o totalitarios, han sido también multisectoriales. Es decir, las oposiciones que lograron escalar las interacciones estratégicas con los regímenes totalitarios, fueron aquellas que lograron construir coaliciones flexibles de múltiples grupos sociales, raciales y culturales.[5]

Es precisamente esta multisectorialidad lo que da poder a las voces disidentes en cualquier proceso de instauración democrática. Por ello, en situaciones como las que enfrenta actualmente la disidencia cubana, reforzada por las acciones de los últimos meses, es probable que ningún grupo de la sociedad civil —ya sea de corte intelectual, artístico, sindical, de sectores populares o de cualquier otra índole— pueda contar con la suficiente fuerza para mantener por sí solo la resistencia ante un régimen represivo como el cubano.

Es vital entender que los llamados a excluir, satanizar o desempoderar al MSI —que ha sido el catalizador de la actual dinámica de enfrentamiento con la dictadura—, son una estrategia suicida, idiota, que va contra los intereses de todos los que quieren lograr el fin del sistema totalitario en Cuba. El MSI representa a parte de un sector importante y mayoritario del país: el de los marginados, negros, mestizos y pobres, que siempre han sido desechados por las élites blancas que han construido y regido la nación cubana. Por tanto, el MSI debe ser un elemento central en el diseño, implementación y consecución de cualquier estrategia opositora. Ellos, junto a otros grupos que representan la diversidad de la sociedad civil cubana, incluso aquellos que no comulgan con una agenda disruptiva, deben iniciar un proceso de diálogo para la conformación de esa necesaria coalición, de una verdadera oposición unificada.

Que el racismo y el elitismo no tengan cabida en la construcción de un nuevo proyecto para la Cuba del futuro, democrática e incluyente.

«La repasseuse», Pablo Flaiszmann (2014) – aguafuerte/aguatinta.

[Publicado originalmente en Hypermedia Magazine el 21 de mayo de 2021